Pequeñas cosas y grandes momentos
No nací ni viví siempre en este pueblo.
Y el apodo “forastera” estuvo en mis oídos cuando se referían a mí, pese a que mis padres si eran nativos y demostraban que me amaban. Supe a una tierna edad que no todos me querrían, y eso no siempre sería por mi personalidad o apariencia.
Mi lugar de nacimiento y donde crecí, muchos tomarían eso para verme desagradable.
Maruja Rolt…no fue precisamente como ellos, pero tampoco mejor.
Sus palabras y gestos, siempre demostraron que le desagradaba verme, pero nunca supe por qué. Escupía: Martins, para posterior arrugar su rostro cuando hablaba con ella.
A los de mi origen podía ignorarlos, porque su motivo ridículo ya no me era relevante. Y me sentía orgullosa no haber nacido aquí, porque tampoco planeaba quedarme. Sin embargo, cuando le desagradas a alguien sin saber el motivo…
¿Qué haces? Soy cobarde y no podría preguntarle eso a una persona mayor. En su lugar, me enfoqué en evitarla y a ignorar sus comentarios.
Aunque ahora… ¡¿cómo demonios podría hacer eso?!
—Es sucio morderse las uñas, Martins. No lo hagas, los niños empezarán a imitar tu mal ejemplo.
Repito la mano de mi boca de inmediato mientras murmuro una disculpa y la sigo cuando me indica el aula. Ingreso y de inmediato, adopto una expresión segura y sonriente. Ante la puerta siendo abierta los niños guardan silencio, pero cuando me ven gritan en coro mi nombre.
Sonrío mientras abro los brazos cuando Lisa se arroja a mis brazos. Maruja se aclara la garganta, pero Lisa al contrario de mostrarse asustada, le sonríe.
—¡También te quiero, señorita Mar! ¡Pero extrañé mucho a Abi!
Maruja niega la cabeza e indica que es hora de comer. El grupo de nueve niñas se levanta y el único niño, Dixon, se acerca y niega viendo que Lisa todavía no me ha soltado.
—¿Por qué me ves así? —pregunta ella frunciendo el ceño.
—Por nada.
—¡Mentiroso! —grita soltándome y le señala —¡Suéltalo!
—¡No iba a decir nada! ¡Y déjame saludar! —me mira —Hola Abi, me voy.
Río bajo cuando veo que Lisa se queja y en consecuencia, Dixon sale corriendo. Lisa dice que no puede dejarla y lo persigue. Les digo que tengan cuidado y no corran, pero la escena es más cómica al verlos caminar rápido.
Acelero mis pasos para abrir la puerta del comedor y cuando llegamos veo que Maruja está con el resto empezando a sentarse. Dixon toma asiento y Lisa a su lado, parece él estar quejándose, pero ella se muestra risueña.
Sonrío viéndolos. A veces, me hacen recordar a cierto niño de risos que creció conmigo...
Un forastero, como yo.
***
Cuando entrego a la última niña, me despido con una sonrisa y me aseguro de colocar el candado a la puerta. Compruebo y corro en dirección del aula para recoger mis cosas. Sin embargo, no olvido de detenerme y caminar despacio en el patio central por la posibilidad de encontrarme con Maruja. Me bastó la primera vez que me regañó cómo para tener una segunda vez. Mis oídos todavía pueden escuchar:
«—¡No sé corre por los pasillos! ¡Se supone que eres la educadora, pero más pareces necesitar educación! ¡Aunque era de esperarlo, eres Martins!»
Y su castigo fue enviarme una pila de papel para hacer figuritas. Era el material de la otra semana, pero ella lo quería para el otro día. Maldije mientras quería llorar al pensar en cancelar mi cita con Alan. Citas que, ¡son contadas! ¡Quise cometer asesinato!
Para mi fortuna, Cooper se apiadó de esta alma. Y aunque mi cita la pasamos haciendo figuritas de papel, no sé sintió tan trágico cómo lo había imaginado. Fue divertido…una actividad estúpida que me dio un recuerdo tierno.
Él rostro de concentración que hace Cooper cuando recorta lento y con delicadeza. ¡Me quedé completamente embobada! Eso me dio más motivación de hacer las cosas bien ¡No iba a permitir que otra cita se arruinara con cosas como esas!
Sin embargo…mis planes nunca salen como espero.
Así que toda la semana, Maruja me ha captado en mis peores momentos y mi castigo ha sido hacer material de actividades para los niños. ¡Maldición! ¡He desperdiciado una semana de citas!
Estaba pensando en ir a la capital con Alan, pero castigo tras castigo, ¡se ha vuelto solo un sueño imposible! ¡Hemos pasado toda la semana en está aula por mi culpa!
¡Pero hoy! ¡Hoy no dejaré que nada de eso pase!
Sí, Martins, soy un ratón. No haré ruido, no me destacaré…¡hoy, soy un ratón!
***
¡Maldición! ¡Dije que era un ratón, no una maldita rata! ¡Y solo lo dije para pasar desapercibida! —al menos eso pienso mientras veo a la madre de una de las niñas acusándome con Emilia de haber tomado su billetera.
Cuando parece que va a acabar de gritarme, y dejar que Emilia me de la palabra, solo puedo decir una oración:
—Señora, no tomé su billetera…
¡Por qué vuelve a interrumpirme!
—¡¿Y entonces cómo explicas que mi billetera no esté en la mochila de mi hija?!
¿Qué nunca estuvo ahí? ¡¿Qué tal vez la perdió o la dejó en otro maldito lugar?! ¡No sé, maldición! —quiero responder, pero en su lugar, le doy una sonrisa cordial y prosigo:
—Señora, es correcto que he abierto la mochila de su niña, lo hago con todas las mochilas para sacar los cuadernos y ayudarlos con sus tareas. Sin embargo, no he visto su billetera en la mochila de su niña, ¿podría considerar buscar en otros lugares y luego notificarnos si…?
—¡Te he dicho que la he guardado en su mochila, estoy segura! —me interrumpe gritando —¡Ayer la guardé ahí porque no traía mi bolso, pero ha sido un error!
¿Y por su error debo pagar yo? Quiero quejarme al darme cuenta que lidiar con los estudiantes es incluso más fácil que lidiar con los adultos. Es increíble que los adolescentes al menos puedan reconocer sus errores.
—Señora, le repito que no…