Un día como cualquier otro, Martha estaba tranquila comiendo una manzana verde en esos momentos, había pasado al menos tres meses desde que había sufrido aquel accidente donde casi pierde la vida, y julio les había dado la bienvenida para un nuevo días de verano, pero ahora tenía más cuidado de que nada malo le pasara, el trauma que había sufrido seguía fresco cual lechuga en su mente, se fijaba más en lo que le rodeaba, pero claro que no solo eso.
Hacía tres meses había conocido a Thomas y trabajaban juntos, por muy loco que sonara.
Su nuevo amigo, compañero de bromas y colega en el almacén de pintura era alguien especial, al principio había pensado que era alguien de cuidado; por la forma tan imponente que tenía, alguien que odiaba que se acercaran mucho a él, pero Thomas era todo lo contrario, era tranquilo y aceptaba que ella o la misma Helen le abrazaran, le tomaran del brazo o que peinaran sus rebeldes cabello negros cual cuervos. Era cómodo estar uno a lado del otro, pero sobre todo era cómodo poder hablar sin interrupciones o que te callaran de manera súbita, también podían tocar temas que no fueran simplemente un solo entorno.
Mientras terminaba de arreglarse, se observó al espejo de su habitación, ese día entraba al almacén a las once de la mañana y apenas eran las nueve cuarenta y cinco, los rayos del sol entraban por el enorme ventanal gracias a que las cortinas estaban abiertas de par en par, atadas en unos hermosos listones color marfil, la luz bañaba la mayor parte de su departamento, cuando se observo. Fijo su vista nuevamente en el espejo, sus ojos marrones recorrieron su figura, las cicatrices que habían inundado su cuerpo, ahora eran casi invisibles ante la vista de los demás, los moretones habían desaparecido y los raspones que en algún momento habían inundado algunas partes de su cuerpo se habían ido; volviéndose un mal recuerdo y eso lo agradecía Martha. Su cabello castaño iba adornado con una hermosa diadema con pequeñas piedras que Helen le había regalado un día que fueron a la exposición de artesanías, su piel lucía un saludable color, sus pequeñas pecas se hacían casi invisibles, llevaba ese día un mono color negro de tirantes delgados y adornado de hermosos girasoles que parecían como si brillaran a la perfección, sus cómodas sandalias tenían adornos amarillos y negros, no parecía haber alguna imperfección en su vestimenta, pero aun así parecía que no le convencía, pero eso salió de sus pensamientos cuando el timbre de su celular se hizo presente, por lo tanto fue a buscarlo; observando así las múltiples notificaciones.
Ciento cincuenta mensajes. ¿De dónde venían tantos mensajes?
Al abrir la aplicación pudo ver que se dividían en varios "chats", desde mensajes de Helen preguntado sobre su paradero y si podía ir a desayunar con ella, de sus alumnos, su jefa y de... de su prometido.
John, ¡Diablos, se había olvidado de él! Si se había olvidado por completo de que tenía un prometido, y no se podía culpar ni podrían hacerlo, estar todo el día con Helen y Thomas hacía que se olvidara de todo y de todos. Al abrir los mensajes por poco y se le caía el celular, John estaba ya en la ciudad vecina, solo necesitaba tomar el ferry para cruzar la masa azul que los separaba, suspiró frustrada odiaba sentirse así, sentía como si algo no estuviera bien, y no era para menos, pues después de estar casi cinco meses separados, ahora no se sentía en una posición para tener dicha conversación, claro que no.
Un tintineo de celular le hizo salir de sus pensamientos y observó la pantalla nuevamente, era un mensaje de Helen preguntándole si ya llegaba al almacén, adjuntado al mensaje había una foto la cual al abrirla pudo apreciar a un Thomas terminando de arreglarse el traje que ocuparía ese día, para la pintura que se realizaría. Aún no podía creer que Lorena le pidiera a Thomas que siguiera siendo el modelo de todos, la verdad es que agradecía mucho que el joven siguiera siendo dicho trabajo, ya que ella misma aceptaba que nadie podría igualar la belleza de Thomas.
***
Muerte había logrado recolectar las almas de los que estaban en su lista con ayuda de su pequeño amigo peludo, ahora que terminaba de colocarse su ropa, notó que en su lista aparecía un nombre, suspiró frustrado, pero aun así observó la escritura en aquel papel, mismos que mostraba la única tarea que su padre le había dado desde que lo creó.
Pamela Pinzón - 12 años
Quemaduras de tercer grado
Trago nervioso, otra niña, maldita sea odiaba esa parte de su trabajo, si por él fuera, dejaría que alguien más se llevara aquella parte del trabajo.
- Helen – llamó a la de cabello rosa chillón, quien se volteó a verlo, esperando a que le dijera lo que fuera que necesitara – Voy un momento al baño y regreso
- Claro, Martha aún no regresa – comentó tranquila mientras se centraba en observar su celular – Puedes ir tranquilo, solo no tardes tanto por favor
Muerte suspiró aliviado al ver que Helen no le hacía tanto caso, así que rápidamente fue a buscar a la pequeña niña.
Después de unos momentos – mismos que parecían pasar en un parpadeo – llegó a un edificio el cual estaba siendo absorbido por las llamas, muchos salían corriendo, otras gritaban, pero se centró en la pequeña que aparecía en su lista dispuesto a encontrara y fue que la encontró.
Pamela Pinzón estaba apoyada en la pared, sus ojos estaban empañados de lágrimas y sostenía un bulto entre sus brazos, parecía que quería gritar y suponía que el mismo humo no se lo permitía, por eso al acercarse pudo apreciar que el bulto se trataba de un pequeño cachorro de pelaje café.
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Editado: 08.02.2022