Hoy recordé lo que es inevitablemente.
Vi a todas las personas felices, riendo entre ellos a más no poder y sin darme cuenta me uní a sus chácharas, bromas entre sí y bailes sin sentidos. Todo se sentía tan perfecto, tan familiar, como cuando éramos cinco y ahora éramos más de diez.; pero no me importaba cuantos éramos, está sería la última vez que vería a todos.
Un viaje de campo sin repelente de insectos.
Aún recuerdo el primer día, ese primer día me alentó a seguir, y este último me recordó el por qué decidí seguir con todo esto.
Verlos reír con las tonterías que hacía el otro; fue un sentimiento que no quiero olvidar de nuevo, quiero que viva dentro de mí como una llama que alimenta la mejor parte de mí. No deseo apagarla pero será lo mejor para todos.
Cuando acabó todo, me invadió nuevamente esa sensación durante mucho tiempo me costó describir, no era de alegría ni felicidad sino de melancolía y congoja. Tal vez fue por la despedida que desee que nunca terminara, o por tener que regresar a lo que era antes de conocerlos.
Sea como sea, no me verán nunca más a pesar de sus reencuentros, a pesar de sus videollamadas. Ahora solo me queda esperar a que el tiempo haga lo suyo y la imagen de esta pequeña alma quede en el olvido.
Y maldita sea, siendo sincero si los extrañaré. Son todo para mí, son un fragmento de mí que ellos mismos ganaron con cada pequeño acto que ante otros ojos parecería insignificante, pero para mí fue más grande que el mismísimo mar.
Los extraño y extrañaré a cada uno pero no los quiero de nuevo.
01 de enero del 2020