Un bastó banquete se honró para los homenajeados, con música y diversión pero realmente poco le interesaba al príncipe disfrutar hoy de aquellas banalidades su único interés radicaba a unos metros de distancia. Apenas el Rey se descuido saltó del asiento dirigiéndose por los corredores hasta llegar a las mismas puertas.
Dos muchachitas comentaban y reían conversando acerca de la invitada cuando aclaró su voz alertandolas de su presencia.
Ambas se corrieron de su lado, inclinando la cabeza en señal de respeto.
-¿Cómo a estado?-Una de ellas respondió con tonó cortes.
-El sacerdote la revisó, tiene golpes en todo el cuerpo, los más severos fueron sobre palmas y nocabeza, curó todas pero hay que esperar, necesita tiempo.
-Muchas gracias, retirensé por favor. Daratos caminó hasta su lado notando como las manchas de sangre habían desaparecido del cuerpo, dejando ver su hermosa piel tostada por el sol, suave y cubierta por un perfume deslumbrante a flores, podía sentir la fragancia a orquídeas, jazmín, fresias mezclándose con millones más, era tan dulce y embriagante como la miel. Tenía aún las marcas sobre el rostro pero seguía siendo despampanante, tener el privilegio de observarla sólo podía ser un regalo sagrado de los dioses.
- No estás sola, yo..te voy a proteger, nadie volverá a hacerte esto. Daratos sintió algo extraño entre sus dedos notando sobre la muñeca de la chica un adorno, revisó con cuidado encontrándose con una delicada pulsera, estaba hecha en oro y contaba con cinco perlas perfectas mientras en la punta algo extraño colgaba. Se la quitó revisando meticulosamente no era una piedra ordinaria la que llevaba, era un material preciosos no cualquier doncella podría contar con un accesorio así.
-¿No eres una mujer común verdad?-Daratos guardo el adorno con la intención de mostrarselo a su padre y dar avisó a los reinos más cercanos, las hipótesis comenzaban a dar vueltas en su mente, tal vez se tratase de una princesa raptada, perdida, alejada de su tierra, si era así su deber era devolverla a casa; salió de la habitación viéndola una última vez.
El Rey notó el extraño semblante de su esposa, alejada, sumergida en sus propios pensamientos.
-¿Ocurré algo Caliope?-Ella parecía oír su voz lejana despertandola de aquel sueño.
-Crees que podría hablar contigo en privado. Sin ninguna duda aceptó ayudandola a ponerse de pié dirigiéndose juntos hacia el estudió.
Caliope entró sintiendo el nudo insoportable en su estómago, había aguantado sólo por recibir a Daratos con calidez pero resultaba imposible continuar así, oyó cerrarse las puertas detrás de ella encontrándose con los ojos de su esposo.
-¿Qué sucede querida? Estuviste muy callada durante el festín.
- No quise arruinar el recibimiento de Daratos, pero ocurrió algo sorprendente. Cicerón escuchó intrigado pidiéndole continuar; su esposa apretó sus manos viéndolo con una mirada mezclada en tristeza y alegría alertandolo.
-¿Qué pasa Caliope?- Una lágrima de emoción escapó de sus bellos ojos azules diciéndole:
- Mi hijo, encontré a mi niño. Mudo e incomprensible el Rey asimilo cada palabra sin poder creerlo.
-¿Nehuem? Caliope ¿Estás segura? Lo viste ¿Realmente crees que se traté de tu hijo? Puede que sea sólo un charlatán.
-No, Cicerón era mi hijo, te lo juró, era él, se parece mucho a mi padre y tiene...-Ella inclinó la cabeza recordando con dolor.
-Tiene sus ojos, el lunar sobre la mejilla y conocía la historia...Mi niño sabe lo que hice, sabe que fue entregado en el templo. Se acomodó en su pecho dejándose llevar por el dolor.
-¿Qué te dijo? Está aquí aún, quiero verlo. Secándose las lágrimas su esposa negó aún recordando todo.
-No, no vi por mí, fue una hermosa casualidad, pero me detesta en eso fue muy claro...No lo juzgó, jamás creí que cuando lo encontrará saltar a mis brazos, sería pedirle mucho.
-¿Pero dónde vive? Sólo dime, mandaré a buscarlo y yo le explicaré todo.
-Nehuem...Nehuem es especial, lo sabes y por lo que vi, mi niño aceptó el mundo de ese Moustruo. Cicerón se extraño sin comprender pero su esposa calmó las dudas.
- Es un Altivo, el hizo una cosa que ningún sacerdote pudo jamás.
-Caliope.
-Créeme por favor, el desapareció frente a mí, como polvo, como si nunca hubiera estado.
- No puede ser posible. Enfadada la reina se cruzó de brazos.
-Preguntale a tu Guardia, ellos se pelearon con él y a mis damas, los vieron entrar.
-"Los" quién más estuvo aquí. Caliope parecía olvidarse del enojó en un instante iluminando su bello rostro con una sonrísa.
-Herión no divagaba, ni era un sueño de él. Sostuvo sus manos marcado la alegría que sentía.
-Baley si tuvo una hija, una muchacha y no cualquier joven...no supimos de ella porque nació de un vientre divino.
-No puede ser, él... no se hubiera enredado con una altiva, menos en aquel tiempo.
-Cicerón sabes bien que en el corazón no se manda, Baley se enamoró de Atenea y sobrevivió todo este tiempo por ello.
-¿Qué dices Caliope? ¿Cómo que sobrevivió? ¿Dónde está?- Apenas pudo sentarse respirando con dificultad cuando su esposa se arrodilló frente a él enseñándole el objetó.
-Su visita fue muy rápida Cicerón, estaban muy preocupados por algo, Horiamy incluso se olvidó de llevarse esto ¿Lo reconoces?- Él observó las líneas cruzadas y en relieve, era un medallón muy extraño y de una difícil construcción, trayendo al instante un manantial de recuerdos, las prácticas juntos viendo el largo collar cayendo por su pecho.
-Es real.
-Sabía que lo reconocerías también. El Rey no podía creerlo.
-La princesa por fín ha regresado a casá, Herión por fín descansará...pero que hay de Baley ¿a qué te refieres con que sobrevivió?
-Nuestro querido amigo fue condenado por Zeus, al enamorar a su hija y darle una nieta mestiza.
-¡Maldito! ¡Él destruyó tú vida! ¡Y condenó a mi amigo sólo por enamorarse! ¡Desgraciado!- Caliope intentó serenar la cólera de su esposo.