¡soy gay!

Capítulo 3

 

 

Los ojillos de Andrés gilipollas oportuno se hacen enormes ante mi nada sutil saludo. ¿Qué esperaba? ¿Flores? ¿Mariachis? Pff. Jamás. Espero que de media vuelta y se vaya por donde ha venido, pero se mantiene firme, recuperándose rápidamente de mi brusquedad.

Si, si, la mayoría de las veces soy un pan de Dios, pero él ha gastado todas mis reservas y comienzo a creer que hay algo malo con él, no su orientación, eso no es nada malo, sino su capacidad para detectar el disgusto por su persona.

―¿Qué haces aquí? ―cuestiono de nuevo, emparejando la puerta y cruzando los brazos en el pecho. En estos momentos, seguro parezco mas un guardia de algún antro, que un niñero no oficial, pero no parece estar nadie cerca para verme.

―Compre pizza ―dice, como si tuviera que darle una medalla por ello.

En definitiva, a este hay que darle con un martillo en la cabeza para que note las indirectas.

Me sostiene la mirada y le doy algo de crédito por ello, pero también me molesta con su carilla de bobo, sus lentecitos de intelectual y su ropa remilgada. Y pensar que me gustaba, pero verla tambien me hace pensar en esa noche y en lo idiota que debí verme con los calzones hasta el suelo.   

―¿Y? ―No es que me haga el difícil, porque tampoco quiero que me ruegue, eso ya pasó, pero se ha dedicado a mandar señales opuestas. Así que ¿por qué si dijo que no podía ser, ahora parece todo lo contrario?

―Pensé que podría estar que terminen la cita.

Mi diablo interno murmura “¿En serio piensas?”, pero lo callo, porque eso sería darle demasiada importancia.

―Hay un café en plaza o siempre puedes esperar con Matías y mi hermana.

―Ellos están ocupados.

Si, ya me puedo imaginar con que o como.

―Siempre puedes esperar en tu casita. No tienes porque esperar aquí.

Por primera vez desde que abrí la puerta, parece inseguro, incluso se mueve nerviosamente sobre sus pies y la pizza en su mano tiembla.

¡Maldición! ¿Por qué tendré un corazón de pollo? Debería de odiarlo, pero por mucho que lo quiera demostrar y decir…

―Pasa. ―Me hago a un lado, lanzando una miradilla alrededor, por aquello de los mirones y chismosos―. Solo no hagas ruido, la niña está dormida y si la despiertas, tendrás que cuidarla ―digo quitándole la pizza antes de que la tire y me salga con cara de pizza porque ya se me antojo.

Él entra, quedándose tan inmóvil, casi como si no se atreviera a respirar y eso de nuevo me hace dudar en mis duros juicios contra él. No es un mal tipo, salvo ese vergonzoso episodio no ha sido un cretino, pero… tal vez, como dijo el Evan, solo estoy sentido porque no me lo pude coger.

―Siéntate. ¿Cerveza o refresco? ―pregunto encaminándome a la cocina con mi carga.

―Un refresco está bien.

Gruño. Porque parece que sabiamente ha decidido evitar la cerveza, así que es posible que siga culpando al alcohol por sus fechorías. ¡Hombres! ¿Por qué no aceptan que todos tienen un poquito de gay en sus venas? Así como de infidelidad.

Dejo la pizza en la mesa y tomo dos platos, colocando un par de rebanadas y luego, como toda una sirvienta… ¡Genial! Lleno dos vasos con refresco, porque tomar cerveza cerca de él no es sabio, como tampoco el hecho de que no tengo idea a que hora se le dará la gana a Pancha volver.

Regreso, encontrándolo sentado, pero tan modosito, que me sigo preguntando como es que nadie ha concluido que es del otro bando.

No se los entrego, solo eso faltaba para que me viera cara de gata, se los dejo en la mesita del centro, lo mas lejos que puedo, para que tenga que estirarse. Y como toda una diva, me siento dando play a la película y decidiendo maduramente ignorarlo. No puedo echarlo, pero tampoco tengo porque entablar una conversación racional. Todo tiene un límite, incluso yo.

―Me voy a casar.

La pizza amenaza con asesinarme, bloqueando mi tráquea, pero trago y entonces no estoy segura de haber escuchado lo que dijo.

Apago la televisión y dejo mi plato en la mesa, centrándome en su cara. Tiene que estar jodidamente bromeando.

―¿Has venido solo para decirme eso? ―pregunto, subiendo mi tono un par de grados, pero modulándolo cuando recuerdo que a unos metros hay un bebé que podría comenzar a llorar y que mis nervios no ayudarían a calmarlo. Pero las ganas de romperle la cara, ahora se han duplicado. ¿Por qué tuve que dejarlo entrar?―. ¿Por qué exactamente necesito saber eso?

Él tambien parece darse por vencido con su pizza y me mira temeroso, tanto que me recuerda a Sara, cuando pensaba que la quería matar.



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En el texto hay: amor, amor drama, noeresgay

Editado: 08.01.2020

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