Le di al botón del ascensor, cuarto piso, estaba tan cansada, mi cerebro estaba apunto de acabar consigo mismo. No había podido dejar de pensar en Seven, estaba preocupada por él, lo mantenía vigilado todo el tiempo, centrada sólo en él, pero seguía teniendo que ir a trabajar y esas horas se hacían una tortura, podía saber que hacía el resto del tiempo, pero durante esas horas me quedaba a ciegas, ¿y si hacía…. eso? Sacudí la cabeza, Seven había dicho que no, debía confiar en su palabra, no me quedaba otra. Mi teléfono comenzó a sonar, alguien me llamaba. Era Charlie, llevaba días sin responder una de sus llamadas, solo le mandaba algún mensaje corto, era así desde la última vez que habíamos hablado, antes de mi carta. Estaba ocupada, sabía que él estaba bien, pero al contrario, Seven no lo estaba y me necesitaba de una forma en la que en esos momentos Charlie no. Se lo dije, estaría ocupada, las cosas no estaban yendo bien, parecía que todo se desmoronaría en cualquier momento y yo era la persona encargada de ir recogiendo todos los escombros. Pensé que seguramente tendría un rato libre, ahora que Seven parecía más estable podía tener pequeñas pausas, cogí la llamada.
—Hola, Rosalie.
Me había llamado Rosalie, no Blue, ¿qué ocurría? Las puertas del ascensor se abrieron, rebusqué en mi bolso las llaves.
—Hola, Charlie, ¿ocurre algo? ¿está todo bien? —pregunté. Agarré las llaves y abrí la puerta, al principio pensé que me toparía con el silencio, pero no. No veía a Seven por ningún lado, como era costumbre, estaría en su habitación, con la puerta ligeramente entreabierta, porque le había prohibido cerrarla. Se escuchaba su voz, en un tono lastimero que me partía el corazón, Seven estaba cantando. Ese fue el instante en el que dejé de escuchar a Charlie, solo pude enfocarme en ese chico.
—Hace frío en Amsterdam… Me hiela pero tiene mi corazón… Es mi amada ciudad.
Suficiente, aquello era más de lo que quería escuchar.
—…Deberíamos vernos. Pronto. Tenemos que hablar, Rosalie.
—Eh, Charlie, tengo que colgar, lo siento, vuelvo a estar ocupada. Hablamos en otro momento.
Lo que me había dicho habría hecho saltar las alarmas en mi cerebro en cualquier otro momento, pero no le estaba escuchando, no le prestaba atención, simplemente colgué.
—Coge el abrigo y ve a pasear... Cruza sus calles… Tiene mucho que enseñar.
Atravesé el pasillo y di dos toques en su puerta, sabía que odiaba que pasara sin más. Solo lo hacía cuando sabía que él no me respondería, cuando pasaron unos minutos en los que no había hecho más que mirar la pintura blanca de la puerta, entré. Estaba de espaldas a mí, las cortinas estaban completamente corridas dejando entrar la luz del sol, él estaba sentado de piernas cruzadas observando la ventana.
—Aunque haga frío en Amsterdam… siempre será… mi… —Su voz se quebró antes de poder continuar. Me acerqué lentamente, temiendo espantarlo y me senté a su lado.
—¿De quién es la canción? —pregunté, no solía enfocarme directamente en el motivo de sus lágrimas. Eso le hacía huir, pero aquello, preguntar por una canción, era una conversación más sencilla de llevar.
—No lo sé, ni siquiera recordaba la letra, pero de repente llegó a mí.
—Vaya, que curioso, ¿no crees?
Me miró, con los ojos ligeramente hinchados de llorar y las mejillas humedas. Mi corazón se contrajo, dolía ver como sufría, cualquier persona que se hubiera detenido a observarle se habría dado cuenta de lo atormentada que se encontraba su alma. Le abracé, intentando reconfortarlo de la única forma que se me había ocurrido.
—La cantaba Alexandre, bueno, en realidad él la tarareaba, la letra la conocía de verdad su mujer. Solía encontrarla cantándola siempre que iba, ella era de Ámsterdam —explicó, aquello tenía sentido.
—¿Y cómo se conocieron?
—Cuando acabó la universidad, Alexandre y un par de amigos suyos decidieron ir a visitar Europa, cuando fueron a Amsterdam conoció allí a su mujer, ella también había acabado la universidad y se enamoraron por arte de magia, al paso de una semana ellos se iban a marchar, pero ya era tarde, ellos estaban locos el uno por el otro y Alexandre decidió poner fin a su viaje antes de tiempo, pasaría el resto del tiempo que le quedaba para visitar otros países allí.
—¿Y qué ocurrió cuando tuvo que irse? —pregunté realmente intrigada por la respuesta, aquello parecía una historia de amor de novela.
—Ella se fue con él, ¿no te parece una locura? Es decir, dejarlo todo, tu vida, por seguir a un chico que conoces de menos de dos meses, porque estás enamorada.
Y así pasé la tarde, conociendo a un hombre que jamás podría volver a contar sus historias por sí mismo. Que vivía en boca de otros.
Cuando salí de su habitación miré el móvil, lo había mantenido en silencio toda la tarde, tres llamadas perdidas y cincos mensajes. Todos de Charlie,
»No puedo creer que me hayas colgado.
»¿No crees que ya es suficiente?
»Estoy seguro de que no me prestabas atención mientras te hablaba hoy por teléfono.
»Tenemos que hablar.
»Pronto.
Ahí sonaron las alarmas, pero ya era tarde. Demasiado tarde.