Te Conocí Cuando No Eras Nadie

1: 'Hola... tú!

(Sue)

Jamás me he considerado una persona muy... sociable. No. No lo soy para nada. Según mi mamá, es por mi cara natural de desagrado que no puedo evitar colocar cada que alguien se me acerca, a que prefiero pasar mi tiempo libre encerrada en mi habitación y... creo que básicamente a ser yo. 

Pero estoy bien con eso. 

Claro que, no siempre fue todo así. Hace un par de años tenía un grupo de amigos, al cual creí que duraría para siempre. Salía a lugares en los que pensaba que me divertía y gustaban. ¿Y qué pasó? Ni idea. Supongo que me di cuenta de que 1) la mayoría de los que estaban en ese grupo eran falsos, 2) aquellos lugares no eran para mí y 3) disfruto de mi propia compañía y la de los libros. 

A diferencia de lo que algunos creen, soy feliz pasando mis fines de semanas en mi cueva, con mis dos fieles amigos, leyendo alguno que otro libor o viendo una película. ¿Para qué quiero más?

Dos golpes en la puerta interrumpen mi admiración a unos de mis zapatos, sobresaltándome. Limpio mi boca con la mano, por si acaso babee y continuo vistiéndome con la poca energía que una persona puede tener un lunes por la mañana preparándose para su regreso a clases.

—¿Sue? —escucho la voz de mi madre a través de la puerta, seguida de otro par de golpes—. ¿Si estás despierta? Juro que como te hayas vuelto a dormir te sacaré de los pies ¿me escuchaste?

—¡Que sí, mujer! —volteé los ojos—. Me estoy terminando de vestir. 

—Genial. Date prisa que se me hace tarde para el trabajo. 

Escuché sus pasos alejándose y, una vez estuve 100% de que no entraría a mi cuarto de repente, extendí mi mano hacia la mesita de noche para tomar mi celular. Noté que tenía un mensaje de mi mejor amigo, David de hace un par de minutos, por lo que, mientras iba al baño, lo leí, sonriendo.  

De David [7:24]: Buenos días, bella durmiente. Suerte en tu primer día de clases. Espero no golpees a nadie, aunque si es al idiota del que ya sabes que hablo, no me opongo ;) Te quiero. Nos vemos el fin de semana. 

De Sue [7:32]: Primero que todo, no me iré suspendida por él, pero gracias por la propuesta. Segundo, suerte también en tu escuela que está a muchos kilómetros de mí :( Te odio por estudiar tan lejos. Nos vemos el fin de semana. 

—¡Sue Ballet! ¡Muévete o te dejo aquí! —el grito de mi madre casi hizo que mi celular fuera a dar al inodoro, por lo que terminé de hacer mis cosas rápidamente, para evitar alguna tragedia. 

Cuando entré en la cocina, la vi sentada en la mesa, sonriendo a su celular, mientras bebía de esos tes que tanto le gustan. Estaba muy tranquila, como para haberme apurado tanto. 

—¿Y no que se hacia tarde? —enfocó sus ojos castaños en mí. 

—Sí, sí. —se puso de pie, guardando sus cosas en la cartera, mientras yo pasaba por su lado para comerme las tostadas que me había dejado en un plato—. Llévatelas que debemos irnos —dijo, empujándome hacia la salida

—P-pero... —bufé, haciéndole caso. 

Nos fuimos al auto, donde mamá se encargó de la radio. No sé por qué siempre le ha gustado poner música lenta para conducir. Dan menos ganas de entrar al colegio y soportar a todos. 

Apenas llegamos al edificio que muchos llamaban colegio, pero que, en verdad tenía más parecido a un hospital, le dirigí una mirada a mamá de súplica para que me dejara regresar a casa y, al no tener éxito, tuve que bajarme. El lugar estaba repleto de adolescentes. Algunos, conversaban entre ellos, seguramente diciéndose lo mucho que se extrañaron, y otros, como yo, solo caminaban hacia el recinto, con los audífonos puestos.

No había nadie en ese lugar que quisiera ver, honestamente. 

Una vez dentro, fui directamente hacia mi casillero para poder guardar mis cosas y, en ese momento, sentí muchas miradas dirigidas a la entrada, que consiguieron arrastrar la mía.

Debí haberlas ignorado

Un idiota llamado Hans Lange venía entrando. El típico chico que se cree intocable por ser popular. 

Caminaba por el pasillo con toda la seguridad del mundo, saludando a sus amigotes y dejando a la mayoría de las chicas presentes embobadas con tan solo su presencia. 

Su cabello era negro como la noche, largo y con algunos rulitos en las puntas, su piel pálida, ojos casi negros, alto, vestía unos jeans negros y una camiseta blanca ajustada que dejaba ver su torso bien trabajado. Verán que esa era razón suficiente para que muchas quedaran con un enorme charco a sus pies, vaya a saber el Universo de qué. 

Volteé los ojos y nuevamente, centré mi atención en mi casillero. Realmente era muy temprano para soportar estúpidos arrogantes. 

Quizás se pregunten ¿Por qué tanto odio hacia una persona? 

Bueno... volviendo a lo de los amigos que tuve hace unos años... él era uno de ellos. Y no era solo un "amigo", era mucho más que eso. Era mi novio. Mi primer novio. La única persona de la que me había enamorado y la única que lograba darme toda la seguridad que me faltaba. Sabíamos todo del otro. Pero como la vida es injusta, terminamos. Seguimos siendo amigos durante un año más hasta que empezó a cambiar. Comenzó a salir más, cambió sus amistades, probó el alcohol y las drogas, y se volvió el estúpido chico arrogante, mujeriego e idiota que se creía el puto rey del mundo. Y, de la noche a la mañana comenzó a evitarme. Y como yo soy algo (mucho) orgullosa, no hice nada para averiguar qué pasó.

Simplemente, alcé los pechos y seguí mi camino. 

Puede que por dentro mi corazón haya muerto por su indiferencia, pero de eso nadie se enteró, así que punto a mi favor, supongo. 

Cerré mi casillero, quizás con más fuerza de la necesaria y, acomodando mis cuadernos bajo mi brazo, me giré con la intención de ir a mi primera clase del día, pero... claro que el Universo no me iba a permitir pasar desapercibida ante el arrogante. Es por eso que, apenas moví un pie, su cuerpo de piedra me detuvo y, si no fui a caer al suelo, fue porque sus manos en mi cintura me lo impidieron. 




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