Bloom
Me acurruqué entre la tela blanca de las sábanas, disfrutando del calorcito que estas desprendían. Sentí los rayos del sol en mi cara cuando alguien abrió las cortinas de par en par, así que cubrí mi cara con la manta para poder seguir durmiendo.
—Venga, Bloom —dijo mi madre intentando sacarme de la cama —. Levántate que tu padre y yo tenemos una sorpresita para ti.
—¿Una... sorpresa? —saqué ligeramente la cabeza de las sábanas.
—Ajá.
—¿Para mí? —fui saliendo lentamente de la cama.
—Sí, sí, Bloom, para ti. Pero si no sales ya te dejamos sin sorpresa.
Me levanté de la cama como alma que lleva al diablo y mientras mi madre salía riendo de la habitación, yo fui al baño, me duché en tiempo récord y me cambié.
Fui hasta el salón y cuando vi que no estaba ninguno de mis padres me dirigí a la puerta de casa.
¿La sorpresa sería la moto que pedí? Qué emoción.
Salí con prisa y cuando vi a mis padres estos estaban al lado de una bicicleta roja con un pequeño lazo en el mango.
Oh.
—¿Te gusta? —preguntó mi padre con entusiasmo.
No era lo que esperaba, pero sabía que se habían esforzado para poder conseguir esa bici.
—Me encanta —dije con una sonrisa. Les abracé con fuerza y me negué a soltarlos —. Gracias, gracias, es genial.
—Un regalo adelantado de cumpleaños para nuestra pequeña —mi padre me acarició el pelo rojo. Era pelirroja natural, pero quise darle intensidad a mi pelo así que me lo empecé a teñir hace un par de meses.
—No teníais por qué —mi ojos empezaron a ponerse llorosos. Seguía queriendo una moto, pero esto ya era bastante.
—Ve a dar una vuelta, anda.
Hice caso a mi madre y me subí a la bicicleta, ni siquiera le quité el lazo al mango y empecé a pedalear rumbo al parque de Gardenia.
Saludé a algunas personas por el camino, Gardenia era el típico pueblo pequeño en el que todos se conocían.
Pasé por delante de la iglesia que no había visitado desde hacía tres años.
A las pelirrojas las quemaban por brujas, así que no me sentía cómoda dentro de la casa del señor.
Llegué al parque y me bajé de la bici. Podía llevarla, pero no tenía ganas de caerme y con la suerte que tenía seguro que tropezaba con alguna piedra.
Caminé con la bicicleta a mi lado, llevándola con la mano.
Miraba a la nada y no pensaba en nada, sólo disfrutaba del calor de junio. Una de mis cosas favoritas siempre fue el sol del final de primavera e inicio de verano.
Había algunas personas en el parque. Niños disfrutando con sus padres, parejas dando un paseo de la mano, amigos riendo,...
Una voz me habló detrás de mí.
—Bueno, bueno. Mira quién tenemos aquí.
Mitzi.
Me giré para verla y estaba con su grupito de amigos.
Agh, no los soporto.
Fingí mi mejor sonrisa.
—Hola, Mitzi y... compañía —no conocía ni sus nombres.
Mitzi me miró con una sonrisa burlona.
—Qué bicicleta más mona, yo me tengo que conformar con la moto último modelo que me han comprado mis padres —se dio aire con la mano como si fuera un drama.
Apreté los dientes. Ella sabía lo mucho que yo quería una moto y aún así me restregaba en la cara que sus padres le concedían todos sus caprichos.
Una chica morena con el pelo corto me habló.
—Bloom, podrías venir con nosotros. Vamos a por helado —me ofreció amablemente.
¿Quién era esa?
—Eh, yo... —no pude rechazar la propuesta porque vi algo moverse a mi derecha, en la zona de árboles.
—¿Bloom? —me llamó Mitzi.
Yo la miré a ella y luego a los árboles. Ella, árboles. Árboles, Mitzi.
—Ahora si eso voy —ella asintió con cara aliviada. No quería que estuviera con sus amigos por nada del mundo.
Me adentré en la zona de árboles.
En un momento tuve la sensación de estar viviendo un dejá vu, pero no le presté atención y seguí andando.
Llegué al picnic de los enamorados, una zona separada del resto del parque donde los adolescentes hacían de todo menos un picnic.
Allí vi algo que me dejó de piedra.
Un... ¿hada?
¿Qué demonios?
—¡Pelirroja! —la chica rebosaba entusiasmo— ¡Qué alegría verte!
Yo la miré extrañada. ¿Qué narices estaba diciendo? ¿Me conocía?
Pareció que se dio cuenta de algo.
—Ah, sí. No me he presentado, soy Stella —estiró su mano en mi dirección.
Tiene alas. Eso era lo único en lo que podía pensar.
Pasó su mano por delante de mi cara.
—¿Hola?
Tiene Alas. Alas, alas, alas...
—Oye, yo te he dicho mi nombre, lo mínimo que espero es que tú me digas el tuyo —se cruzó de brazos e infló sus mejillas tal y como lo haría una niña pequeña.
Alas. A lo Campanilla.
Salí de mi asombro y agité mi cabeza.
—Eh, ¿qué? —estaba más perdida que un hetero en un cuarto oscuro.
—Tu nombre —la rubia me invitó con la mano a decírselo.
—Ah, sí. Bloom.
¿Por qué le dije mi nombre? Ni idea, las únicas dos neuronas que funcionaban en ese momento se fueron a tomar el té.
—Encantada, Bloom —me sonrió de la forma más simpática y agradable que se podía.
—¿Q-quién eres?
No perdió su sonrisa.
—Ya te lo he dicho, soy Stella.
¿Really?
—No me refiero a cómo te llamas, es que no te conozco y me estás hablando como si fuéramos amigas de la infancia —no podía estar más perdida. Entre las alas y la confianza que mostraba, mi sentido de la lógica estaba rompiéndose.
—Pero sí que nos conocemos.
—¿Qué?
—Lo que oyes —asintió repetidas veces.
—Creo que me acordaría.
¿Vosotros sabéis lo que estaba pasando? Porque yo no.
Ella hizo un puchero y ladeó la cabeza.
—¿No me crees?
—Ni siquiera sabías mi nombre —empezaba a desesperarme.
—Me decepcionas, Bloom, no creía que fueras tan grosera.
—¡Y tú tienes alas! —las señalé con mi mano.
Ella las miró e hizo un gesto con su mano para restarle importancia.