Toqué la puerta blanca. Me gustaba el barrio en el que estaba situada la casa, parecía muy familiar. Inspiré intentando mantener la calma, todo aquello era demasiado surrealista. La puerta se abrió y apareció una señora, era unos centímetros más alta, con el pelo negro y los ojos castaños. Me miró, esperando a que dijera algo.
—Hola… em, siento aparecer así. Me llamo Rosalie Blue, estoy buscando a mi madre.
Abrió los ojos como platos y se quedó petrificada durante unos segundos.
—¡ROSY!
Extendió los brazos y me abrazó casi asfixiándome. Ella era mi madre, quien me había escrito todas esas cartas y me quería.
—¿Mamá? —pregunté, necesitaba escucharlo para acabar de creerlo. Se separó y me miró a los ojos, parecía mirarme con… ¿lástima?
—Rosy, cariño, ¿cuántas cartas has leído?
—No las he leído todas, las descubrí hoy.
—Yo no soy tu madre. Soy tu tía, me llamo Sully.
Mi tía… ¿Ella había escrito las cartas? ¿dónde estaba mi madre?
—¿Usted escribió las cartas?
—Todas y cada una de ellas. Siento decepcionarte.
—¿Y dónde está ella?
—Lejos de aquí, creo que en Europa. Lleva viviendo ahí mucho tiempo.
—Oh, vaya. ¿Ninguna de las cartas es suya, deberas?
Abrió al completo la puerta de la casa y me invitó a pasar. Dudé, mirando el felpudo, ¿realmente era buena idea pasar? Si mi madre no era quien enviaba esas cartas, ¿qué hacía yo allí?
—Anda, pasa, creo que tenemos mucho que hablar. Después de todo, soy tu tía, somos familia.
Sin darse cuenta, con aquella frase había roto cualquier duda. Estaría allí hasta acabar con todo. Me lo merecía.
—Gracias.
Entré dentro. Colgados en las paredes azules había un montón de fotos enmarcadas y colgadas, me detuve un segundo a mirarlas. Había visto esas fotos antes, algunas réplicas más pequeñas, habían estado dentro de los sobres.
—Es tu primo, solía mandarte fotos de él, ¿tuviste tiempo de verlas?
—Algunas.
—Me alegra, se llama Matthew Red, mi hermana y yo decidimos juntas poneros como segundo nombre colores, tenéis la misma edad. Tú eres Blue, por tus ojos y Matthew por su pelo, es pelirrojo, precioso. Le encantará conocerte.
—Em, Sully, ¿podrías… podrías decirme por qué se fue mi madre?
—¿Tú padre no te dijo nada?
—Me contó que le pidió el divorcio días después de tenerme, cuando se enteraron que era bipolar, ella se negó a hacerme seguir las normas de mi padre. entonces pidió el divorcio y mi custodia. Mi padre ganó y mi madre desapareció.
Me miró unos segundos con la cara desencajada. Ahí supe que mi padre me había mentido otra vez.
Una vez más entre cientas; quizá miles.
—Lo mejor será que nos sentemos. ¿Te gusta el té de lavanda? Voy a preparar un poco.
—Es mi favorito.
Me giñó un ojo y desapareció hacia la cocina mientras yo me acomodaba en el sofá.
—Ya decía yo que esas cosas se contagian en la familia. También es el favorito de Red.
Unos cuantos minutos después volvió con dos tazas humeantes.
—¿Puede contarme la verdad ahora?
—Cariño, ¿estás segura de querer saberlo?
—Es la segunda cosa de la que estoy segura en toda mi vida.
Suspiró.
—Mi hermana es una buena persona, no hacía daño a nadie, no le importaba que hubiera personas con trastornos mentales siempre y cuando no hicieran nada malo, pero no quería estar casada con alguien así. Y conoció a tu padre, se enamoraron locamente; ella no sabía que él era bipolar. Ninguno de nosotros lo sabía y lo ocultó hasta que naciste tú, entonces, cuando heredaste su trastorno, no pudo seguir con su mentira. Mi hermana enloqueció, se sentía engañada y traicionada. No reconocía al hombre con el que se había casado. Le pidió el divorcio. Te mandé cartas, pasara lo que pasara, tú eras mi sobrina y tenía derecho a conocerme a mí y a tu primo.
—¿Y mi custodia?
Negó con la cabeza.
—Nunca la pidió. Lo siento, mi niña.
Reprimí todas las lágrimas que querían escapar de mis ojos. Papá ya me había preparado para esto, llevaba toda mi vida diciéndomelo, ya debería de haberlo asimilado.
—No importa, ya sabía que mi madre no me quería.
No me quería.