(Nick)
Ser menor de edad implica no tener mucha opinión en cuanto a opiniones importantes.
Como mudarte de ciudad, casi al otro lado del país, sin si quiera tener tiempo para reclamar. Obligándote a dejar atrás todo lo que conocías. La casa donde crecí, mis amigos, mi escuela... Era como si me despidiera de una gran parte de mí.
—Nick ¿Puedes cambiar la cara? —levanté la mirada de mi celular y me centré en mi madre, que se había girado levemente en su asiento para observarme—. Es una ciudad muy linda y la casa también lo es.
No dije nada. Solo le sonreí falsamente, para volver a revisar mi cuenta de Instagram, en busca de algo de entretenimiento para el largo camino que nos quedaba por recorrer.
Luego de un largo rato, comencé a sentir nauseas, de seguro por haber pasado tanto tiempo mirando la pantalla, así que bloqueé el aparato y lo dejé a un lado, centrándome en el camino, ya que no había nada más que hacer. A mi lado, mi hermana menor, Madie aprovecha la disponibilidad del aparato y comienza a jugar en él alegremente.
—Nicky —escucho un susurro, seguido de un dedo clavándose en mi mejilla—. Nicky. —otro dedo—. Despieeeeeeerta. —una mano agarró mi hombro y me sacude bruscamente—. Ya llegamos.
—Mierda, Madie. —gruñí al notar que era ella.
—¡No digas palabrotas! —me golpeó el brazo.
—¡Tú no me golpees! —le doy un jalón de cabello.
—Niños, no se pongan a pelear ¿quieren? —mamá apareció entonces, lanzándonos una de esas miradas de reproche que hizo que Madie se alejara de mí y que yo me bajara del auto. Estiré mis músculos y solté un gruñido al sentir una punzada en el estómago que llamó la atención de mi madre—. ¿Qué significa ese gruñido? —se volteó como el exorcista.
—Nada. —hice una mueca—. Creo que un calambre.
Me observó con los ojos entrecerrados, como si intentara leer mi rostro para saber si mentía y, al ver que decía la verdad, asintió y se acercó para dejar un beso en mi mejilla.
—Ayúdanos a bajar las cosas ¿sí? —limpió las marcas de labial que me dejó en el rostro y, luego se giró para entrar en la nueva casa.
Por mi parte, me quedé un rato más en mi lugar, observando lo que sería mi nuevo hogar. Sí... era un lugar bastante lindo. Lo admito. Era grande, de dos pisos y cuadrada como casita de Minecraft, con paredes blancas y algunas partes de piedra negra. Tanía ventanales muy grandes, aunque, no podías ver lo que pasaba dentro. El jardín también era grande y verde, con algunos arbustos y flores por allí.
Me pasé el resto de la tarde ordenando mi nueva habitación y escuchando a Madie juguetear por la suya, que estaba justo en frente. A diferencia de mí, ella si estaba muy entusiasmada por el cambio de casa. Y lo entendía. Tiene solo seis años, no diecisiete.
Reviso mi celular queriendo ver algún mensaje de mis amigos, pero... nada. Ni un solo mensaje en la barra de notificaciones.
Decido dejarlo en mi cuarto y bajo, para dirigirme al lugar favorito de mi padre que tiene la casa. De hecho, la compró por esa razón. Justo debajo de las escaleras, hay una puerta que lleva al paraíso de Danilo West: su enorme biblioteca.
Golpeo la puerta y entro, observando cómo él está de pie junto a su escritorio.
—¿Sabes? Así nunca vas terminar de ordenar este lugar. —me apoyo en el marco de la puerta, sonriéndole divertido y papá cierra su libro, dejándolo sobre uno de los estantes.
Todo el lugar estaba lleno de estantes vacíos, ya que todos los libros estaban en decenas de cajas por todo el suelo, esperando que los sacaran, pero si papá se iba a detener a leer cada libro que tomaba... le quedaba mucho tiempo aquí.
—Con este libro conquisté a tu madre. —sonrió—. Cuando estábamos en la universidad.
—¿Era su favorito? —me acerco hacia el libro y lo tomo en mis manos, ojeándolo. Era muy notable que ya tenía sus años.
—Ahora lo es. En ese tiempo... recuerdo que siempre me hablaba de este libro. Me había dicho que lo leyó una vez en la biblioteca de la universidad y que no se lo pudo llevar. Trató de ir por él al otro día, pero alguien lo pidió antes y... nunca más lo devolvió. —su sonrisa de hombre enamorado era contagiosa—. Yo trabajaba en la biblioteca. Allí la conocí, pero jamás había podido hablarle, hasta que eso pasó. —suspiró y clavó su mirada en la puerta—. Fue todos los días, por una semana a preguntar por el bendito libro. No soportaba su cara de decepción cada vez que le decía que no estaba, así que se lo compré y, al octavo día, se lo entregué.
—Eso es muy romántico —admito.
—Regalar libros, es regalar amor, hijo. No solo estás dando un montón de hojas, es mucho más. Le estás regalando un nuevo mundo, abriendo la puerta hacia la que podría ser su mejor aventura. —me dio una palmada en la espalda—.Si alguna vez te enamoras, dale un libro. Si se emociona y se te lanza encima... entonces es la correcta.
—Lo tendré en cuenta —le digo, aunque vea imposible hacerlo.
Jamás he sentido algo tan fuerte por una chica como para poder decir que estoy enamorado. Más que de una atracción no ha pasado. Nunca nada como para regalarle un libro como hizo papá. Y, pensándolo, es probable que ni una de las chicas con las que he estado reaccione cómo lo hizo mamá. De seguro me miran raro por regalar un libro y me mandan al carajo.
Supongo que aun debo encontrar a la indicada, pero... no quiero encontrarla aún.
Estoy bien así.
—Genial. Ahora ayúdame a ordenar este lugar.
—Sí, señor.
Pasamos horas allí, acomodando los libros de la mejor manera. Cuando terminamos, ya pasan las 10 de la noche. Nos sentamos en uno de los sofás que está en el centro del lugar y soltamos un cansado suspiro.
—Ya deberías ir a dormir, hijo. Mañana debes ir al colegio. —hago una mueca.
—¿No puedo faltar? El viaje fue muy cansador...
Editado: 25.06.2022