Tan solo un segundo

Capítulo 2: Barcelona.

Alex

—¿Lo llevas todo, papá?—pregunté mientras terminaba de cerrar mi mochila para después ponerla en el suelo y dejarla en la entrada.

—Sí—se presentó con una mochila pequeña en la puerta—. ¿Nos vamos?

—Por supuesto.

Cogí las llaves de casa para cerrar la puerta una vez fuera. El taxi que nos llevará al aeropuerto de barajas estaba estacionado justo enfrente del portal. Tuve que llamar a para que un taxi nos recogiera ya que mis amigos asquerosos no nos quisieron llevar porque es la hora de dormir. Son las cinco de la mañana y el vuelo sale a las siete. Me lo apuntaré para si algún día les falta algo y yo les sacaré el dedo.

Pillamos tráfico en la carretera y eso me estresa. El taxi tarda unos diez minutos en dejarnos en la puerta de aeropuerto desde el atasco. Le pago con la tarjeta electrónica y buscamos la puerta del vuelo 870 después de nos hagan el debido control que hacen siempre. 

—Creo que es por aquí—le dije a mi padre mientras atravesávamos una tienda llena de juguetes y comida. Después de un buen rato, encontramos la fila.

—Menos mal—dijo mi padre—. Pensaba que al final llegaría a Barcelona andando.

—No seas dramático y siéntate un rato—me recoloco la mochila en la espalda.

Decidimos llevar mochilas ya que te ahorras dejar las maletas y esperas tres horas para recogerla a la vuelta y otra vez para volver a casa. La chica aparece sobre las seis y media para que le enseñemos los pasaportes y dejarnos entrar. Nos ponemos en la cola interminable para ir a nuestro destino. Cuando abren las puertas del avión, la gente se sienta en sus sitios asignados y nosotros hacemos lo mismo. Escogí el lado de la ventanilla ya que a papá le encanta mirar el paisaje mientras despegamos.

—No me creo que esto esté pasando—habla mi padre—. Nunca conseguiré pagarte esto...

—No pienses en eso, papá. Yo cumplo mis promesas.

—No te entiendo.

Saqué el ejemplar de Los temores de Alisa y se lo doy a mi padre—Conseguí que me dieran uno. Abre las primeras páginas, por favor.

Mi padre obedece y lee la dedicatoria.

Esto es para ti, papá porque siempre cumples tus promesas

y esta vez me toca hacerlo a mí. 

Te quiero.

—Un día te dije que cuando tuviera el suficiente dinero te llevaría... ¿Te acuerdas?

—Sinceramente, pensaba que era una broma.

—Ahora ves que no lo es. Duerme un rato.

Mi padre se recostó sobre el asiento no muy cómodo del avión y en unos cinco minutos, él ya estaba dormido mientras despegábamos por el cielo lleno de estrellas. Miré de reojo por la ventana, Madrid se hizo un nido de luces muy pequeño. Es hermoso desde aquí arriba.

Cerré los ojos. Estaba imaginando el día de hoy. Cierto es que me gasté muchísimo dinero, pero todo será por la felicidad de mi padre. Doy gracias a la vida que mis novelas hayan triunfado porque si no hubiera pasado, nunca habría podido llevar a papá a Barcelona.

Sonrío porque los momentos malos se queden en el pasado y los buenos llegarán en un futuro. Es mi corazonada antes de dormirme en el hombro de mi padre.

Pasaron unos cuarenta y cinco minutos cuando el piloto avisa por megafonía que vamos a aterrizar. Despierto a mi acompañante para que se ponga el cinturón de seguridad y me mire con nervios, con impaciencia de aterrizar ya y pisar Barcelona.

—Tranquilo, papi. Me estás poniendo nerviosa.

—Lo siento, hija, pero es que estoy muy impaciente—confiesa. Yo me río.

—No pasa nada, yo estoy igual—admito.

El avión aterriza por la pista hasta detenerse y poner las escaleras para bajar. Cogemos nuetsras mochillas para poder salir entre toda la gente. Cuando conseguimos salir, paramos a un taxi para que nos lleve a la casa de alquiler que cogí para que pudiéramos alojarnos estos dos días.

El taxi nos estaciona en la misma puerta, donde el propietario nos espera en la puerta de la pequeña casa de dos pisos. 

—¿Alejandra?

—Sí.

—Os enseño la muy rápido, ¿vale? Lo siento pero es que me ha surgido un improvisto.

—No se preocupe, podemos verlo nosotros.

—Gracias, de verdad. Cualquier duda, tienes mi número de teléfono.

—Descuida.

—Que lo pasen bien—se aleja demasiado rápido para coger el coche y salir pitando.

Nos metemos en la casa con las llaves que me tendió el señor que ni se presentó. En fin, da igual. El salón es gigante, tiene un sofá negro y enfrente hay una televisión absolutamente enorme, la cocina esta justo a la derecha del sofá, que es muy pequeña pero para los dos servirá y dos habitaciones con camas de matrimonio. Le dejo la habitación grande a mi padre, él rechista, pero no le dejo hablar. 

—¿Qué? ¿Nos damos una vuelta por aquí?—mi padre salió de la habitación cuando terminó de colgar su ropa. Le miro con ilusión.

—Me pongo las zapatillas y nos vamos a inspeccionar por ahí.

Eran las ocho y media de la mañana y lo normal era echar una cabezadita, pero decidimos salir a inspeccionar la ciudad a la que yo solo había ido una vez con mis amigos cuando teníamos dieciséis años en el viaje de fin de curso.  Que malos recuerdos... El gracioso de Erik tiró la mochila de Bruno a la carretera cuando estábamos haciendo un tour en un bus de dos plantas. En fin... Cosas de la vida.

Los entrenamientos empezaban a las once de la mañana y tenía pensado que nos fuéramos sobre las diez, ya que nos pillaba un poco lejos. Volvimos a la casa para arreglarnos. Hacía mucho calor, así que me recogí el pelo en una coleta, me puse un pantalón vaquero corto y un top rojo y mis converse de siempre.

Mi padre salió con una camiseta de su equipo favorito junto a una sonrisa feliz. 

—Sabía que podías hacerlo, cielo.



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En el texto hay: fama, amor, carreras de coches

Editado: 17.01.2023

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