《Help, I have done it again
I have been here many times before
Hurt myself again today
And the worst part is there's no-one else to blame》
"Los monstruos son reales, y los fantasmas también: viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan."
_ Stephen King
Peach
-¡¡Espalda recta, Peach Anderson!!- repite por decimoquinta vez para luego alzar mi barbilla, y enderezar mis hombros.
Tengo las piernas entumidas, no siento mis pies, es como si tuviera una piedra atada a cada uno. Y para mi mala suerte no puedo mantener una postura digna de una modelo de pasarela. Y no me puedo permitir un descanso hasta que logre caminar con elegancia para el desfile de este fin de semana.
Los libros que tengo sobre la cabeza se tambalean mientras intento caminar erguida, sin curvear la espalda y sin bajar la mirada. Los enormes tacones de trece centímetros no me ayudan en absoluto, cuando llego por fin a la otra esquina de la habitación, sin que los libros se caigan, giro nuevamente para devolverme a la esquina de antes, no obstante, esta vez, sí que se me caen los libros.
- Serás inútil!!- grita con desdén. - No eres capaz de mantener unos malditos libros sobre la cabeza ni por dos minutos. - su mirada me asusta, pero sus palabras me hieren, no entiendo porque me trata así.
Sus tacones resuenan en toda la estancia mientras se acerca a donde estoy. Su melena castaña se balancea de un lado a otro con cada paso que da. Es elegante y hermosa, todo lo que nunca seré.
- Recógelos y póntelos de nuevo sobre la cabeza. - vuelve a tomarme de la barbilla, pero esta vez lo hace con fuerza, lastimándome con su fuerte agarre, que sin duda, dejará marcado sus dedos sobre mi piel, fija sus ojos verdes en los míos y me observa sin ningún tipo de emoción, o tal vez si la hay, pero prefiero pensar que el desprecio que veo en sus ojos es pura paranoia mía y no la fría realidad. -Si se te caen de nuevo, serás castigada. - me suelta y da media vuelta, pero antes, se vuelve a girar y me dice: - ¿Me entendiste?
-Sí. - hablo en apenas un susurro audible.
-Si ¿qué? - exige.
-Si, madre.
Recojo los libros y los acomodo nuevamente sobre mi cabeza. Me enderezo y mantengo la mirada al frente, y entonces empiezo a caminar con seguridad como si los tacones fueran unas simples sandalias y yo estuviera flotando. Estoy a mitad del camino, casi llego.
Vamos tu puedes.
Susurra mi subconsciente dándome porras.
Cuando estoy a punto de llegar, mis rodillas flaquean y caigo de bruces en el suelo con el pelo cubriendo mi rostro. Siento el bufido exasperante de mi madre, a la vez que su mano se aferra a mi hombro y me levanta sin delicadeza alguna del suelo.
- No sé en qué me equivoque contigo, pero claro está que nunca serás ni la mitad de inteligente y talentosa que tu hermano. - me arrastra por todo el pasillo que da paso a las habitaciones de la casa. - Eres una inútil, igual que tu padre, maldita la hora en que me vine a embarazar de alguien como él. - cuando llegamos a la puerta de mi habitación, la abre y me empuja dentro. - Y maldita la hora en que decidí darte a luz. Siempre serás el peor error que he cometido en mi vida. - dice con desprecio.
- Por favor, no me dejes aquí. - le suplico con los ojos llenos de lágrimas.
-Así aprenderás a no ser tan inútil. - cierra la puerta de un tirón dejándome a oscuras y con el corazón roto en dos. Y sin nada o alguien a lo que aferrarme...
Abro los ojos y mi sueño se desvanece en la penumbra de la habitación. Durante un momento mi mente no registra nada más que los rostros de mi pasado. Cada uno de ellos va pasando como flashes ante mis ojos, las lágrimas no tardan en caer y el dolor en mi pecho empieza a avivarse. Tan sólo es un sueño más, un recuerdo más. Una sensación de vulnerabilidad ya conocida. Me digo una y otra vez para dejarlo ir de mi retina. Pero me es imposible olvidar cada palabra que salía de su boca, cada insulto... y el desprecio que acompañaba cada una de sus frases hirientes. Así que me dejo deshacer, dejo caer esas lágrimas que sólo ella y yo conocemos, esas lágrimas que me han hecho ser lo que soy hoy en día. Me aferro a la soledad que consume cada espacio de mi habitación y dejo todo ese dolor salir, o al menos lo intento.
¿Cómo querer a una madre que nunca me quiso?
¿Cómo sufrir su partida si no se puede añorar lo que nunca se ha tenido?
No obstante, la culpa de no sentir remordimiento alguno por su muerte me consume y me atormenta. Cada amanecer, cada anochecer, la culpa sigue ahí, sin razón alguna.
Observo todo a mí alrededor, estoy en casa de Oliver, en la habitación que me asignó para descansar. Las cortinas blancas cuelgan del techo cubriendo la puerta corredera que da paso a un pequeño balcón con vista a la piscina. Mis maletas se encuentran en una esquina de la cama sin abrir.
Limpio mis lágrimas con dedos temblorosos y me levanto para ir hacia el cuarto de baño.
Me miro en el espejo del lavado, frunzo el ceño cuando veo mi rostro y cabello, estoy hecha un asco. Tengo los ojos rojos e hinchados de llorar y marcas en la cara de dormir, creo que hasta tengo un poco de baba seca en la comisura de los labios. Gruño con frustración y abro el grifo para lavar mi cara repetidas veces, luego agarro el cepillo de dientes y procedo a cepillarlos. Siento la puerta de la habitación abrirse así que salgo del baño con el cepillo en la boca para ver quién es.
-Son las nueve y media de la mañana. - me reclama Oliver mirando su reloj.
-Deberías bajar a desayunar. Dentro de una hora debo irme a trabajar. Te espero abajo. - sale de la habitación sin siquiera darme tiempo a responder.