Te Conocí Cuando No Eras Nadie

12: Sorpresa de almuerzo

(Sue)

Viernes.

¿Existe algo más maravillo que el placer de saber que el fin de semana llegó?

Estoy segura de que se les ocurrirá algo, pero en lo que a mí concierne, la llegada del viernes es lo mejor de la semana. Esa sensación de que la alarma no sonaría al otro día y podría dormir hasta tarde. 

Y lo mejor, mejor, era que ya me encontraba tranquilamente caminando a casa.

Cuando abrí la puerta de casa, realicé mi típico recorrido de todos los días hasta llegar a mi cuarto. Me lancé en la cama mirando las estrellas pegadas en el techo. 

Ya había hablado con Nick y él felizmente aceptó mi petición para que me acompañara a comprar el regalo de su hermana, por lo que habíamos quedado más tarde para ir juntos al centro comercial. 

Luego de un largo rato recostada, mi estómago comenzó a rugir, pidiendo comida por lo que me obligué a mi misma a levantarme e ir a prepararme algo, pero me vi interrumpida cuando mi celular comenzó a sonar. Por un momento, creí que se trataría de Nick, para decirme algo relacionado a más tarde, pero no. 

De Hans Lange [13:34]: ¿Qué haces?

De Sue [13:35]: Acabo de llegar a mi casa. 

De Hans Lange [13:35]: ¿Almorzaste?

De Sue [13:36]: No... ¿Por qué?

No me respondió. 

Extrañada, comencé a escribir un nuevo mensaje, pero me detuve en cuanto el timbre de la casa sonó. No podía... ¿o sí?

Abrí la puerta lentamente, temiendo encontrarme con quien creía y... en efecto se trataba de él. Hans Lange estaba de pie frente a mí, sonriendo con una bolsa en una mano y en la otra una botella de Coca Cola. Lo observé confundida por un largo rato, hasta que el habló:

—¿Me dejaras a pasar o me tendrás aquí toda la tarde? —sacudí mi cabeza alejando mis dudas y, por alguna razón me hice a un lado para que entrara. 

No fue necesario decirle a donde tenía que ir. Ya conocía mi casa. Lo seguí mientras caminaba hasta la cocina y se detenía en la mesa, dejando las cosas que traía.

—¿Qué haces? —pregunté finalmente.

—Te traje comida —Uh. Comida. 

Caminé lentamente hasta la mesa, sentándome en una de las sillas, para así poder ver que era lo que traía. Mi boca se hizo agua cuando lo vi sacar unas cajitas llenas de sushi. Extendí mis manos hacia ellas, quitándoselas a Hans, quien rio al ver mi expresión. Caminó hasta un mueble sobre el lavaplatos y sacó dos vasos. 

—¿El sushi sigue siendo una de tus debilidades?

¡Te está comprando con comida!

Pero es sushi y tengo hambre. 

En definitiva no tienes arreglo. 

—¿Tú que crees? —mi atención estaba fija en la delicia que tenía frente mí.

—Al parecer sí —saco un par de platos y los colocó frente a mí. Mi estómago rugía por comida, así que en cuanto el chico se sentó frente a mí, me tomé la libertad de atacar la comida—. Creo que llegué en buen momento.

¡Cierto! Llegó sin ser invitado. No teníamos la confianza de antes para que llegara de la nada, como hizo. Eso estaba mal. 

Pero, por otro lado, había traído comida. 

Era una jugaba bastante astuta de su parte, sabiendo que no haría nada que pudiera interferir entre la comida y yo. Sabía que era la única forma en la que lo dejaría entrar sin protestar. Lo odie bastante por saber eso.

—¿Qué haces aquí, Hans? —volví a preguntar, pero esta vez más específica.

—Te vine a alimentar. —en mi mente sonreí, pero por fuera, lo miré seriamente, como si le dijera que no estoy para sus juegos. Él pareció entenderlo, porque apoyó su espalda en el respaldo de la silla y suspiró—. No quería ir a casa. Las cosas están... —hizo una mueca—.  Se que debí avisarte, pero... no quería que me rechazaras. No tenía a dónde más ir. 

—Está bien. No te preocupes —dije para tranquilizarlo. Lo entendía. Muchas veces me habló de sus problemas en casa—. ¿Está todo bien? —asintió con la cabeza sin mirarme a los ojos—. Sabes que siempre estaré aquí ¿No? Sin importar qué. Suelo ser el apoyo de los demás. 

Y esa era una de las cosas que más odiaba de mí. Según Sally, tengo "un corazón tan bueno", que no importa que tanto me dañen, siempre intentaré estar para los demás y ayudarlos. 

El problema venia cuanto lograba hacer que salieran de aquel agujero donde estaban, se marchaban, dejándome allí, ocupando su lugar. Podía perdonar muchas cosas en la vida, pensando que nunca más me harían lo mismo, pero las personas no siempre cambian, a veces solo ocultan su verdadera forma para volver a ti y luego volver a mostrase como antes, haciéndote daño. 

Así era Hans. Y sé que algún día aprenderé mi lección, pero mientras tanto, no puedo evitar sentirme mal de verlo así. No puedo evitar querer ayudarlo a salir del agujero. 

Y me asustaba. Me asustaba la determinación que tenía para hacerlo. Me asustaba olvidar todo por él. 

Me levanté de mi asiento y caminé hacia él, sentándome en la silla a su lado. Coloqué mi mano en su mejilla, obligándolo a mirarme y, en cuanto lo hizo, en cuanto nuestros ojos se cruzaron, las mariposas comenzaron a revolotear. Me obligué a ignorar esa sensación.

Lo abracé fuertemente y Hans apoyó su cabeza en mi hombro mientras yo acariciaba su cabello, como siempre me pedía que hiciera.

—Me gusta que juegues con mi pelo —dijo como si leyera mis pensamientos y soltó un suspiro, aferrándose a mí. 

De repente, de alguna manera, pasó sus manos por mi cintura y me llevó hacía él, sentándome sobre sus piernas, para luego apretarme aún más contra su cuerpo. Por un momento no supe que hacer, pero después seguí con mi juego en su cabello. 

—Sue. Te he extrañado mucho.

Y yo a ti

Quise decírselo, pero no podía. Si lo hacía, podía significar que, después de todo, la estúpida muralla que había construido alrededor de mis sentimientos hacía Hans Lange, había sido una completa pérdida de tiempo, porque estos, fácilmente lograban escalarla y salir a flote.




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