Sunny

OCHO

Sunny no hizo ningún movimiento mientras miraba a Max Taylor caminar hacia lo que parecía su destino. Se cruzó de brazos y enarcó una ceja, aunque él tampoco se fijó en que se había quedado atrás. Sin duda tenía que ser una broma.

Solo cuando llegó hasta el enorme portón de hierro forjado, el chico pareció notar que no lo seguía. Se giró hacia ella y la miró, indiferente.

—¿Qué?

—Un cementerio, ¿En serio creen que soy estúpida?

Si Max esperaba que se metiera con él a ese lugar debía estar más idiota de lo que ella pensaba.

—¿Cuál es el problema? —inquirió, luciendo aburrido.

—Como se estén burlando de mí o quieran hacerse los graciosos jugándome alguna broma...

—¿De verdad crees que entre todas las opciones que podría tener para un viernes en la tarde elegiría jugarte una broma con Betty? —La interrumpió— Puedes quedarte aquí, mientras yo la busco, pero cuando se vuelva a escapar y no tengas donde encontrarla, no te quejes.

Sunny resopló. Ella no sabía qué cosas preferiría estar haciendo Max un viernes por la noche, no lo conocía; pero por lo que había visto de él, jugar en el cementerio con su hermanita no parecía ser la respuesta correcta. Aunque lo que había estado haciendo en la casa momentos atrás tampoco parecía muy divertido.

Lo siguió sin rechistar, porque igual no tenía muchas opciones. Si no asesinaba a Betty, sería su niñera por algo más de un mes y si volvía a perderla debía saber dónde buscar. Nunca pensó que diría aquello, pero había tenido suerte de que Max se encontrara en la casa para ayudarla. Y sabía que era una suerte que no se repetiría con mucha frecuencia.

—Un cementerio... —murmuró tras cruzar el portón y comenzar a internarse entre árboles y tumbas—. ¿Qué niña normal escapa de su casa para meterse a un cementerio?

Ella no podía juzgar lo de escaparse, suponía que todos los niños lo hacían al menos una vez en su vida, pero ¿Aquel lugar? Un poco más y comenzaría a temerle en serio a Betty Taylor.

—Una con un padre muerto al que extraña, tal vez.

A Sunny le costó unos segundos asimilar lo que acababa de decir.

—Vaya, yo... No sabía...

—Por supuesto que no —la cortó. No parecía muy interesado en nada más que ella tuviera que decir.

Bien por ella si no quería sostener una conversación mientras se introducían en uno de los lugares más silenciosos que existían, no sería quien rompiera el estúpido silencio entre ambos, por muy nerviosa que la pusiera el sonido de los grillos, o lo que fuera. Ninguno intentó hablar de nuevo mientras se internaban aún más entre tumbas. Sunny miró al cielo; faltaba poco para que oscureciera y no era una miedosa, pero la idea de estar metida ahí dentro cuando se hiciera por completo de noche no era nada atractiva.

Estaba a punto de perder la guerra imaginaria sobre quién hablaría primero y preguntar qué tanto faltaba caminar, cuando sus ojos detectaron un punto naranja en la distancia. No necesitó recorrer mucho más para confirmar que se trataba de Betty Taylor vuelta un ovillo y dormida junto una lápida que doblaba su tamaño. Al acercarse vio el pequeño montón de florecillas silvestres que tenía al lado y por primera vez en todo el tiempo que llevaba a su lado, el demonio le causó ternura.

Aquel lugar estaba considerablemente lejos de la casa de los Taylor. Ellos no habían tardado demasiado en llegar, pero suponía que Betty debió haber caminado al menos una hora, tal vez más, para llegar hasta allí. Si además se sumaba el detenerse en algún lugar para arrancar flores, tenía sentido que estuviera agotada.

—Se ve tan...

—Poco diabólica, lo sé.

Sunny sonrió, pero luego volvió a mirar a la niña.

—¿Esto pasa con mucha frecuencia? Lo de escaparse, quiero decir.

—Hmm... No lo sé. Tengo la teoría de que se va cada vez que se siente sola.

Ella no quiso cuestionar más, aunque un montón de preguntas vino a su mente. Pero la más importante de todas era ¿Por qué una niña de once años se sentía sola? Ella no era ninguna especialista y desde luego no quería jugar a la psicóloga infantil, pero como lo veía, había una enorme diferencia entre extrañar a un padre fallecido, lo cual era normal, y sentirse solo. Betty estaba rodeada de gente, o al menos eso parecía.

¿Nadie notaba lo anormal que era aquello? ¿Lo peligroso que resultaba?

—¿La despertamos? —intentó sacarse de la cabeza todas las ideas que le daban vueltas.

—Yo la llevaré —murmuró él, adelantándose a tomarla en brazos.

Betty se removió sobre su hombro, pero no despertó, sino que lo rodeó con sus brazos y se encogió aún más. Sunny se atrevería a decir que, pese a lo incómodo que Max parecía estar y aunque todos sabían que si la niña estuviera de veras despierta jamás lo abrazaría, aquella era la imagen más tierna que vería en toda la semana.

—¿Papá...?

Max hizo una mueca casi imperceptible que Sunny no pudo descifrar. Luego carraspeó.

—Max —fue lo único que dijo, pero la niña ya había vuelto a quedarse dormida.

***



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En el texto hay: romance, niniera, comedia juvenil

Editado: 04.10.2024

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