Un ambiente lúgubre lo envolvía todo: una amplia oficina en tonos vino, donde jamás hubo un recuerdo agradable. Aquel espacio parecía hecho solo para guardar sufrimiento.
En el marco de la entrada estaba una niña, la más tierna y dulce que cualquiera pudiera imaginar. Estaba nerviosa; quería entrar, pero solo estar en esa oficina le revolvía el estómago. Sin embargo, al ver al hombre alto e imponente que se encontraba junto a uno de los libreros, leyendo en silencio, cruzó la puerta sin pensarlo. Ya detrás de él, lo llamó:
—Papi...
El hombre no se giró de inmediato. Cerró el libro con calma, como si necesitara terminar el último pensamiento antes de regresar al presente. Luego, con un gesto lento, se volvió hacia ella. Sus ojos, serios y cansados, la miraron.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, sin levantar del todo la voz.
La niña dudó un segundo. Jugó con sus dedos antes de responder.
—Papi, a-Aura... —tartamudeó por los nervios—. Aa-Aura quiere pasar más tiempo con papi.
Lo miró con ojos dulces, buscando una chispa de afecto en su rostro.
Pasaron unos segundos antes de que él respondiera. Esta vez, ni siquiera se molestó en mirarla. Su atención volvió al libro, como si la conversación fuera apenas una interrupción menor.
—Aura... —dijo con tono irritado.
—¡Si, papi! —respondió con entusiasmo, aferrándose aún a la esperanza de que su padre volviera a ser bueno con ella. Después de todo, ella era su hija.
Por alguna razón, seguía creyendo que él volvería a sentir el cariño que alguna vez le había mostrado, cuando su madre aún vivía. Su mente infantil pensaba que su amor sería suficiente para que él también volviera a amarla. Pero no había nada más alejado de la realidad.
—Eres tan molesta... —suspiró, fastidiado.
Su sonrisa desapareció, dejando solo un rostro desconcertado. No podía acostumbrarse a esas palabras, a pesar de oírlas con tanta frecuencia. Sus intentos de ser una buena hija eran en vano, pues seguía siendo tratada con la misma indiferencia. Su mente no lograba comprenderlo; no entendía qué era lo que seguía haciendo mal.
—¿E-eh? —balbuceó, sintiendo cómo un nudo en la garganta se formaba, complicándolo todo aún más. No quería llorar. No quería que él pensara que era una niña débil que lloraba por cualquier cosa—. ¿Soy molesta?
Su voz era baja, apenas audible, al borde del llanto.
Las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos grises. Trató de limpiarlas lo más rápido que pudo, pero era inútil: su mirada se seguía llenando de agua. Odiaba llorar frente a su padre.
Intentaba entender. Pero nada tenía sentido.
El hombre continuó con su lectura, ignorándola como de costumbre. Estaba seguro de que, si la ignoraba el tiempo suficiente, ella acabaría cediendo y se iría llorando a su habitación, como siempre.
—Soy una niña buena... Hago mis tareas... y te hago caso en todo... Soy una niña buena —balbuceó. Sus palabras eran casi indescifrables entre sollozos, pero aun así siguió hablando—. ¿Por qué no me quieres? ¿Es porque no soy como mi hermano William... verdad?
Cuando Aura notó que él seguía rechazándola, rompió en un llanto aún más desconsolado. Aun así, en el fondo, seguía esperando una respuesta reconfortante.
—¿Qué tengo que hacer para que me quieras? ¿Para que me hables como lo haces con mi hermano... y como a mi madre, Ariel?
No pudo terminar la frase. Ezequiel la interrumpió de golpe:
—¡Cierra tu maldita boca de una buena vez! —gritó, cerrando el libro con violencia.
Escuchar de su boca los nombres de su preciado hijo y de su nueva esposa colmó su paciencia.
La niña se tapó la boca con ambas manos, asustada. Solo quería el amor de su padre. No importaba si eran migajas; deseaba, con todas sus fuerzas, ser amada por él.
—Por favor, papá... yo solo quiero, que me quieras —dijo en voz baja, desesperada por ser escuchada.
Entonces lo abrazó por detrás, sin dejar de llorar ni de sollozar.
El hombre sorprendido, la apartó bruscamente haciendo que cayera al suelo; era la primera vez que Aura hacía algo como eso, jamás le cruzó por su mente que en algún momento ella volviera abrazarlo de esa manera como cuando su difunta esposa estaba con vida, entonces la miro ahí tirada por un momento su cabeza se puso en blanco y no pensaba otra cosa más que tomarla y abrazarla, pero, ignoro aquellos pensamientos y una vez más la alejó de él.
—Ni aunque estuvieras muerta recibirías una muestra de mi afecto —dijo, saliendo de la habitación; no quería permanecer más tiempo en el mismo lugar que ella.
Fue en ese momento que el corazón de Aura terminó de romperse, y el brillo que alguna vez tuvieron esos hermosos ojos ahora solo mostraba un profundo dolor.