Bloom
Caminaba por el parque de Gardenia. Era de noche y yo sólo podía pensar en Mitzi.
Ah... Esa chica me va a volver loca un día de estos. ¿Cómo puede ser tan... tan...? Agh.
Respiré el aire nocturno, intentando calmarme. Hacía algo de frío y yo llevaba manga corta, así que froté mis brazos para intentar darme calor.
Miré hacia arriba, admirando el cielo estrellado. En las ciudades o pueblos no se solían ver las estrellas, debido a la contaminación lumínica, pero Gardenia no sufría ese problema, ya que a cierta hora las luces eran mínimas. Lo único que iluminaba el parque era la luz de la luna.
Entré en un estado en el que mi cuerpo caminaba pero mi mente repetía una y otra vez mi encuentro con Mitzi. Era frustrante cómo yo intentaba ser agradable mientras ella me trataba mal para burlarse de mí con sus amigas.
C'est la vie, supongo.
Un grito ahogado me sacó de mi trance. Busqué a la chica que había gritado, el sonido provino de la zona de árboles, así que me dirigí allí.
Gardenia era un lugar seguro, pero siempre había alguna posibilidad de que te ocurriera algo, y más si era de noche.
Corrí hacia allí y vi a una chica rubia, sentada con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Llevaba una ropa llamativa que no pude apreciar demasiado por la poca luz que había.
Me acerqué a ella.
—¿Necesitas ayuda? —pregunté preocupada.
—Quítamelo... —estaba aterrorizada.
Yo no sabía a qué se refería hasta que miré su brazo, donde había un pequeño insecto.
Me volvió el alma al cuerpo.
No tiene problemas, menos mal.
Cogí al animalillo y lo dejé en el suelo para que se fuera. Con cuidado de no pisarlo me acerqué a la chica rubia. Iba a decirle algo cuando se oyó una voz masculina a unos metros de distancia.
—Princesita —canturreó—. ¿Dónde estás?
La chica frente a mí se puso alerta y me hizo una señal con el dedo para que me mantuviera en silencio.
Le hice caso y se levantó poniéndose delante de mí, protegiéndome con su brazo.
Se giró hacia mí.
—Nos va a encontrar —susurró—, así que no tiene sentido que huyamos. Mantente detrás de mí y no te pasará nada. ¿Entendido?
Asentí sin entender nada.
Oí el sonido de las ramas crujiendo y de repente vi a un ser asqueroso asomarse entre los árboles, sonriendo en nuestra dirección.
Era demasiado alto para ser humano. Arrastraba los brazos largos, tenía la piel pálida, muy pálida, los ojos blancos y una sonrisa demoníaca. Nos mostraba sus dientes afilados y el terror me recorrió la espina dorsal.
No tenía pelo y sus brazos tenían un tono morado ennegrecido, parecía que estuvieran gangrenados.
Tenía el torso al descubierto y sólo llevaba un pantalón encima. Iba descalzo y parecía inmune a lo que había bajo él, poco le importaba que estuviera caminando sobre ramas y piedras que seguramente le estuvieran haciendo heridas en los pies.
Se acercó a nosotras poco a poco y la rubia me apartó un poco para que me alejara de ellos.
—Ay, mi princesita —su voz estaba distorsionada; parecía electrónica, irreal—. No sabes lo mucho que deseaba verte.
Me puse a un lado de ellos, por lo que pude apreciar sus perfiles. El monstruo mantenía su sonrisa, pero la chica tenía una cara de póquer.
—¿Sí? Pues yo no te he echado nada de menos.
—Me rompes el corazón, princesita —fingió que se clavaba algo en el corazón, o donde se supone que está el corazón, no estaba muy segura de que esa cosa tuviera uno—. Supongo que tendré matarte por eso.
Puso una cara más seria, y acto seguido, una especie de humo negro le empezó a rodear.
Recitó algo en un idioma que desconocía.
Puso sus manos en dirección a la chica y todo ese humo se concentró en estas.
La rubia me miró.
—Aléjate más, pero no te vayas.
Yo intenté obedecerla, pero mis pies no me respondían. Estaba paralizada por el miedo y la confusión.
Se quitó el anillo que llevaba en su mano y este se convirtió en un cetro plateado que parecía un sol en la parte de arriba. Lo clavó en el suelo y empezaron a salir unos rayos de luz que la envolvieron, y cuando éstos desaparecieron, a la chica le habían salido alas.
Se había transformado. Ahora llevaba un traje de color blanco roto. Sus pantalones le llegaban a los talones y la parte de arriba era de corte corazón. Tenía unas mangas largas, blancas y semitransparentes que se unían a sus dedos corazones.
Y en los pies llevaba... zapatillas deportivas. Blancas para ser exactos.
Su pelo rubio estaba ligeramente ondulado y un par de mechones estaban sujetos en la parte de atrás de su cabeza.
Tenía unas alas de tamaño medio, eran blancas y tenían detalles dorados que brillaban. ¿Con qué luz? Ni idea, pero brillaban.
Era un ser de luz.
El monstruo le lanzó la oscuridad que tenía en sus manos y la rubia contraatacó, con la ayuda de su cetro convirtió esa oscuridad en luz y se la devolvió a su enemigo.
Este intentaba escaparse pero cada vez se le hacía más difícil. Al ver que no podía ganar fijó su mirada en mí.
Yo, por mi parte, no recordaba ni mi nombre. Mucha información se había agolpado en mi cerebro y sólo podía observar sin realizar ni un mísero movimiento.
—Hola, guapa —el monstruo se me acercó.
Eso incrementó la furia de la rubia que me defendió.
—Ni se te ocurra —le clavó el cetro en el pecho al ser que quería hacerme daño.
Soltó un quejido de dolor y me miró a los ojos. No vi nada en ellos. Absolutamente nada.
—Te mataré —gruñó. Me miraba a mí pero le hablaba a ella.
Después de eso se desvaneció, dejándome cara a cara con la rubia.
Otra vez se vio envuelta en rayos de luz y volvió a su ropa de antes. Un top cruzado y una falda asimétrica. Ambas prendas eran naranjas. Llevaba unas sandalias marrones estilo gladiador que le llegaban un poco por debajo de las rodillas. Su pelo volvió a estar alisado.