ANTES
Volker sabía que las clases de primer semestre habían terminado, y que por lo tanto su compañero de habitación no tardaba en llegar. El joven había guardado los frascos, y esta vez los había metido en un gran baúl de madera que todos los días cerraba con llave. No tenía intención alguna de que Dante encontrara los órganos y llamase a la policía, o lo que era peor, que llamase a la rectora.
Tal y como lo había pronosticado, la puerta se abrió dejando entrar a un muchacho golpeado y malherido.
—¿Qué te pasó? —le preguntó sin mucho interés.
El joven lo miró, tenía unas terribles ganas de llorar, pero supo controlarlas. Sabía que Volker detestaba cuando lloraba, y debido a los acontecimientos ocurridos del mes pasado, quería hacer todo lo posible para agradarle.
—Me pegaron, en el baño.
—Mmmm. En la nevera hay un poco de hielo, puedes utilizarlo.
Dante accedió al ofrecimiento. Dejó su mochila en la esquina derecha de su cama y después de tomar la bolsa fría de congelante, se sentó muy cerca de donde Volker terminaba sus apuntes.
—¿Cómo lo haces?
—¿Podrías hacerme el favor de largarte? Es incómodo que me estés viendo.
—¿Por qué no hablas con nadie?
Y como ya era costumbre, Volker no respondió nada.
—¿Por qué nunca quieres responder a mis preguntas?
—¿Y porque tú nunca dejas de preguntar?
—Solo, intento saber. Preguntando es como se consiguen las respuestas.
—No siempre.
—Me gusta cómo dibujas. Haces que todo parezca tan real.
Dante dejó pasar algunos minutos en silencio y después volvió a intentar una nueva conversación.
—Todos hablan mal de ti.
—No me importa su opinión.
—¿Por qué?
Kennedy suspiró, gruñendo y dándose la vuelta comenzó a recoger sus cosas. Por supuesto que Dante debía detenerlo.
—Ya casi es navidad, John. ¿Vas a irte a casa a pasar las fiestas?
—¿Tú vas a irte?
—No creo. No tengo a donde ir, y bueno —trató de sonreírle—, no quiero regresar a la casa de Cumbres.
Algo se conectaría dentro de la cabeza de Volker Kennedy, algo tan siniestro, desentendido y retorcidamente interesante a la vez. Se dio la vuelta, pareció empatizar con el muchacho, pero lo cierto es que solo le tuvo interés. Sentándose en la cama lo vio de una manera muy distinta a como lo había hecho un mes atrás.
—Dante.
—¿Sí?
—Acompáñame.
El chico no dudó en seguirlo.
Ambos caminaron durante media hora, y justo ahora yacían sentados sobre la corteza deforme de un tronco seco. Los dos miraban hacia el horizonte, rodeados por tumbas y mausoleos permanecían en silencio bajo la fuerza del helado frío de noviembre. Volker lo había llevado al cementerio, y no con forme a eso, lo hizo sentarse muy cerca de la tumba vacía de Makali Jones.
A decir verdad, el saqueo de aquella tumba no sucedió como el gran escándalo que Volker esperaba.
—¿Qué hacemos aquí? Me estoy congelando.
—Me gusta venir aquí cuando pienso. Es… tranquilo.
—Son muertos, John.
Kennedy le sonrió.
—Es por eso que me agradan. Sé que nunca van a contar mis secretos.
»Dante. ¿Quién te golpeó?
El muchacho bajó la cabeza.
—Rory MacGregor.
—¿Te dijo por qué lo hacía?
—Porque sigue creyendo que soy homosexual.
Volker dejó pasar un largo rato en silencio, y después continuó.
—¿Estuviste en El orfanato de Cumbres?
Dante pareció estremecerse.
—Sí.
—¿Por qué dijiste que no querías volver a él? ¿Aun sigues viviendo ahí?
—No. Pero la madre superiora me dijo que podría volver cuando yo lo deseara.
—¿La madre Gilma?
—No. La madre Rebecca Lange.
—¿Qué pasó con la madre Gilma?
—No lo sé. Yo nunca la conocí. ¿Era buena?
En el rostro de Volker pareció existir el paso de una sonrisa fantasmal.
—Muy buena. De hecho, creo que fue la única mujer en tratarme bien desde que tengo memoria.
—No puede ser, ¿estuviste en Cumbres?
—Pasé toda mi niñez y adolescencia ahí. Pero a diferencia tuya, yo estuve al cuidado de la madre Gilma.
—Me hubiese encantado conocerla. A decir verdad —Dante se limpió sus lágrimas, y esta vez no le importó que Volker lo estuviese viendo—. Hubiera matado a Lange con tal de conocer a Gilma.
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Editado: 07.05.2024