Jaime y Alma estaban de pie viendo la tumba de Leonora. Alma estaba con sus manos cruzadas, dando pequeños suspiros para contener el llanto lo cual no pudo hacer, pero esta vez en lugar de llorar solo soltó unas cuantas lágrimas las cuales se limpió rápidamente con un pañuelo. Jaime se mantenía de pie con su sombrero en las manos mirando la cruz y la veladora aún encendida. Alma lo tomo de la cintura y después recargo su cabeza sobre su hombro. Jaime también tomaba a Alma de la cintura, cuando de repente y sin que se dieran cuenta, una cortina que cubría una ventana en el segundo piso se recorría. Era Gabriel quien estaba de pie en la alcoba de Leonora viendo a su hija en los brazos de Jaime. Se quedo muy pensativo viéndolos a ambos por un momento, para después bajar su cabeza, recorrer de nuevo la cortina y alejarse de la ventana.
Alma y Jaime terminaban de visitar la tumba de Leonora y ambos caminaban por el patio.
--¡Vaya como han cambiado las cosas! —comentaba Jaime mientras caminaba hacía el zaguán.
Alma lo seguía, pero después se detuvo a mitad del patio, se giró y fue cuando pudo ver a Gabriel bajando lentamente por las escaleras.
Jaime se detuvo de golpe y se quedó de pie dándole la espalda a Alma.
--Ahora que tu madre ha fallecido… ¿Qué harás?
--¿A qué te refieres?
--No pensaras en seguir viviendo aquí. ¿Cierto?
Alma se quedó callada pues no había pensado en que hacer ahora que su mamá había fallecido.
--Pues no se…
--¡Vente conmigo! —dijo Jaime dándose la vuelta y acercándose con un solo paso a tomar a Alma de la cintura.
Alma no esperaba la propuesta de Jaime. Se quedo atónita y turbada sin poder pronunciar palabra alguna. Después se puso nerviosa y empezó a tocarse las manos ansiosamente.
--Jaime, yo… No puedo…
--¡Alma! ¡Ya no puedes quedarte aquí! ¡Mira esta casa! ¡Esta derruida y a punto de caerse!
--Es que…
--¿Es que, qué?
--No puedo dejar a mi papá—contestaba Alma a Jaime quién la soltó súbitamente y se apartó de ella lentamente sin quitarle su vista llena de pánico de encima.
--¿Tu papá? —preguntaba Jaime, muy exaltado--¿Tu papá está aquí?
--Si. Déjame presentártelo—decía Alma girándose hacía la escalera, pero en cuanto lo hizo, se dio cuenta que Gabriel ya no estaba ahí. Alma se desconcertó y grito hacía arriba para llamar a su papá el cual no contesto ni bajo.
--Pero…Estaba aquí—decía Alma desconcertada, confundiendo y turbando a Jaime quién la observaba con sus ojos aterrorizados.
--¿Te sientes bien, Alma?
--Si. Estaba aquí, pero no sé a dónde se fue, yo creo que voy a …
Alma ya daba un paso hacía la escalera, cuando Jaime la detuvo de repente al sujetarla de un brazo.
--¡Vente conmigo, Alma!
--¡Ya te dije que no puedo! —contestaba Alma girándose y dándole la espalda.
--¡Pero no puedes quedarte! ¡Este pueblo está abandonado! ¡Ya no hay nada aquí!
Alma no podía aceptar irse con Jaime, pues ahora que su papá volvía después de tantos años de no verlo, no podía dejarlo. Jaime estaba empecinado en llevársela y en casarse con ella y aunque lo amaba y aunque sabía que era el hombre de su vida tampoco podía abandonar a Gabriel. Estaba en un dilema por los dos hombres, por un lado, su papá que hace años que no veía, volvía para estar con ella y por otro lado Jaime quien también se había marchado para buscar un mejor trabajo, regresaba para llevársela. Era irse y casarse con Jaime o quedarse y vivir en la casa con su papá. Así que no le contesto ya que necesitaba un poco más de tiempo para pensar bien las cosas y tomar una decisión.
--Escucha Alma…Iré al siguiente pueblo a arreglar algunos asuntos…Volveré máximo en un par de días…Cuando vuelva espero que lo hayas pensado—fue el término que le dio Jaime a Alma
Desilusionado, pero sin más que poder hacer en ese momento, Jaime se dio la vuelta dejando a Alma atrás para salir de aquella vieja casa.