Día de la fiesta
Fueron muchas veces las que pensé en cómo hablarte, creé millones de escenarios en los que me veías y aunque no era un amor a primera vista, sentías curiosidad por mí. En varias te acercabas, pero ¿hablarías mucho? ¿o yo sería la que balbucearía? Jamás pude responderme eso, solo tenía la imagen de ti sonriendo mientras disfrutábamos poco a poco el conocernos.
Luego, platicaríamos muchas noches hasta las primeras horas de la madrugada, nos tomaríamos fotos y en un estado de emoción etiquetaríamos al otro. Yo iría a verte, tu sonreirías ante cualquier tontería que diga y viviríamos nuestras aventuras.
Era…algo bonito de imaginar.
Tal vez aquellos banales sueños fueron los culpables de que mi autocontrol se desconfigurara y empezara a errar. Aflojaron el tornillo de la cordura y dejaron que el baúl de sentimientos se abriese y empezara a inundar mi cerebro.
Sí, eso explicaría porque he tratado de llamar tu atención haciendo actos que yo normalmente no haría. ¡Y oficialmente, he vivido las peores situaciones vergonzosas tratando de que me mires!
¡Y es horrible! Ver como mi cuerpo se vuelve una masa temblorosa en tu presencia ¡es horrible!
¡Quiero gritarte, quiero sacudirme! ¡Quiero mandar una queja al servicio de cupido para que me devuelva mi cordura y racionalidad!
Es entonces que sonríes, yo sonrío y sí, ¡todo se va al caño!
Eso explicaría porque estaba aquí.
Viendo a Alan, denominado por mí como conjunto de células. El sujeto que ha estado sentado en ese sofá desde que lo ubiqué y no ha querido moverse ni un mísero centímetro, contrario a él, yo no puedo estarme quieta. Me siento como un jodido perro pequeño, tembleque y que es mero decorativo, porque cumplo con todas las cualidades. Desde el tamaño hasta la vestimenta, ya que mi metro cincuenta y cinco, junto al vestido azul que es extravagante y me queda decente, va acorde a la definición.
Bajo la mano y la coloco sobre mi inquieta pierna que no deja de subir y bajar con ritmo ansioso, pero al detenerlas me fijo en mis manos. Me quiero golpear al notar que incluso mis dedos tienen leves espasmos que denotan mi nerviosismo.
Esto es molesto.
Y lo que hacía de irritarme más, era que, por mis estúpidos nervios me había convertido en integrante de un juego adolescente que botaba hormonas y excitación. ¡Esto no era algo que yo haría! Sin embargo… podría reírme de mí, ya que estaba sentada en medio de aquellos adolescentes para tratar de amortiguar mis sentimientos igual de hormonados.
Me reiría, ¡claro que lo haría! Solo si no fuera mi situación y lo viera a través de una pantalla mientras me embuto con helado. Sin embargo, no es el caso. Aquí no hay un botón para adelantar lo que me da vergüenza ajena, y menos tengo una almohada que soporte mis gritos. Esto es real, el sudor que empieza a recorrer mi cuerpo me informa cuán real e incómodo es esto.
Y es que, ¡quiero morirme!
Con cada segundo que pasa quiero salir corriendo y vomitar de lo nerviosa que me estoy poniendo, pero, ¿quién no está nervioso cuando se va a declarar?
Oh, dios mío…recordar aquello hace que mi corazoncito de nuevo lance una amenaza de un probable ataque cardiaco. Y es en medio de mis últimos minutos de vida, que un empujón contra mi hombro me hace sobresaltar y ver hacia al frente.
—Es tu turno.
Es inevitable que mis ojos se abran ante las palabras de la chica a mi lado. ¿Mi turno? ¡¿Cómo que mi turno?! ¡¿No vamos muy rápido?! Pienso en inventar una excusa, pero eso es rápidamente descartado cuando las ovaciones del público juvenil me presionan con gritos animosos a que gire de una vez la botella. Y como buen introvertido ante presión, lo hago.
¡Maldición! —me lo pienso y giro la famosa botella.
Misma que se mantiene dando vueltas por unos segundos, mientras me pregunto qué demonios se supone que debía hacer. Era la botella ¿no? Entonces con besar a la persona que señalara bastaba. ¿Eso era con la tapa o con su cuello? No recuerdo esos detalles, así como también olvido otros… estos pequeños e insignificantes datos, vuelven cuando la botella empieza a detenerse.
¿Qué era un beso? —trato de calmarme —No es mi primer beso, no tenía por qué ponerme nerviosa. Es entonces que la botella quiere jugar conmigo y vacila con detenerse apuntando a unas chicas.
Pierdo el color inmediatamente ante el giro inesperado. Lo había olvidado. ¡¿Y sí me toca una chica?!
¡Espera! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡No puedes detenerte ahí!
¡Detente! ¡Detente! ¡Pero en otro lado, maldición!
¡Mierda! ¡Yo no puedo besar a una chica!
¡No me gustan!
Es más ¡no quiero besar a nadie! ¡¿Por qué tuve que esconderme aquí?! ¡¿Por qué no escaleras arriba?! ¡No, joder! Escaleras arriba no era tampoco la mejor opción, sabía que esos cuartos en este momento no eran para solo ver películas, ¡por favor, ni siquiera había un televisor!
¡Soy una tonta! ¿Por qué tengo estos momentos de estupidez humana? ¡Incluso la palabra estupidez me queda corta!
¡Espera! ¡Momento! ¡Esa estupidez tiene una causa! ¡La misma que me trajo aquí!
Mis ojos se entrecierran con odio puro hacia conjunto de células que se muestra aburrido. ¡Tú, maniaco, loco, ser de cromosomas XY, todo esto es tu culpa!
La botella se detiene y con ello los gritos inician. Dejo de verlo y me enfoco en la botella. ¡Maldición, tienes que estarme jodiendo!
—¡Esto debo grabarlo! —grita un chico bastante emocionado ante mi desgracia.
Pese al resultado, mi rostro acostumbrado a tener una expresión taciturna, no muestra mi desespero. Aquello me salva de verme como una chica entrando en crisis y que va por la línea de tener homofobia. No es el caso, ¡pero no por ello me muero por besar a una chica! Tampoco quería besar a un chico ¡y me gustaba uno!
—¿Quieres que yo de el primer paso? ¿O lo vas a dar tú? —pregunta la chica morena mientras acomoda su cabello con mechas rojas detrás de su oreja —Supongo que iré yo a por ti, nena.