Testigo De Un Criminal

CAPÍTULO 7 (Parte 2)

Dentro de lo que eran los interminables y peligrosos senderos desolados del Parque Comunitario Forestal de Baton Rouge, dos jóvenes universitarios estacionaban una grúa de apoyo con las iniciales de Terry’s. Volker había aprovechado su descanso de media hora, y mintiendo sobre su paradero a su jefe y a sus demás compañeros, le pidió a Dante comprar varias maderas y herramientas que trasladarían a un punto muerto del parque Forestal. Como ya se ha visto, John Volker Kennedy es sumamente inteligente y manipulador, supo perfectamente lavarle el cerebro al muchacho para que ahora fuese su mano derecha, oídos y ojos en absolutamente todas sus demenciales conductas delictivas.

Entre los dos levantaron en menos de dos meses, una pequeña choza de madera y láminas de cartón en medio de una gran abundancia de árboles que parecían ser casi impenetrables.

 

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En este lugar sería donde daría comienzo la cacería indiscriminada de mujeres, convertirlas en monstruosas muñecas, títeres humanos, y perderlas en el bosque para que la policía pudiera encontrarlas. Era algo así como el juego de los huevos de pascua que se suele celebrar en Estados Unidos, solo que a diferencia de aquel inofensivo juego, esto era una versión perturbada de ello.

Fue justamente en el mes de mayo cuando Volker Kennedy terminaba su recorrido en la grúa de Terry’s, el cielo estaba atardeciendo y él pronto debería regresar al confinamiento casi solitario de la facultad. Volker la había buscado durante mucho tiempo, paraba en cada esquina, en cada supermercado y centro de estilismo con la patética idea de volver a verla, pero hasta ese momento todos sus esfuerzos resultaron ser en vano.

Era imposible que Merry Collins caminara por las mismas calles todos los días, no obstante, las cabezas del mundo conocen algo llamado el río de las trágicas casualidades. Ocurrió un viernes once de ese mismo mes cuando Volker Kennedy volvió a colocar sus ojos sobre ella. Esta vez el hombre se hallaba en una distancia prudente, una distancia desde donde nadie sospecharía sus más pútridas intenciones y la señora Collins no pudiera advertirlo. Esa tarde decidió cazarla, acecharla como un lobo entre las sombras de la muerte listo para descender sobre ella y lograr su cometido, pero, no sería así hasta que Elaine enfermara. Ese día solo la siguió.

Merry Crosport, de ahora apellido Collins, corría bajo el torrencial de un jueves diecisiete de mayo. La mujer de cabello castaño, ojos tristes y preocupados, se abrazaba el cuerpo tratando de cubrir la bolsa plástica rebosante de distintos medicamentos. Aquella tarde de diluvio, ella usó jeans de mezclilla, tenis deportivos y un suéter entallado. Corría presurosa bajo las incontables gotas que salpicaban los charcos y los hacían crecer. Merry había abandonado la seguridad y calidez de su casa, pues su intención había sido buena. Un poderoso instinto materno que la obligó a salir y dirigirse a una vieja farmacia de la zona. Regresaba empapada después de la fuerte lluvia que escurría mojando cada centímetro de su cuerpo. Los oídos le zumbaban, y en su garganta apenas aparecían los primeros síntomas de una futura enfermedad. Su pequeña hija de tres años había enfermado, y por ende debía hacer algo para sanarla.

¿Qué eran, público querido? Ya solo se podían contar los pasos para llegar de nuevo a su morada. Estaba por doblar a la esquina, cuando una grúa de autos se estacionó una calle detrás de ella, y esos ojos oscuros y cargados de maldad la siguieron entre el aguacero que no dejaba de caer. De repente, la tragedia sucedió. Kennedy caminó detrás de ella, ocultando su rostro en la capucha de la sudadera envolvió una de sus grandes manos en un tubo de metal que levantó y dejó caer sobre el cráneo de ella. Los ojos perversos que la asechaban entre las calles casi oscuras la habían atacado.

—¡Aaaaaaah! —ella luchó con todas sus fuerzas. Se arrastró por las calles, se tocó la cabeza con la mano derecha y notó la sangre en su piel —. ¡AYÚDENME! —gritó más fuerte.

Sus gritos se perdieron en medio de la tarde oscura que aumentaba su ausencia de color con la nubosidad gris de las nubes.

—¡Ayúdenme, por favor!

Esos gritos profundos, desesperados y de los que provocaban cubrirse los oídos para no seguir escuchándolos. Esos gritos que te dejaban con una gran culpa desesperante al no poder hacer nada para salvarle del letal peligro.

Esa tarde, Merry Crosport iba a desaparecer.

El secuestrador la cargó entre sus brazos, le limpió la sangre de su frente y la arrojó en los asientos traseros de la grúa, subió al volante, dejó que Dante la amordazara y entonces desaparecieron.

—Está hecho, vámonos de aquí.

Merry Crosport de Collins, la primera víctima oficial que se catalogó en el expediente delictivo de John Volker Kennedy, y aunque no sería la primera en que él asesinaría, la policía decidió colocarla como la primer víctima porque Merry resultó ser ese fuerte impulso que lo llevó al secuestro y posterior asesinato.




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