Sé que es tarde y aun estoy acostado en mi cama con los brazos totalmente extendidos sobre ella. No tengo ni la más mínima intención de apartar las sábanas de mi perezoso cuerpo. ¿Como no estarlo? En pleno comienzo de las vacaciones de fin de cursos al fin doy un largo suspiro de satisfacción. Libre de tareas, exámenes y maestros gruñones que solo buscan atormentar a sus alumnos.
El sonido que me despertó no es alarma —por suerte— pero sí una insistente llamada. Limpio mis ojos, me coloco mis lentes y al fin me doy cuenta de quién se trata. La pantalla con marcas de sus múltiples caídas muestra la foto de mi madre que tomé en su reciente cumpleaños. Dudo en contestar pero al fin accedo.
Puedo afirmar que ella está apunto de hacerme mil interrogantes en tan solo unos segundos.
—¿Te gusta la casa? ¿Cómo te sientes en ella?
—Bastante bien —aún con la voz somnolienta añado—: tienes muy buen gusto.
—Lo sé cariño. Por cierto, ¿por qué no llamaste cuando llegaste a Newark? El texto no me bastó para saber un poco del viaje. Robert, te pedí que lo hicieras.
Quería evitar tus interrogantes, así que no me preguntes.
—Lo siento mamá. Preferí escribirte, estaba cansado y dormí en cuanto caí a la cama —explico—. ¿Y que tal van los negocios?
La forma perfecta para desviar una incómoda conversación de mi madre.
Soy un genio.
—Mejor de lo que esperaba. Han ido incrementado las ventas y por cierto, tengo muchos pedidos. Pero bueno, hablando de trabajo ¿ya conseguiste empleo?
—No aun no. Tengo planes de hacerlo hoy.
Miento. El hecho de salir los dos primeros días a caminar con el objetivo de conocer un poco más la ciudad. Me daba pereza el solo pensar que debía de buscar empleo.
—Hum... ¿no crees que ya es muy tarde? —miro el reloj que está al lado de mi cama. ¡Maldita sea! Me levanto de golpe dejando las sábanas en el suelo a mi paso. —Es casi mediodía —afirma.
—Si lo sé. Tengo que irme.
—Está bien. Llamame pronto para saber de tu trabajo y de tus nuevos amigos.
—Lo haré. —Cuelgo. Me desnudo rápidamente y me adentro a la ducha.
Stephanie, mi madre. Es un poco de todo: aveces muy exagerada y complaciente de sus dos únicos hijos. Yo el menor de ambos. En su negocio donde diseña vestidos para novia le está yendo cada vez mejor. Por tanto, ella junto a mi padre me obsequiaron esta pequeña casa en la ciudad de Newark en mi reciente graduación del instituto de bachillerato.
Es extraño el hecho de que no haya demasiada iluminación en la habitación y, al mismo tiempo, sea tan tarde. Elijo unos vaqueros y me los pongo tan rápido como puedo. Abro las cortinas rojas que cuelgan de la superficie de la ventana y atraves de ella puedo contemplar todo lo exterior totalmente cubierto por una espesa niebla con ligera llovizna que salpica el cristal de las ventanas.
Me pongo uno de mis abrigos, tomo un paraguas y salgo hacia la calle.
Apenas doy unos pasos sobre la acera y puedo darme cuenta de la escasa cantidad de transeúntes. Todos abrigados y caminando de prisa.
Camino hasta el final de las primeras calles, después sigo con otra y al final termino frente a un restaurante —un poco enorme ante mi—. Sus características externas son un poco peculiares a los demás: doble puerta de madera con cristales a ambos lados, atraves de ellos puedo observar a los grupitos de personas que están en el lugar conversando, bebiendo y llevándose a los labios suculentos bocadillos. Un enorme letrero en la parte superior de la puerta que dice GRAHAM, algunos floreros repletos de rosas y enormes columnas pintadas de azul marino que resaltan de las impecables paredes blancas.
No muy convencido no lo pienso dos veces y entro en él antes de que la ligera llovizna me siga humedeciendo mi abrigo.
El interior es cómodo, tiene música de fondo de esa que asimila cenas románticas y noches prometedoras, «algún día estaré aquí y no será por trabajo» digo mentalmente.
—Disculpe joven. Tome asiento, enseguida le muestro el menú —dice un joven mesero de pelo negro.
—No, gracias. No vengo a almorzar —explico— Deseo hablar con el dueño de este restaurante.
—El señor Thomas ha salido. Pero espere aquí, no se demorará demasiado —responde.
Me dispongo a esperar sentándome en una de las primeras mesas cercana a la puerta principal. Es extraño el simple hecho de pedir trabajo en un restaurante, eso no corresponde a lo que me gustaría dedicarme en el futuro. Bueno —en un futuro muy cercano—. He estado estudiando mucho para los exámenes de admisión y finalmente los he presentado por vía Internet para dos universidades de Nueva York. Sin embargo, aún no me decido en lo que quiero estudiar.
El dueño del restaurante se asoma por la puerta principal llevando consigo algunas bolsas transparentes. Sé que es él. Su aspecto es similar a la de un chef. Solo que no lleva cubierta la cabeza con ese gracioso gorrito —creo que su aspecto de algún modo sería más divertido—.
Tomo mi tiempo y al fin decido despegar mi perezoso trasero de la silla —disculpe señor...
—¿No lo han atendido? —interrumpe—. Siéntese por favor.
—No deseo comer —levanta la mirada y al final me toma la palabra—. Bueno, aun no.
—Bien, ¿entonces que se te ofrece?
—Mi nombre es Robert White. Estoy buscando empleo y quizá aquí tenga posibilidades de obtenerlo.
—Buscas trabajo —afirma. Asiento lentamente mientras contemplo el rostro de Thomas: un poco cansado, pelo negro grisáceo por las canas y escasa barba—. Realmente no pensé que alguien como tú decidiera ofrecerme su servicio —vuelve a añadir—: pero definitivamente tengo lugar para otro mesero.
—Es más que suficiente —respondo sin protestar—. Solo será en el transcurso de las vacaciones.
—Bien —dice asintiendo.
Me despido de Thomas y camino de regreso apresurado por las calles con una mano en el bolsillo de mi abrigo mientras que con la otra sostengo el paraguas. Ahora llueve más fuerte que a comparación de hace solo pocos minutos.