Tierra de prodigios

TREINTA

-Cirilo, y si todo en el mundo era tan grande, tan bonito, ¿por qué volviste?

Fue esa pregunta hacia el final de aquella tarde, entre todas las que le hizo durante todo el tiempo que ellos fueron amigos, quizás la única que el viejo no le respondió. Esa vez Cirilo se quedó callado, mirando fijamente hacia ningún lugar en tanto que sus ojos, que entonces los traía muy apagados, fulguraron fugazmente con un brillo como de recuerdo. Y las palabras no volvieron a su boca, hasta un poco después que su mirada regresó de ese lugar:

-Se puede seguir un deseo, dijo entonces, aunque más como un juicio de viejo, que como una respuesta a la pregunta del niño, pero hay que romperlo cuando se vuelve un capricho, y volvió nuevamente a su mutismo.

Y una vez que aquel deseo del tranvía se le rompió a Fortino, mientras iba caminando, buscando calles que no tuvieran vías para ya no recordarlo, nuevos progresos en los que no había reparado, pues no veía otras cosas en el mundo cuando estuvo obsesionado persiguiendo a los tranvías, se le fueron metiendo por los ojos, y de nuevo los volvió a desear. Así, ese día completo, lo pasó entre una muchedumbre a las puertas de un lugar, sobre cuya fachada había un letrero que anunciaba, con letras muy brillantes y de vivos colores:

-Víctor, Fonógrafos Modernos.

Y con todo y que a él no le decían nada las palabras cuando estaban escritas, lo que finalmente lo atrajo, igual que a los demás, y lo retuvo ahí, fue la mágica presencia de un progreso, más pequeño que los otros pero tan prodigioso como aquellos y que valía, según le dijeron, únicamente veintisiete pesos. Y aún cuando pensó que era barato y que sería grandioso llevarlo hasta su pueblo, sentía todavía un cierto resquemor por lo que le había pasado con su anterior deseo, y no quería de nuevo vivir esa experiencia. Así que por lo pronto, optó por admirarlo como todos los presentes: de pie y en silencio, y detrás de una línea pintada en el suelo. Aunque a diferencia de otra gente, él ya no se movió de ese lugar durante todo el día y en aquel largo tiempo, no quitó ni un instante su mirada de ese objeto y sobre todo, de su incomprensible movimiento. Pero más aún, dejó que el aire saturado de sonidos, a través de sus oídos, le tocara el corazón. Y como esto sucedió toda la tarde, para cuando fue la hora de volver al parador, por el cielo que ya estaba tiñéndose de noche, ya un fonógrafo había desplazado para siempre al tranvía de su memoria. Porque ese aparato era magia pura, el colmo de los prodigios, y con todo y que ya iba a muchas calles del lugar, continuaba aquel embrujo haciendo ruido en su cabeza, casi con el mismo brillo y la misma nitidez que cuando estaba en aquella multitud. Así que empezó a describírselo a María, como tratando de entender con su propia explicación, cómo o de qué forma o a través de cuál mañoso artificio, esos hombres de la capital habían podido atrapar, y mantener encerrada, toda esa maravillosa música, que además sonaba mucho mejor que la que hacía Cipriano con su guitarrón, cuando había fiestas allá en el pueblo, para luego permitirle que brotara nuevamente fluida y diáfana, como si estuviera hecha con sonidos frescos, de ésa como flor de lata que parecía flotar, aunque estaba conectada a esos fierros que brillaban, justo encima de una caja de madera, en la que un extraño plato plano y negro daba vueltas sin parar.

-Y es tan bueno esto, María, terminó diciéndole Fortino, como un niño entusiasmado, que ni los pajaritos... y al decir esas últimas palabras, sin esperar a que María emitiera su respuesta, él tomó la decisión.

Mientras le iba hablando, recreando con sus manos en el aire, las diferentes formas del objeto para que ella le entendiera, se dio cuenta que le estaba tratando de hacer la descripción de lo imposible, de algo que no era natural, como no podía serlo el que cantara, y tan bonito, aquella simple caja aunque tuviera aquellos fierros y aquella extraordinaria flor de lata. Pero siguió adelante, vivamente interesado en encontrarle cualquier explicación, pues no lograba comprender cómo le hacían para quitarle los sonidos a las cosas. Y cuando hizo el inocente comentario, comparando los sonidos de la caja con el canto de las aves, en ese mismo instante comenzaron a aclarársele las dudas: hasta entonces advirtió que algo extraño sucedía con ese objeto y por lo tanto, que no era buena idea el llevarlo a Santanita. Y aunque no sabía todavía lo que tendría qué hacer, sí sabía que algo haría y que no permitiría que en su pueblo les robaran a los pájaros la voz:

-Y tú no te preocupes, le dijo Fortino entonces, ya con más tranquilidad, a su mujer, que estos capitalistas no van a encerrar los sonidos de Santanita en una caja.



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En el texto hay: viaje, drama, amor

Editado: 23.11.2023

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