Un viento helado cruzó por su piel, los cuatro llegaron a la vez alertados por su voz quebrada, pero ni sus ojos pudieron creer lo que veían a los pies de los escalones bajo un charco de sangre.
La joven heredera del mar se encontraba tendida y golpeada salvajemente. Cala y Horiamy apenas tocaron el suelo avanzando deprisa hacia ella, La hija de Atenea tomó con cuidado su cabeza notando las heridas nacientes desde su cuero cabelludo mezclando los dorados rizos con mechones Escarlata, los labios quebrados con un pequeño hilo de sangre emanando desde adentro de su ser, las aureolas rojas sobre su mejilla izquierda caliente.
-LIRIA, LIRIA, DESPIERTA POR FAVOR, HERMANA, POR FAVOR. Cala reviso su cuerpo sin notar la presencia de una herida mortal, apretó los dientes con rabia notando las marcas incontables de golpes en la espalda y brazos aunque lo único grave eran sus palmas destrozadas.
-Liria, Liria abre tus ojos por favor.
Pudo oír sus voces a la distancia despertando viendo como manchas desfiguradas a ambas.
- Hermana ¿Quien te hizo esto? Dime Liria. Apesar de no ver con precisión su cara pudo sentir su tono ofuscado sediento de venganza recordando todo.
- Logró cruzar el escudo, lo siento. Lloró desconsolada corriendo el rostro de ellas.
- No pudo proteger a Liberty, se la llevó por mi culpa. Con el dolor en su cuerpo la princesa no podía dejar de sentirse avergonzada; nuevamente había terminado en el suelo derrotada por el Padre.
- Lo siento, lo lamento tanto.
-¡Liria, no te disculpes! ¡Él te dejó así!-Aún cuando sus hermanas la defendía ese sentimiento no se borraba de su pecho tomando una decisión.
Se llevó los brazos al pecho y cerró los ojos desapareciendo de allí.
-LIRIA. Gritaron las dos a la vez.
Entristecida, avergonzada, golpeada y débil la bella hija de Poseidón deambulo por el bosque sujetandose de los árboles, dejando la marca Escarlata en cada corteza que tocaba, cuando el dolor se volvió insoportable sobre sus palmas, cayendo de rodillas contra el suelo, apenas tuvo la fuerza para poder levantar los brazos sintiendo sus dedos enfriarse había perdido una cantidad peligrosa de sangre tenía que cubrirse e impedir que fuera aún más peligroso.
-MALDITO. Cerró los ojos rogando al cielo por justicia después de tanto dolor; se recosto sobre la tierra observando el cielo azul.
-Perdóname padre ¡perdóname por favor!- Lloró sola al costado del río deseado que el mundo se la devore para ya no sentir más aquella vergüenza, había sido derrotada nuevamente por el Padre y había perdido bajo su vigilancia el más importante de los tesoros.
La caravana avanzó desde el este por el bosque trayendo de regresó a casa las tropas Ateniense lideradas por el General Castor y sus hombres de confianza, todos hablaban contentos celebrando el regreso victorioso llenando de orgullo a sus familias, cuando el soldado volteó atentó al tesoro más importante que llevaba.
-¿Qué me dice usted Príncipe? ¿Alegre por volver? -El muchacho sonrió complacido.
-Claro Castor, hace mucho tiempo no veo a mi padre.
-Ha pasado casi un año, estoy seguro que el rey estará encantado de verlo volver sano y salvó. El general observó con picardía al joven señalandole un gran punto a favor.
- Es tiempo de disfrutar el encantó de nuestra ciudad, los manjares, el vino y las hermosas mujeres.
-Nos hemos divertido mucho también durante la estadía fuera. El general inclinó la cabeza avergonzado recordado.
-Es cierto, pero usted es joven Príncipe Daratos bien parecido, las doncellas suspiraran ante su presencia debe aprovecharlo antes que la diosa Afrodita envie a la mujer que domine su corazón, créame lo sé. El muchacho no respondió estaba cansado del viaje para hablar sobre algo como eso, adoraba los encantos femeninos al ser ungido como Príncipe se deslumbró con innumerables mujeres pero ninguna había logrado encender en él las llamas incontrolables de la pasión, lo agradecía ya que así su mente se encontraba en paz y su corazón sereno capaz de dedicarse a cualquier propósito.
-Castor, iré a refrescarme un poco, no quiero llegar así frente a mí padre.
-Está bien, soldados acompañen al príncipe. Daratos detuvo a los hombres observando con seriedad al General.
-Castor... he combatido con muchos guerreros ¿acaso crees que me ocurrirá algo en mi propio Reino?
- No señor, pero...
-Nada de Peros, no soy un muchachito puedo cuidarme sólo asi que no te preocupes te veré en el Palacio. Agitó las riendas de su corcel cortando la caravana de soldados hasta perderse entre medió de las hierbas.
-Señor está seguro podemos seguirlo si lo desea. El general negó con la cabeza viendo de lado al bosque.
- No, el príncipe ya no es un niño conoce muy bien estas tierras y confió en su brazo fuerte. Las tropas continuar hasta distinguir nuevamente su ciudad natal frente a ellos.
Era un hermoso día para pasear por el bosque, la estación lo ameritaba, flores de mil colores desprendía sus aromas embriagantes, la Copa de los árboles se encontraba robustas y verdosas como tanto le gustaba mientras de algunos colgaban dulces frutos, los animales deambulaban por el bosque bajo ese clima perfecto, respiró profundo sintiendo nuevamente todo aquellos olores que extrañaba, el campo de batalla era opuesto en todos los aspectos a su amado Reino, sangre, carné podrida y ese infinito olor a tierra y suciedad agradeciendole a la vida poder estar allí.
Saltó del caballo al estar a orillas del rió acercándose al agua notando esa transparencia capaz de ver el fondo del río sus piedras y los pequeños peces corriendo, se refresco la cara cuando su corcel comenzó a agitarse molestó.
-Pegaso ¿Qué sucede?- Daratos regreso hasta él sujetandolo de la trompa pero el animal se movió escapandose unos metros, el Príncipe lo siguió encontrándose con algo inpensado, sobre la tierra humeda había una chica desmallada, sin pensarlo corrió arrojándose a sus pies notando las marcas sobre todo el cuerpo, su vestido manchado de sangre y las manos destrozadas.