Tierra de prodigios

DIECISÉIS

Al otro día la mañana salió despacio, embozada de gris por la neblina que se acostó sobre esa parte de la montaña desde la madrugada, y fría por los restos de frío que guardó de la noche anterior.

A esa hora, el espejismo de la paga de un peso por día, que no dejó dormir a la mayoría de los santanitenses, seguía por el pueblo, y a los que salieron desde muy temprano a la sierra o a los pueblos a cumplir con la vida, los obligó a volver. Igual cargadores, muleros y leñadores, todos fueron llegando bajo aquel amanecer, y fueron juntándose en pequeños grupos a un lado del terreno de Fortino, en el que ya empezaban a moverse los trabajadores de Santa Catarina y, frente a ellos, comenzaron a darse las primeras muestras del disgusto colectivo:

-¡Porque esto no es lo justo, dijo en uno de los grupos, Próspero Carbajo, hablando fuerte y apuntando con la voz y la mirada, hacia el sitio donde estaban tomando algo caliente una decena de albañiles junto a una gran lumbrada, que el dinero de las santas difuntas, se riegue solamente para los pueblos de abajo!

-Sí, Próspero, le contestó Odilón, aquel que cuando niño se había herido el brazo con una hacha, tienes razón, eso no es justo.

-¡Porque también nosotros, los de aquí de Santanita, gritó de por allá, Damián, quien estaba escuchando desde su propio grupo, todo lo que se decía en el grupo de Próspero, queremos que nos toque mantenimiento!

Y los grupos lentamente se fueron acercando unos a otros hasta volverse uno y dentro de él, crecieron los murmullos. Todos, unos más y otros menos, estaban inconformes o tenían algún reclamo y querían señalárselo a Fortino. Y lo más juicioso que alguien dijo, acerca de que ya algunos habían recibido las mulas de regalo, fue prontamente rebatido por Crescencio Arteaga:

-¿Y Domingo, por qué él sí, bestia y trabajo?

-¡Dices bien, Crescencio!, lo apoyaron unos.

-¡Y habemos los que ni mula!, le reforzaron otros.

Y con esa y varias frases similares que iban siendo repetidas por todos los demás, comenzaron a manotear al aire como si de ese modo pudieran modificar su realidad. Así, cuando los ánimos ya estaban encendidos, pues los gritos habían ido aumentando la tensión de todo el grupo, fue cuando llegó Gumaro y antes de que pudiera pisar la propiedad de Fortino, una compacta valla de arrieros le impidió el paso:

-Buenas, Gumaro, le dijeron seca y aisladamente dos o tres, pero remarcándole con la simple entonación, que esa no era una bienvenida.

-¿Qué hay?, les respondió nervioso, como con ánimos de retroceder, pero sosteniéndose en su posición y mirándolos a todos y a ninguno con movimientos rápidos, para no tener que sostener los ojos sobre alguno en especial.

-Nada, todavía... le contestó Jesús María, aquel viejo cargador a quien ya le pesaba demasiado ese trabajo, pero queremos que haya.

-¡Trabajo!, gritaron varios.

-¡Trabajo, trabajo!, corearon todos.

Y ya rodeaban a Gumaro, quien no sabía cómo reaccionar ante esa extraña actitud de sus compañeros, cuando alguien vio que por allá venía Fortino, y eso lo libró de tener que seguir conteniendo aquel miedo incontenible que sentía, y por supuesto de tener que tomar una resolución que no le correspondía. Estaban en ese momento, justamente bajo la fuga de la neblina.

Sucedió entonces lo mismo pero de un modo diferente, porque al llegar Fortino también lo empezaron a rodear, pero con él se comportaron de otra forma, pues dejaron de gritar y de hablar atropelladamente, y nadie se atrevió a encararlo con la misma agresividad como la que, apenas unos segundos antes, le estaban volcando al pobre de Gumaro, quien tan pronto como llegó su patrón, lenta y disimuladamente se alejó de allí.

-Don Fortino, volvió a empezar Próspero Carbajo, aquí los que estamos, queremos decirte.

-Pues digan, les dijo Fortino.

Y entonces Próspero le explicó, con un matiz más modesto, qué era lo que venían a pedirle. Para ello, le hizo un largo relato de sus pobrezas, como si Fortino no las conociera, y una exagerada ponderación a las incontables cualidades que tuvieron en vida las difuntas, lo que no hacía falta que hubiera dicho, porque él de cualquier modo les habría ayudado, como lo hizo.

Pero fue una decisión difícil de tomar, aún con la ayuda de María.

 



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En el texto hay: viaje, drama, amor

Editado: 23.11.2023

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