Suspiros, Robados en Otoño

6

"Romeo y Julieta"

Cassander, viéndose atrapado, asintió bastante avergonzado. Se había sentido aterrorizado al saber que Sir Howard podría echarle a él y a su familia del empleo que les había dado hace algunos días y había sentido que mentirle a la hija del noble era lo correcto en esa situación, pues el chico recordaba claramente la amenaza del noble, quién con sus propias palabras había dicho:

"Ni se te ocurra acercarte a mi hija, ella está comprometida desde el momento en que nació y, si un estúpido enamoramiento interfiere, no dudare en sacaros a ti y tu familia de este pueblo".

Cuantas ganas de golpearse había sentido cuando se vio acorralado, las mismas que se multiplicaron al recordar que Sir Howard había salido de viaje ese mismo día, horas antes del amanecer. Sacudió su cabeza y sacó de ella las palabras que su jefe había dicho y se concentró en la hermosa joven que estaba con él en la biblioteca

Ethelanta avanzó hacia una de las mesas de biblioteca y se sentó en una de las sillas de costosa y oscura madera. Cassander hacía magia a su paso, con los artefactos de limpieza que se le había proveído, dejaba cada una de las cosas en la estancia completamente relucientes. Acomodo algunos libros que estaban desordenados y regados por las mesas y los colocó en sus respectivos estantes. Acomodo cada silla y las pocas mesas en un patrón que volvía mucho más cómodo el moverse a través del gran salón.

— ¿Ve? Ya ha terminado y la tarde apenas comienza. — sonrió victoriosa la joven. Cassander no pudo evitarlo y le devolvió a Ethelanta la sonrisa, una un poco más nerviosa, pero seguía siendo genuina, mostrando así sus tiernos hoyuelos que causaron nada más que ternura y anhelo en la chica. —Mi madre tenía hoyuelos como los suyos. Los veía cada vez que sonreía para mí o a mis hermanos.

— ¿Habla usted de lady Ealeen? —pregunto Cassander ardiendo en curiosidad. Ethelanta solo asintió, atenta a lo que pudiese salir de los labios de su momentáneo acompañante.

—Mi madre decía que era una mujer hermosa y valiente. Para mi desgracia, no tuve el placer de conocerle, y me temo que ninguno de mis hermanos pudo conocerle, al igual que yo. —hablo de nuevo Cassander, esta vez con la mirada en el suelo, la pena se había vuelto una con él, al igual que la vergüenza y timidez, emociones que se potenciaron al verse siendo el objeto de la atención y mirada de Ethelanta Howard.

Cassander Claudine se desconocía completamente cuando estaba en presencia de la pelirroja y eso le molestaba, no sabía qué hacer o qué decir y eso le causaba mucha vergüenza.

—Yo si pude conocerle y puedo decir que, mi madre era una mujer hermosa, tenía el cabello de un tono de rojo incluso más fuerte que el mío. Sus ojos eran azules, tan idénticos a los de mis hermanos mayores. Como le extraño. —relato la joven, la pena era visible en su mirada y se sentía espesa entre sus palabras.

—Es difícil, el extrañar a alguien y no poder hacer nada para recuperarle.

—Sí, es muy difícil. Mas este no es momento para llorar, insistí esta tarde porque deseaba su compañía y ahora usted me debe una buena tarde de lectura y no tiene posibilidad alguna por escapar de ella.

...

Cuando Cassander termino de limpiar y ordenar, apenas tuvo tiempo alguno para salir de la biblioteca y llevar los artículos de limpieza antes de que la pelirroja le tomase de una mano y le arrastrara con él hacia las escaleras que conducían al tercer, y solitario, piso de la mansión.

— ¿A dónde me lleva?

—A mi lugar favorito de toda morada. —Respondió la pelirroja sin mirarle— Cuando era pequeña, mi madre, me traía para acá arriba, sin falta, todas las tardes. Me leía un libro y jugábamos. A veces venían mis hermanos y mi padre pero, desde que ella murió, nadie además de mi, sube hasta acá.

Condujo al joven por un oscuro pasillo, donde abundaban retratos viejos y llenos de telarañas. Entre ellos vio retratos de la pelirroja junto a otra mujer de rostro cariñoso y llena de belleza, en alguno que otro, salían todos los Howard's y también la hermosa mujer pelirroja. Recordó entonces lo que anteriormente le había dicho la pelirroja que le arrastraba por el pasillo, y supuso que la mujer de los retratos era lady Ealeen.

Entre los cuadros también habían hermosos paisajes cuyas líneas y colores Cassander no había visto antes, pues pensaba que jamás olvidaría tales bellezas, las cuales solo, para él, deberían pertenecer al castillo donde la mismísima reina Victoria habitaba.

Ethelanta abrió una puerta y un rayo potente de luz les dio en la cara a ambos jóvenes. La noble rió abriendo la puerta completamente y la traspasó soltándole a Cassander la mano, como una muestra de que la chica quería que él decidiera si entrar o no con ella. Cassander no se lo pensó dos veces, si ya había llegado hasta allí, no se retractaba, y entró tras de ella, consumido completamente por su curiosidad.

Se vio en un balcón en el tercer piso de la mansión. Habían unos muebles marrones que atraían a cualquiera con solo mirarlos y nada más. El balcón carecía de alfombras o mesas, más en un rincón había un baúl de madera oscura y detalles dorados en un material que parecía oro. Cassander busco a Ethelanta con la mirada y le encontró sonriéndole desde el otro lado del balcón. El sol se hallaba tras de ella, por lo que al joven le dificultaba enfocar el rostro de quien le había llevado hasta ese lugar.

Pero, a vista y opinión de Cassander, Ethelanta de veía como uno de los ángeles que aparecían en tantísimos cuadros creados por los artistas famosos, cuyos nombres no recordaba y tampoco aspiraba a recordar en ese momento. Claro, porque a ser sincero, jamás los aprendió.

—De verdad, eres hermosa— susurro inconscientemente, pero empleando mas fuerza de voz de la que habría querido usar de haberlo dicho de forma consciente. La chica sonrió al escucharle, pero no dijo nada con respecto a ello, algo le decía que el chico se marcharía avergonzado si ella mencionaba tal acción y que perdería cualquier oportunidad de crear una amistad con el joven Claudine.




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