Tierra de prodigios

QUINCE

Otros, los que no empezaron el día cavando la ilusión de hacer brotar el agua, se pusieron a desempedrar el terreno y, con el pedrerío, a formar unas pequeñas cordilleras a orillas de otros más, quienes se afanaban en abrir las exageradas zanjas que les indicó Gumaro, de dos metros de anchura por dos de fondo, en las que sembrarían las piedras necesarias para darle raíces a la casa.

-Pero es mucho, Gumaro, ¡muchísimo!, le dijo, después de ver las marcas en la tierra, Álvaro Zorrilla, el maestro de obras que vino con la peonada de Santa Catarina, con quien Gumaro había trabajado algunas veces en el pasado y siempre bajo sus órdenes:

-Pues así las órdenes, Álvaro, desde el patrón.

Y Álvaro no estuvo de acuerdo, pero no quiso discutirlo. Sólo se quedó pensando en un recuerdo. El de aquella ocasión varios años atrás, cuando regañó a Gumaro porque hizo un muro chueco, mismo que lo obligó a tirar y volverlo a levantar, así que era posible que él le hubiera guardado algún rencor o algún mal sentimiento y que ahora se estuviera vengando.

-Pues este Gumaro podrá tener el mando, se dijo en el mismo pensamiento, pero todavía no es quién para mandarme.

Y se prometió a sí mismo, no volver a señalarle nada. No hacer otra cosa sino obedecer:

-Así se le caiga la casa.

Pero no había tal venganza. Gumaro había proyectado esos cimientos tan desproporcionados, casi desde el momento en que le advirtió a Fortino, que sería muy difícil construir en un terreno tan inclinado:

-Mmm... en ese lugar va a ser dificultoso, patrón, fue lo primero que le contestó a Fortino, cuando él le mencionó que había probabilidades de que su casa quedara asentada en el solar de Ambrosio, ¿no ve que ahí es la barranca?, ahí la tierra está muy empinada y la casa si no se nos resbala, se nos va a cuartear.

Pero no valieron las razones de Gumaro, pues Fortino ya se estaba decidiendo a vivir así de cerca de sus muertas, y con una simple orden resolvió el problema:

-Pues enterrada o amarrada al suelo si es necesario, pero ahí la quiero.

Así que Gumaro solamente obedeció. Se puso a pensar de qué manera podría enterrarle los pies a aquella casa, para evitar que ésta se les cayera en el barranco, y esa fue la única forma que discurrió. Y si Fortino que era el patrón, se lo aceptó cuando él le mencionó su idea, no le preocupaba que a otros, así se llamaran Álvaro Zorrilla, no les gustara. Además, con la tierra que iban a extraer, sugirió Fortino, se podría aligerar un poco lo brusco de la barranca y eso le facilitaría sus visitas a la difunta. Y entre hacer esto y esto otro y empezar aquello, llegó el final de la jornada. Eran como las seis de la tarde de un martes de San Mateo y San Blas, con un cielo lleno de febrero y blandas nubes rojizas, cuando Gumaro dio la orden para que dejaran descansar la tierra y todo se detuvo.

A esa hora, mientras unos empezaron a arreglarse para ir a conocer el pueblo, y otros a encender fogatas para hacerse de comer y al mismo tiempo calentarse, y unos más a ver de qué manera se iban a adaptar para pasar la noche en el terreno, Fortino traspuso el espacio que lo separaba del panteón para ir a conversar un rato a solas con María, pues quería comentarle ya en detalle la suma de sucesos de ese día, que por cierto no era un día como cualquiera, sino el día del inicio de su casa:

-Tú lo viste, María, le dijo en voz baja y con mucha calidez cuando estuvo ya muy cerca a su recuerdo, a un lado de su sepultura, la tierra se dejó querer, cosa de saberla acariciar.

Y como ejemplo, mientras hablaba con ella, acuclillado bajo los últimos fulgores pardos que reflejaba la tarde, con la mano dejó resbalar algunas caricias sobre el montículo de tierra, y para él fue casi lo mismo que si la tocara, de tal manera que así se quedó por un buen rato, acariciándola suavemente mientras charlaban, como antes, hasta que el día terminó de rodar y se fue, dejando el entorno adornado de sombras. Fue entonces cuando Fortino se levantó para irse también, pues ya le había descrito a María los avances de ese día y además tenía la mano rebosando de recuerdo.

-Pues ya me voy, María, porque mañana nos espera un día muy largo, fue su despedida, pero me voy contento porque sé que tú también estás contenta... lo pude sentir.

Luego, sus pies acostumbrados a moverse con libertad entre las piedras y la negrura, la que ahora estaba toda sobre el suelo, se detuvieron durante unos minutos junto a la otra pequeña tumba y ahí, Fortino le regaló a su hija, apalabrado, lo que aún le quedaba de ternura. Después empezó a caminar. Y se fue bordeando la barranca sin prisa, lo más lento que podía, como queriendo alargar el tiempo con sus pasos y, ocasionalmente, volteando hacia el otro borde del barranco, donde la noche de tan inmensa no le dejaba ver su terreno, su casa nueva:

-Pero ya pronto, mujer, le dijo súbitamente al aire, seguro de que por su proximidad al cementerio, María todavía lo estaba escuchando, ya pronto vamos a estar en cercanía.

Y una vez que dijo eso, le volvió la ligereza a sus pies.

 



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En el texto hay: viaje, drama, amor

Editado: 23.11.2023

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