—Seven —Escuché su voz al otro lado de la puerta. El mismo procedimiento desde hacía casi cuatro días. Venía, me llamaba, yo no respondía, ella sabía que de todas formas escuchaba, me hablaba y se iba—, he dejado comida en la nevera, me voy a ir a trabajar. Espero que estés bien y pronto podamos hablar, echo de menos verte por los pasillos.
Después escuchaba su suspiro, pasos y la puerta cerrándose. Llevaba días sin salir de ahí, no lo había hecho desde que recaí. No quería ver ni hablar con nadie y la única persona que podría sacarme de aquella habitación era por la que me había metido ahí. No salía cuando Blue estaba en el piso, tampoco cuando no estaba, bebía agua del grifo del baño y me alimentaba a base de snakcs y galletas que tenía en mi habitación. Quizás no fuera sano, pero en aquel momento nada en mí lo era. Me sentía como alguien muerto y corroído. Alexandre ya no estaba y yo me había emborrachado. Salir fuera de aquella habitación que había adoptado como forma de bunker significaría afrontar la realidad, la falta de mi mentor y saber, que si había podido emborracharme, podría volver a las agujas. Mientras estuviera dentro nada de eso podía ocurrir. Varias horas después Blue volvió al piso. Ni siquiera había subido las persianas de mi cuarto. Escuché los pasos de la chica y vi la sombra de sus pies bajo la puerta, aquella pequeña rendija era la única fuente de luz.
—Hola, Seven —Silencio. Me estaba dando la oportunidad de responder. No lo hice—. He vuelto del trabajo, por lo que veo, no has comido nada. Llevas tres días sin salir de ahí y sin hablar. Y no sé si estás comiendo algo. Me preocupas. —Otra pausa. Otra oportunidad— ¿Puedes decir algo, al menos?
Nada. Ni siquiera hablaba conmigo mismo. Había decidido dar por perdidas mis cuerdas vocales.
—Vas a odiarme por lo que voy a hacer. Pero quiero que recuerdes que lo hago por tu bien.
La sombra de sus pies desapareció para luego volver a aparecer. Sonó algo que no eran pasos, había dejado algo en el suelo.
—Espero que puedas perdonarme, Seven.
Miré la puerta, llevaba puesto el cerrojo, no podía entrar. Y aún y todo, oí como manipulaba la puerta y de repente, luz. Blue había abierto la puerta a fuerza, en la mano llevaba una tarjeta. Entrecerré los ojos, la luz era molesta después de tres días de oscuridad y me tapé con el edredón escondiendo la cara bajo él. Tenía que irse, se lo hubiera dicho, pero no era capaz de hablar. Ya no tenía sentido que hablara sin la persona que me enseñó no estaba. Blue caminaba por la habitación, había levantado las persianas, pero no había quitado las cortinas, así que la poca luz que entraba por las rendijas del edredón era aceptable para mis ojos. Sentí como el colchón se hundía, Blue se había sentado en la cama y dejado algo en la mesilla.
—Tienes que comer algo, ¿vale? Lo siento, pero no puedo dejar que mi casero se muera en su habitación y no puedes decirme que me largue, no lo haré hasta que comas al menos un tercio de lo que hay en la bandeja.
Se levantó y siguió moviéndose en la habitación, haciendo dios sabe qué. Yo permanecí inmóvil, como un cadáver. Después volvió a sentarse, me dio unos empujoncitos a través del edredón.
—¿No dirás nada? ¿Me harás sacarte de debajo del edredón? Sabes que lo haré.
No iba a salir, no pensaba afrontar más cosas, aún estaba a tiempo de permanecer ahí para siempre. Hasta que Blue hizo aquello de lo que me advertía. De un estirón apartó el edredón y lo dejó en el suelo, hecho un gurruño. La tenue luz no llegó a deslumbrarme. Ahora no podía huir de nada, estaba totalmente expuesto a la realidad.
—Dios, Seven.
Mi cara debía estar destrozada, hinchada, con lo ojos rojos de llorar y las ojeras marcadas de no dormir. Y aunque parecía que no podría seguir llorando, que estaba completamente seco por dentro, las lágrimas volvieron a mis ojos, rodé sobre la cmaa y escondí la cabeza en la almohada, no necesitaba que nadie me bviera así.
Era hora de volver al mundo real.
Mi cara estaba escondida, lo único que indicaba mi llanto eran los sollozos amortiguados por la almohada. Ella comenzó a acariciarme el pelo, en un intento por consolar un dolor que jamás comprendería. Porque Blue no conocía una parte de mi pasado.
—Todo saldrá bien. Lo verás todo con mejor perspectiva si lo afrontas. Encerrarse aquí eternamente no es una solución. Tampoco lo es dejar de hablar, ni de comer.
Y hablé, solo para corregirla y porque me parecía que era la cosa más sencilla que podría decir. Me sorbí los mocos e hice lo que no había hecho en tres días.
—No he dejado de comer, he comido galletas y snacks —murmuré contra la almohada.
Se quedó callada, seguramente no esperaba que abriera la boca y aún menos para hablar con ella. Y por una vez, el silencio no me correspondía a mí, sino a ella, al menos por un corto periodo de tiempo.
—Eso no es comida —susurró pasando sus pequeñas manos por mi pelo— Levántate, Seven, no puedes vivir aquí dentro eternamente, ni esconderte con la almohada.
En realidad sí que podía, pero estaba apunto de quedarme sin comida dentro de la habitación.
—Vamos, Seven. Y ni se te ocurra volver a cerrar la puerta porque yo volveré a abrirla.
Se levantó, dejando la puerta abierta. Levanté la cabeza de la almohada. ¿Y qué hacía ahora? Blue había roto mi bunker y yo estaba completamente perdido en esa nueva vida. ¿Qué haría Alexandre? Incluso mis pensamientos se callaron con esa pregunta. No tenía una respuesta. Miré la mesilla, sobre ella, tal y como había dicho, había una bandeja con un plato de pasta y un vaso. Salía humo de la comida, seguramente la habría calentando. Lo agarré y comencé a comer. Esa era la cosa más simple que podía hacer, porque solo había tres caminos: el simple, el complejo y el repetitivo.
Con el complejo habría salido de la habitación y mirado a los ojos a Blue. Con el repetitivo, habría cerrado y ella volvería para obligarme a salir. Así que me quedé con la pasta. El simple.