Me separé de Zedd y puse las manos sobre mis rodillas, una risa brotó desde el fondo de mí cuando mi mente aterrizó en la realidad.
Reí a carcajadas y me limpié la lágrima que se me había salido de tanto reír, Dios, ¿quién se creía ese chico?
¿Por qué «él» tendría que ser diferente de todos?
Después me hice la idea de que ese chico estaba aplicando la psicología inversa conmigo. Declarando sus intenciones reales cuando normalmente los demás son más indirectos, se dan su tiempo para «seducirme», «impresionarme».
Mientras que Zedler había sido directo, me dio una advertencia clara: Me destruirá y que, con eso, provocará que yo, la mismísima rompe corazones, me enamore de él.
¡Qué buen chiste! Solo podía reírme, y a la vez, sentir curiosidad por cómo lo haría.
Hice que la curiosidad ganara, debo admitir que sabía sus intenciones, sin embargo, la forma de aplicarlas me pareció tan única que merecía una oportunidad, una oportunidad para tener un poco de mi interés.
Si antes me empezaba a interesar, después de ese beso lo hizo mucho más.
Por lo que dejé de reír, le quedé viendo con mi típica mirada juguetona, y en ese mismo momento decidí que jugaría con él.
Para ver quién rompe primero a quién.
Y propuse enamorarlo como no había enamorado a nadie antes, de una forma tan auténtica, que él no vería llegar el día en el que le rompería el corazón, y le demostraría que no será ninguna excepción.
—Quiero verte intentarlo y lograrlo —mentí en lo último con una sonrisa amplia, mostrando a mis perfectos dientes—. Enamórame y rompe mi corazón, Zedler.
Él alzó sus gruesas cejas oscuras y acercó su rostro al mío, de nuevo, como si lo estuviera examinando detenidamente en busca de algún gesto que delatara que estaba mintiendo.
Pero no lo halló, y respondió: —¿También aplicas la psicología inversa conmigo?
—Simplemente te doy una oportunidad invaluable, única, te abriré mi corazón, pero tendrás que ser muy original para llegar a él, por lo que te pido que no uses labias baratas conmigo, las detesto, haz que valga la pena, yo confiaré en que lo harás, enamórame de verdad, eres un experto, ¿no es así? Será fácil para ti. —Me acerqué a él y acaricié con lentitud su mejilla.
—¿Es una trampa? —cuestionó, viéndome con tanta intensidad, que algo en mi interior se encogió.
—Pareces interesante, y si realmente lo eres, creo que lo mereces más que nadie —repliqué encogiéndome de hombros.
—¿Más que Lenin? —dudó sin dejarme de ver.
Algo dentro de mí dolió ante esas tres palabras, ante ese nombre.
—Voy a apostar por eso, así que no me decepciones, por favor —contesté con un nudo en la garganta. ¿Debía arreglar las cosas con Lenin? ¿Cómo? No podía darle lo que él quería, y si no me aceptaría tal como yo soy, no valdría la pena, solo perderíamos el tiempo, porque yo no cambiaría por él.
No cambiaría por nadie, porque una vez aprendí que, si debía cambiar mi forma de ser, debía ser por mí misma, para mi propio placer y para nadie más. Aunque al final, no se podía salvar lo insalvable.
Y yo era insalvable.
—Está bien, por el momento, conozcámonos mejor esta noche, aprovechemos que estamos atrapados sin que nadie nos moleste —declaró Zedler, el espacio era pequeño por lo que cuando intentó recostarse en el suelo, tuvo que doblar sus largas piernas.
Y le quedé viendo un instante para admirar su físico, era muy alto, ojos tan azules que contrastaban a la perfección con su cabello negro, rostro suave que lo hacía lucir más joven, su labio inferior era más grueso que el superior y su nariz era algo larga, era atractivo a su modo, pero no era el chico más guapo con el que hubiera estado.
Incluso Lenin era mucho más guapo que él, incluso Brandon era más musculoso.
Por lo que pensé en que tomé una buena decisión, si acaso yo saldría perdiendo a mi corazón, sería por un chico atípico, fuera de lo que acostumbraba.
—¿Qué es lo que más te gusta? —cuestioné acostándome a su lado.
Y así empezamos a hablar de todo, desde nuestros gustos diferentes y los en común, los cuales provocaron que debatiéramos sobre la vida, la felicidad efímera, la soledad y terminamos hablando de teorías locas sobre la existencia de vida alienígena que dio lugar a una conversación sobre la existencia misma, mi parte favorita.
—¿Sabes qué idea ha estado rondando por mi mente últimamente? —empezó Zedler con entusiasmo, jugueteó con nuestros dedos entrelazados al continuar: —Creo que, al morir, nuestra alma reencarna en otra especie de universo, otro tipo de mundo, e incluso apoyando tu misma creencia de vida en otras galaxias, también esas.
Me apoyé en un codo y le quedé viendo entusiasmada: —Reencarnación en un plano existencial distinto… Suena increíble que tengamos la capacidad de nacer en universos paralelos, algo así como un traspaso, pero sería muy genial poder recordar las anteriores vivencias, apoyo tu idea, me suena a algo maravilloso.
—A como se cree en la reencarnación en este mundo y plano, pero no se recuerda tampoco, porque entonces en ese caso seríamos eternos (de alma con memoria, la mente) solo cambiarían de cuerpo cuando este se vaya a arrugar, y ya. Y el sentido de la vida se vería afectado, o sea, ni existiría. (Y eso si es que realmente se sabe el sentido de la existencia misma, en verdad). Aunque muchos deseen vida eterna, si lo ves bien, se volvería aburrido, y por eso se olvidaría, quizá para volver algo entretenido el vivir, a como lo es aprender algo nuevo. Pero si ya lo sabes, ¿qué más queda hacer? ¿vivir del pasado, cosa que a veces no ayuda a avanzar?
—Muy lógico. Según se supone, los seres reencarnados no recuerdan las cosas de su vida anterior, pero tienen ciertos sentidos que quedaron ahí arraigados, eso no suena mal —debatí, abrí mi mente ante más argumentos que pudieran respaldar su teoría.
—Cierto. Y quizá en eso por algo hay mentes tan creativas que diseñan a mundos que consideramos pura «fantasía», sin embargo, ¿y qué tal si esos mundos realmente existen, y el imaginarlos es una manera de recordar la vida anterior en él? Ja, ja, ja, estoy demente metiendo eso, pero no suena tan mal. (Aunque tampoco tienen que ser tan exactos) —comentó con una sonrisita.
En realidad, me pareció una idea interesante, por lo que dije: —Entonces yo también estoy loca, porque apoyo eso… Tanta creatividad y belleza que viene de una mente que ha transformado lo que ha conocido más allá de los sueños.
Eso fue un poco de lo mucho que hablamos, lo hicimos tanto que al final sentí a mi garganta seca y a mi corazón un poco loco.
Descubrí que teníamos mucho en común a pesar de ser tan diferentes a la vez, a él le gustaba la música clásica, hablamos mucho sobre ella, a él le encantaba la serie «Friends» y recordamos las mejores escenas, a él le fascinaba la comida italiana, por lo que prometimos ir a un restaurante de comida italiana algún día.
En fin, había encontrado a alguien que siempre estuvo ahí, pero que nunca tuvimos la oportunidad de profundizar o interesarnos en el otro. Ahí me la pasé preguntando: «¿Por qué no hablamos antes?, ¿Por qué dejamos perder el tiempo? ¿Qué nos detuvo, que al final necesitamos de una razón para intimar?».
Esa noche, descubrí tantas cosas que no hubiera conocido de nadie con el que tuviera una amistad de años, incluso cuando faltaba mucho más por conocer de Zedler Certad.
—Dime tú última obsesión —pidió él, al verlo sentí a mis parpados pesados y me recosté en su pecho.
Sentía a mi cuerpo cansado, adolorido, a mi mente confusa y a mi garganta cansada, cerré los ojos y lo abracé.
—¿Julissa? —susurró con un deje de sorpresa, lo sentí tenso en un principio, pero luego se relajó y me correspondió al abrazo.
—Tomar fotos de los atardeceres hasta hallar al perfecto —murmuré adormilada—. ¿Y vos?
Pero antes que pudiera contestarme, me rendí y dejé llevar por los fantasmas del sueño.