El sonido de los cubiertos amenazaba con volverlo loco. A la mesa se sentaban, su padre, mejor conocido como el Conde de Beverley, su madre la Condesa, y el hermano menor de Charles, William. A pesar de que podía presumir tener una relación socialmente aceptable con su familia, Charles extrañaba el calor de los Vasco de Avellaneda. Podía simplemente ver las diferencias entre las dos familias, por mucho que se odiara al hacer la comparación.
El único ruido además de los cubiertos, eran los sirvientes entrando con los diferentes platos, seleccionados cuidadosamente por su madre, quien siempre había medido el contacto físico y las palabras de aliento con sus hijos y esposo.
Charles respiró profundo y bebió vino de su copa, su hermano William le dio una ligera sonrisa.
Era demasiado joven para entender, demasiado inocente para marcharse de esa casa con sus escasos años. Podría pedir a su hermano que viviera con él, que se fuera de ese lugar antes de que comenzara a destruir su alma, tal y como lo hicieron con Charles, más dudaba que William quisiera retirarse.
Esa mañana, Charles había recibido un mensaje de uno de los sirvientes de su madre, era una invitación a cenar esa noche, y no podía rechazarla, pues su padre, el Conde, tenía algo importante que decir.
Si tan solo pudiera saltar la cena e ir al meollo de la situación, pero no, como familia aristócrata de Inglaterra, tendría que quedarse incluso a tomar el té.
― ¿Te aburrimos?― preguntó su padre con molestia cuando Charles suspiró por quinta vez.
―Me temo que el tema de conversación no es de mi agrado― respondió con un toque de ironía―. Y ciertamente mi respiración no queda con los armoniosos sonidos de este lugar.
―Charles…― murmuró su madre.
Él estaba seguro, de que si ese comentario hubiese sido hecho en la mesa de los Vasco de Avellaneda, habría sido seguido por risas y no por un reproche.
―Tu familia te necesita aquí, Murphy― comentó su padre con calma, mas podía ver la vena marcarse en su frente, haciendo acopio de toda su paciencia.
Charles odiaba que lo llamaran Murphy, pues era el nombre de su abuelo y de su padre. El disponer de ese nombre era como si su destino ya estuviera decidido.
―Estoy aquí― replicó―. Aunque me temo que no por mucho tiempo si esta conversación se dirige a donde pienso que lo hace.
― ¿Te marcharas tan pronto?― preguntó su hermano con tristeza―. Esperaba poder mostrarte mi nueva colección de…
― ¡Calla, William!― exclamó el Conde de Beverley.
El hermano menor cerró la boca y bajó la mirada a la mesa. Los sirvientes que continuaban entrando para retirar los platos de la mesa, intercambiaron miradas, sabían lo que significaba despertar la ira del señor de la casa.
Mas Charles disfrutaba despertar esas emociones en su padre, al menos así sabía que podía sentir algo.
―Ha sido una velada estupenda― ironizó Charles, dejó la servilleta y empujó la silla hacia atrás para ponerse de pie―. Aunque me temo que podré ver tu nueva colección en otra ocasión, William, cuando padre se encuentre de mejor humor.
―Te prohíbo que te marches― espetó su padre, golpeando con ambas manos la fina madera sobre la que estaba tallada esa mesa.
Charles ya le daba la espalda, caminando en dirección a la salida del comedor para dirigirse al pasillo a recoger su abrigo.
Giró lentamente ante la invitación en esas palabras.
― ¿Me prohíbes?― inquirió, sintiendo la sonrisa tirar de sus labios―. La última vez que osaste prohibir algo, me marché de esta prisión.
―Es necesario decidir acerca de tu porvenir…― intervino su madre, ya que el Conde no podía hablar debido a la furia.
― ¿Mi porvenir?― replicó, soltando una ligera risa―. No, lo que les importa es el título heredado de esta familia porque saben que William es muy joven para recibirlo. Y lo último que quiero es estar atado a las órdenes y favores de cualquier persona en la aristocracia. Así que me marcho.
Subió los tres escalones que lo separaban del pasillo, ignorando los gritos y llamados de su padre en el comedor, tomó su abrigo de uno de los sirvientes que lo esperaba al lado de la puerta ya abierta para él. Charles la atravesó y soltó un suspiro de alivio al escuchar la lluvia caer y el ruido de los coches contra las calles. Miró hacia atrás, a la puerta ahora cerrada, a los pilares en la entrada, los vitrales perfectos y la gran casa de descanso de sus padres en la ciudad, la mansión de la cual Charles había escapado, se encontraba en el campo.
Caminó en dirección a las calles, con los coches salpicando agua sucia sobre su pantalón y botas. Él ocultó su rostro de las miradas curiosas dentro del cuello del abrigo, la lluvia mojando su castaño cabello, volviéndolo de color negro, tan oscuro como las plumas de un cuervo.
Sonrió a pesar de su temperamento. Catarina lo había comparado con un cuervo, quizás ella tenía razón, después de todo, solamente cargaba desgracias en su espalda.
Algunas personas en la ciudad sabían quién era Charles, a que familia pertenecía y del favor de quien gozaban. A otros no les importaba pues estaban ocupados en sus labores diarias. Y había una parte de la ciudad, en la que justamente había comprado su casa, ahí donde simplemente era un joven en busca de oportunidades, viviendo en el anonimato, sin sirvientes, tomando la comida de una posadera y vistiendo ropas que en otra época habrían avergonzado a su madre.
Caminó por las mojadas calles con las manos dentro de los bolsillos del abrigo y la cara oculta en el cuello del mismo, alejando a los otros caminantes con miradas de desprecio o ademanes despectivos. Era lo único que había bien aprendido de su padre.
Tal vez, Charles hubiera sido un caso completamente perdido en la aristocracia, de no ser por el hermano de su abuelo, el amable tío Emmett, quien no había heredado un título, quien había dedicado su vida a la música y la escritura, convirtiéndose en un famoso pianista, ganando su fortuna de esa manera, fortuna que al morir, había heredado a Charles para liberarlo de las responsabilidades de su familia, fortuna que él mismo pensaba compartir con William y hacer crecer a través de comercio… y tal vez, solo tal vez, en un futuro poder aprender acerca de los inventos de esos hombres a los que llamaban locos, saber todo sobre el globo aerostático y los barcos de vapor. Incluso poder llegar a otra forma de sustento que acabara con la caza de ballenas y la pérdida de vidas de muchos marinos.