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Maldita Blue
Esa era la frase que llevaba repitiéndome todo el día, y aún más cuando me había sentando en ese sofá para hablar con una persona a la que ni siquiera quería ver. Pero lo estaba haciendo porque quizás esa conversación fuera lo único que pudiera salvarme ahora mismo de volver a caer, aunque aún estaba a tiempo de arrepentirme y largarme, pero me mantuve ahí, recordando las tres promesas que Alexandre me había hecho. Cuando entró por la puerta y sus ojos azules se toparon con los míos castaños la piel se me puso de gallina, cuando la miraba no podía ver otra cosa que mi pasado, aparté la mirada justo antes de que los recuerdos se hicieran insoportables. Aunque siempre lo eran, pero ella, de una forma cruel, despertaba en mi interior recuerdos que siempre permanecían dormidos.
—Hola, Rosalie.
No la llamé Blue, su nombre quemaba mi lengua y dejaba un mal sabor en mi boca. Engañarme a mí mismo podía resultar un buena anestesiante.
—Hola, Seven.
Se quedó parada junto a la puerta. Seguro que no entendía absolutamente nada de qué hacía hablando con ella, yo tampoco estaba completamente seguro de qué narices hacía, pero lo haría de todas formas y después desaparecería.
—Siéntate, tenemos que hablar.
Bien, lo había dicho, observé lentamente, evitando sus ojos, como se sentaba en el sofá, en la esquina opuesta a mí.
—¿De qué quieres hablar?
Juro que haré que desees no haber nacido.
Sacudí la cabeza, necesitaba centrarme. Respirar e inspirar, su presencia incitaba a mis sentidos a estar alerta, como si fuera un símbolo de peligro.
Lo era, Blue era mi símbolo de peligro.
—Tenemos que poner normas. No puedo echarte aún, así que opino que lo mejor será que pongamos unas normas que ambos respetemos.
Asintió con la cabeza.
—¿De qué normas hablamos?
Bien, desdoblé un pequeño post it, ya desgastado por todas las veces que lo había abierto y cerrado, Y lo miré, esas eran mis normas, eran pocas, pero no necesitaba más para ser feliz. Solo necesitaba que ella desapareciera. Tan simple como imposible al mismo tiempo.
—Veamos, la primera es algo que antes debimos haber hablado, la limpieza en las zonas comunes, yo limpio el pasillo y la cocina y tú el salón y el comedor. Luego cada cual limpia sus zonas privadas, ¿vale?
Asintió con la cabeza. Vale, esa era la norma más sencilla de todas.
—No vamos a hablar más de lo estrictamente necesario, a no ser que haya algún problema con el piso, no tenemos por qué hablar —Volvió a asentir, me alegraba que no hablara, en el momento en el abriera la boca, estaba completamente seguro, comenzaríamos a pelear—. La siguiente norma es que no podemos involucrarnos en la vida del otro, no somos ni seremos amigos. Y por último, se te avisa con la antelación debida de que una vez transcurrido el tiempo acordado en el contrato no se te renovará.
Miré mi reloj, si en diez segundos no decía nada me levantaría y me iría. Se acabó esa tortura.
1…
Se mordió el labio, recordaba que también lo hacía en el instituto. Eran terrible ver a la misma persona que en mis recuerdos sentada en mi sillón. Reconocer sus gestos era como clavar un puñal en mi corazón, dolía hasta que quitarme el oxígeno de los pulmones. Robaba mi vida.
2…
Dio golpecitos con las uñas sobre la mesa. Odiaba que la gente hiciera eso, rompían el silencio de forma tonta.
3…
Dejó de hacer ambas cosas y se empezó a morder una de las uñas que llevaba pintada de morado.
4…
Siguió atacando a su uña.
5…
Se detuvo y me miró. A la mierda los diez segundos.
6…
Demasiado buena parecía ser como para cumplirse.
—No tengo ningún problema con las normas, pero quiero añadir una. Ahora mismo vas a escucharme y a dejarme disculparme. Si no, no hay trato.
Negué con la cabeza.
—Con o sin trato te echaré del piso.
—Haz lo que te dé la gana, pero escúchame. ¿Vale? Hace un mes vino Nancy, del instituto, debes acordarte de ella, a pedirme disculpas, por lo que hizo. Yo quiero disculparme contigo… Necesito disculparme…
A la mierda, me levanté del sofá, y me marché a mi habitación, necesitaba un poco de paz. Alexandre tendría que cumplir una de sus tres promesas.
Y así comenzó el huracán, nadie pudo salvarme de él, porque era inevitable.
Todo era inevitable. Se cernía sobre nosotros un futuro del que no saldríamos vivos, eso creíamos y asegurábamos. Sería la peor catástrofe natural de mi vida.