Nada quedaba por hablar, entonces Fortino empezó a colocar las monedas sobre la mesa, una seguida de la otra para que pudiera contarlas don Nicolás y, al concluir su acomodo, en tanto que el viejo miraba el dinero con ojos de contar dinero y sin ningún recato, con la boca abierta, dado que no podía disimular, ni siquiera un poco, el quemante deseo que sentía por tocarlas, él se entretuvo en ir siguiendo con los ojos la forma sinuosa, como de serpiente dorada, que fue como quedó finalmente alineada aquella fila de monedas y, al terminarse ésta, en el lugar donde debería de tener la cola o la cabeza, las dudas del viejo Nicolás se disiparon: ahora Fortino era el nuevo propietario de todas las mulas.
Mientras tanto, en la lentitud del trámite, la tarde había ido bajando sigilosamente de la montaña, arrastrándose pesadamente, y empezaba a desplazarse impalpable por el pueblo, confundida entre los rumores que vagaban ya por todas partes, como si el viento...
-¿Sabías que las mulas ya no son de don Nicolás?
-¿Y, de quién si no, Natalia?
-De... don Fortino.
-¿De Fortino?, ¿Laya?
-De dddon Fortino... Laya.
Esa verdad, basada en ninguna prueba y en algo que en realidad no le constaba, comenzó a difundirla desde muy temprano, Natalia Sagrado, una de las sirvientas de don Nicolás. Ella, en algún momento de ese día, les llevó a Fortino y a su patrón, un cántaro con agua rodada y endulzada con melaza, y así se enteró casi de nada, de lo que ahí se estaba negociando, pues sólo alcanzó a escuchar que aquellos hombres hablaban cualquier cosa con respecto de las mulas, algo así como que cuántas eran o que dónde estaban. Pero más tarde volvió para recoger los jarros y a pesar de que ya no había palabras entre ellos, y que el viejo la detuvo con un grito cuando vio que estaba a punto de atravesar la puerta, ella desde ahí sobreentendió o imaginó lo que pasaba, pues alcanzó a mirar aquel dinero que había sobre la mesa.
-Te digo que eran como de oro, yo las vi.
-¿Y tú, qué sabes cómo es el oro?
-Pues... pero me lo imagino.
Así que ella fue quien soltó en la calle las primeras palabras sobre el tema y, antes que nadie más en todo el pueblo, también fue la primera en darse cuenta que Fortino, no solo estaba adquiriendo para sí algunas mulas sino que, con esa compra, llevaba incluido el título de don.
Pero el rumor fue tomando formas y, con la anochecida, congregó a toda la gente de Santanita en la pequeña plaza. En voces de todos ya había trascendido que existían unas monedas y que éstas, por principio, eran amarillas, y aunque nadie les había confirmado que todo ése dinero era un regalo de las muertas, eran muchos quienes lo afirmaban a partir de que a alguien se le ocurrió decirlo, y así hablaban de ello en cualquier parte del pueblo con total naturalidad. Lo cual no les resolvía ninguna de sus dudas, pero como todos primero oían todo lo que se decía y después lo repetían, cada cual a su modo, adicionándole o quitándole pelos en cada versión, las dudas en vez de decrecer se habían ido haciendo cada vez más grandes. Y la más extendida entre todas ellas seguía siendo, por supuesto, la de qué iba a pasar con sus animales ahora que tenían un nuevo dueño:
-La tristeza lo volvió ambicioso.
-No, fue el dinero de las muertas.
-¿Y dices que va a quitarnos la mulada?
-Si nos dejamos, Goyo... si nos dejamos.
Fortino a esas horas estaba en la casa de Macrina. Había ido a verla un rato después de cerrar el negocio con don Nicolás, sólo para hacer tiempo en lo que bajaban del monte sus compañeros. Ansiaba darles personalmente a cada uno de ellos la buena noticia, y decidió aguardarlos en la compañía de su comadre, ya que las horas de espera siempre se le habían hecho más anchas que largas:
-Lo largo cansa, Fortino, solía decirle el viejo Cirilo a propósito del tiempo, cuando el niño perdía la paciencia y no quería esperar a que un renuevo germinara, a que una papilla fermentara o a que hirviera un cocimiento, pero lo ancho aparte de cansar, le explicó más de una vez el viejo, señalándole aquellos momentos en los que el tiempo parecía no avanzar o cuando daba la impresión de quedarse detenido, también desespera.
Y sólo se enteró del tremendo escándalo que había por todo el pueblo, al oír oculto, detrás de la puerta, a la señora Teófila, quien fue muy asustada a contárselo a Macrina:
-La furia se está juntando allá en la plaza, Macrinita, le dijo la mujer, quien era toda como un solo temblor, por el descomunal nerviosismo que reflejaba, y como ya los hombres están enrabiados, ahora le quieren echar todo el enojo a tu compadre.
Por esa razón Fortino no pudo estar presente en el reparto. Deseaba tanto ir, pero Macrina no se lo permitió. Incluso lo dejó escondido en su ropero para evitar que pudieran encontrarlo. Y esa misma noche, siguiendo las instrucciones de Fortino, ella regaló a los animales.