Sonrisas y Lágrimas

Capítulo 9 II Siete

Una vez, cuando tenía siete años vi a un perro, un cachorrito, estaba en la calle, lo habían abandonado, el pobre, hambriento y desesperado iba colocándose delante de la gente y les mordía los zapatos con la intención de llamar la atención y alguien le comprendiera. Era un cachorro incomprendido, para todos no era más que un animal sarnoso que les rompía los zapatos. Yo me veía reflejado en ese perro. Un día vi como al morder un zapato el dueño de este le dio una patada al animalito, apenas gimoteó unos segundos y ya estaba de nuevo mordiendo más zapatos, entre ellos los de aquel hombre del que ya había recibido una patada. A eso nos llevaba la desesperación, volvíamos ha donde ya nos habían hecho daño, sabiendo que podríamos volver a recibirlo. El animal se llevó otra patada. 

Yo también estaba desesperado, y a pesar de que Blue me hubiera dado una patada fui detrás de ella cruzando la puerta de salida aquella madrugada. ¿Cuando llegaría el próximo golpe? ¿De dónde saldría? 

¿Cual era la diferencia entre el perro y yo? 

Yo me había ganado una fama para mantener a la gente alejada, esa era mi forma de morder zapatos, esos eran mis gritos de socorro. 

Él solo quería un hogar y para ello mordía zapatos, pero nadie le comprendía. Sus gritos eran mal interpretados. 

Cuando estuve subido en su coche me arrepentí y cuando arrancó supe que ya era tarde. 

—¿Vamos a su casa? —preguntó parándose en un semáforo en rojo. Eso habría tenido sentido, porque, ¿qué haría Alexandre en su consulta en mitad de la madrugada? Antes de poder asentir con la cabeza mi corazón dio un vuelco, cortándome la respiración. 

—Yo te guio.

En quince minutos estábamos aparcados frente a su consulta. Un lugar pequeño y acogedor al que pude llegar a considerar mi segundo hogar. Y en ocasiones incluso el primero. La puerta ligeramente abierta. Salí de allí, aún estando el coche en marcha y entre a toda prisa. Sabía a donde dirigirme, y cuando abrí la puerta de su despacho ocurrió. 

El huracán estaba justo sobre mí. Ahí estaba la patada, aún peor que la anterior.

Primero lo observé todo. Y todo me pareció nada. Sentí el dolor antes de que llegara y me desvanecí, ahí de pie, por un momento mi visión se volvió nula y la oscuridad de mis ojos era de la misma tonalidad que la de mi corazón. Blue entró detrás de mí, hablaba y se movía de un lado a otro, no la escuchaba, mi vista seguía clavada en el mismo punto. No me arrodillé frente a él, ni siquiera me acerqué para comprobarlo. Lo sabía, todo dentro de mí había sabido que esa era la respuesta a mi pregunta desde el principio. 

Alexandre estaba muerto. 

Y cuando lo pensé con esas palabras todo volvió, como un balde de agua fría todas las piezas se unieron. Blue gritaba que llamara a una ambulancia. Ella tenía miedo, yo me estaba desvaneciendo. Todo giraba excepto mi mundo. El corazón me dolía como si lo quemaran y yo fuera a ser también eso, un cadáver. Había perdido a Alexandre, perderle a él significaba perderme a mí. 

No había un solo muerto en esa habitación. Hacía unos minutos lo había, ahora no. 

Blue se colocó frente a mí por unos segundos. No me moví y no me molesté en hacer nada. Permanecí allí, deseando desvanecerme, un hueco acababa de abrirse en mi corazón abriendo consigo heridas que estaban sanando. La realidad fue demasiado pesada para mí. 

No lloraba, no me movía, no gritaba. Me sorprendió que estuviera respirando. Eso era lo único que no quería hacer. La realidad era demasiado pesada. 

Escuché el sonido de las sirenas de una ambulancia y después vi como se lo llevaban, iba a seguirlos, pero cuando lo intenté fue como si mis pies se hubieran pegado al suelo. Blue volvió a colocarse en mi campo de visión. 

—Necesito que me digas los números de teléfono de su familia. ¿Me escuchas, Seven? 

Cerré los ojos intentando centrarme, pero ni siquiera así pude, aquella imagen estaba grabada en mi retina. Suspiré y hablé. 

—El número de teléfono de su hijo es 655 23 74 92.  

—Le llamaré. 

Entonces, cuando ella se giró llamando, los ojos se me cristalizaron y mis mejillas se humedecieron con aquellas pequeñas gotas saladas. Esa lágrimas solo demostraban una minúscula parte de todo lo que era en ese momento. Blue se acercó a mí tendiéndome el teléfono. 

—Seven, el hijo de Alexandre necesita hablar contigo. 

Tuvo que sacudir el teléfono delante de mis narices para hacerme reaccionar. 

—Dile que no puedo ponerme. 

Y era cierto, no podía coger el teléfono porque en ese momento yo no estaba ahí. 

Aquella fue la última vez que hable en días, porque, ¿de qué servía hablar si no era Alexandre quien me escuchara? 

 



#7424 en Joven Adulto

En el texto hay: pasado, odio, compartir piso

Editado: 14.03.2021

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