Te Conocí Cuando No Eras Nadie

9: Una Rosa

Al día siguiente, sentía que mi ánimo ya había mejorado. 

O al menos lo suficiente como para pensar en lo que me pondría. 

Como de costumbre, luego de vestirme, fui a la cocina, donde mamá miraba su celular y reía como adolescente que lograba entablar conversación con su crush. La observé con los ojos entrecerrados mientras pasaba por su lado y ella intentó disimular su alegría bebiendo un sorbo de su té. No lo logró. 

Era tanta su alegría que contagiaba. 

—¿De qué te ríes tanto? —pregunté, sin quitar mi mirada de ella mientras me iba a sentar del otro lado de la mesa.

—De nada. —dejó el teléfono sobre la mesa y pude ver como sus mejillas adquirían un tono rosado. 

—¡Por el Universo! Te sonrojaste. —eso solo consiguió que el color se intensificara y se levantó, dándome la espalda—. ¡Vamos! ¡Soy tu hija favorita! Hay confianza. —moví la mano entre nosotras. 

—Eres mi única hija —recalcó—. Y no. No hay confianza, porque tú jamás me dices de qué te ríes. Siempre es por un meme. 

—Solo me rio por esas cosas. Mi vida social está tan muerta como mis ganas de ir al colegio. ¿Qué más esperas? Si ni con Sally habló a menos que sea algo urgente. 

—Aun así no te diré. 

—¿Y dejarás a tu hija con curiosidad? —me llevé una mano al pecho, haciéndome la ofendida—. ¿Que clase de madre eres?

—La que te lanzará su zapato si no vas por tus cosas ahora. 

—Agresiva. 

Me levanté de la mesa y fui a mi cuarto por mi mochila, pero me distraje en cuanto mi trasero tocó la cama. Me dejé abrazar por ella, metiendo las manos bajo las sabanas y cerré mis ojos, deseando poder quedarme allí, durmiendo hasta el medio día. Estiré la mano hasta mi celular y le mandé un mensaje a mamá, diciéndole que me quedaría en casa y que podía irse sin mí. 

De inmediato apareció que doble ticket azul. 

Uhm. La señora no había soltado se celular. 

No me respondió, claro. Tan solo cinco segundos después escuché los pasos de mamá acercándose por el pasillo, para luego abrir mi puerta y lanzar una de esas miradas de mamá poderosas. De esas que te dejan bien en claro qué es lo que quieren y que, si no lo haces, las consecuencias serán horribles. 

Pero, con valentía, permanecí como estaba. 

Eso hizo que la mirada se intensificara y, además se cruzara de brazos. La cosa se ponía arriesgada. 

Seguí en mi lugar. 

Pero de repente dio un paso y toda valentía desapareció. Me paré tan rápido como pude, tomé mi mochila y salí corriendo antes de que hiciera algo más. Quería seguir viviendo. 

A pesar de mis quejas matutinas, mamá me dejó en el colegio. Hice una mueca en cuanto su auto desapareció por la calle y me obligué a mi misma a moverme hacia el interior del edificio, como siempre pasaba. 

Cuando llegué a mi casillero, me encontré con desagradable sorpresa. En la puerta de este, alguien había pegado una rosa roja, junto con una tarjeta. Fruncí el ceño, mirando hacia todos lados, antes de agarrar el papel, buscando al responsable de aquello. No fue necesario buscar mucho para saber quién lo había hecho. Su caligrafía y su firma al final de la nota lo delataron. 

"Una rosa, para alegrarle el día a alguien que odia venir al colegio.

Hans"

Volteé los ojos con una estúpida sonrisa en mi rostro que borré en cuanto la noté, y abrí el casillero, para guardar todas mis cosas. He de admitir que, antes de guardar la rosa, la olí, disfrutando de su dulce aroma.

Siempre he tenido una debilidad por las rosas y él lo sabía. Me parecía dulce que aun se acordara de ello. 

¡No! No caigas en sus malditos juegos. Eso es lo que él quiere. No seas así. 

Cerré la puerta, con más fuerza de la requerida, haciendo que emitiera un fuerte ruido que llamó la atención de algunos. Suspiré y me volteé para poder ir a mi clase, pero en cuanto lo hice, di de frente con el responsable de aquella sorpresa, sonriéndome con expectación. 

—¿Te gustó? —preguntó impaciente.

—Muy cliché, Hans. —le puse cara de póker y lo rodeé para comenzar a caminar por el pasillo, queriendo alejarme de él, pero claro. No me lo hizo fácil, porque me alcanzó con tan solo unos pasos.  

—Te gustan los clichés —me recordó. 

Sí. Me encantaban. Tenía una pequeña debilidad por cosas típicas románticas, como las rosas, chocolates, citas románticas y así, pero no era mi culpa. Era de los libros. Ellos eran los responsables de mis altas expectativas para la vida. 

—Entonces... —insistió. 

—Muy dulce de tu parte, Hans, pero no era necesario. —me detuve en la puerta de mi salón.

—Cuando dije que lucharía por ti, hablaba enserio. Haré todo lo que pueda para demostrarte que mis palabras son ciertas. —antes de que pudiera decir algo, Hans se inclinó hacia mí y dejó un rápido beso en mi mejilla y comenzó a alejarse, evitando que le diera un golpe—. Prepárate, Sue Ballet. Lo haré tan bien que no te quedará más remedio que perdonarme —gritó, alejándose.

—Dicen que soñar es gratis. —se dio la media vuelta, avanzo de espaldas. 

—Lo sé. Por eso sueño contigo cada noche. 

Hice una mueca de desagrado, aunque por dentro tenía una enorme sonrisa, las mariposas habían comenzado a volar con fuerza y mi corazón latía como loco. La sonrisa ganó en mi rostro cuando lo perdí de vista. Negué con la cabeza, algo divertida y entré al salón. 

De inmediato mis ojos dieron con Nick, quien tenía su cabeza apoyada en la palma de su mano, con los ojos cerrados. Parecía que estaba durmiendo. 

Lo repasé con la mirada, curioso, mientras dejaba mis cosas en el suelo. Tenía su cabello alborotado y unas enormes ojeras bajo sus ojos. 

Acerqué mi silla a la de él y apoyé mi mentón en su hombro, soplando su cuello. Nick se despertó, saltando en su lugar y yo me quité, riendo. Sus ojos azules dieron con los míos y pude notar lo cansado que estos lucían. Froto su rostro con las manos y apoyó la cara en la mesa. Mientras él se terminaba de despertar, saque un paquete de galletas de mi mochila, comiendo de estas, sin quitar mis ojos de él. 




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