Sentía tanto vacío en medio de mi pecho, que estaba en piloto automático. Cuando sonó el timbre clave mi vista en la mesa, no quería ver a nadie y no quería que me vieran tampoco. La vergüenza quemaba por dentro, sentía que todos se estaban burlando a mi alrededor. Con mi pelo trato de ocultar mi cara, haciendo una cortina, pero siento que es inútil. Me la pase haciendo ejercicios de mas en el libro, para no pensar y también me la pase sin hablar con nadie. No tenia idea si los chicos entraron al salón, o siquiera mi hermano. No tenía ánimos para nadie.
Cuando llego a la camioneta, Adam me regala una sonrisa, que decae cuando me observa bien.
—¿Esta todo bien?
Asiento —. Solo estoy cansada —respondo. Mi voz sonaba baja, sin ánimos y decaída.
Tenia que tomar mis pastillas cuando llegara a casa, y de solo pensarlo me ponía mas triste. Había echo un progreso enorme dejando de tomarlas en un tiempo largo, y hoy eso iba a terminar. Suspiro y apoyo mi cabeza en la ventana. Siento movimiento a mi lado, pero simplemente lo ignoro, debían ser Aaron y mi hermano.
Llegando a casa, me entran ganas enormes de dormir y tengo que usar toda mi fuerza para no quedarme dormida dentro del auto. Mi cabeza no había dejado de doler y mis ojos estaban molestándome por haber llorado tanto.
Soy la primera en bajar y cuando llego al vestíbulo el traje de polo perfectamente limpio y planchado, me saluda. Otra vez…
—Lady Cavendish… —charles se acerca y su vista va de mi a el traje —, mañana empezara el torneo su padre me ha recordó que usted debe asistir con su hermano…
Suelto un sollozo, sin poder evitarlo, era lo ultimo que necesitaba para poder quebrarme. Las lagrimas salen de golpe y el aliento comienza a agitarse. Charle se acerca alarmado y me sujeta por los hombros.
—Quiero estar sola —pronuncio.
—Tranquila, ahora tomaremos sus pastillas y vera que estará mejor.
—¡No me hables como si fuera una niña! —grito —. Nada estará mejor. Quiero estar sola —me aparto y subo las escaleras de dos en dos. Escucho a alguien gritar mi nombre antes de encerrarme en mi habitación con llave.
Otelo viene a mi encuentro, llorando en vos baja. Me dejo caer en el piso y me arrastro bajo mi gigantesca cama. Mis animalitos de peluche me reciben una vez que estoy a salvo, rodeada de ellos, me cubro hasta la cabeza con mi manta de caricaturas y me dejo ir. Otelo entra también y apoya su cabeza en mi pecho, lamentándose. Los golpes en mi puerta comienzan a sonar y me tapo los oídos para no escuchar nada.
—¡Lady Cavendish, por favor, no haga esto de nuevo!
—¡Dije que quiero estar sola! —grito — ¡Es una orden!
No debía usar mi posición con Charles, lo odiaba, me hacia recordar que todos iban a hacerme caso por tener un titulo de mierda. Tenia que usarlo porque conocía a Charles, él no se iba a dar por vencido, así como así.
Me acurruco más en mi improvisada cama de cobijas. Eran todas de cuando apenas tenia un año de edad. Mi madre las conservo a todas y me enseño a encontrar mi espacio tranquilo cuando tenia un ataque. Cuando era más pequeña vivía debajo de mi cama, con mis cosas alrededor tratando de serenarme. 16 años después, seguía escondiéndome debajo de la cama.
Tener tanto dolor en mí, tan continuo y palpable, me hacia sentir vulnerable. Era increíble como alguien podía hacerme sentir menos solo con un comentario. Ese destrato que sufría por parte de gente que ni siquiera me conocía, me dejaba sin ánimos de seguir por días. ¿era normal que alguien sufriera así? Mi madre me educo para ser gentil con todo el mundo, sin importar qué.
El dolor nunca es bueno para crecer, para vivir, ni siquiera para poder aprender de errores tontos. Tenía una prensión constante de todos, pero mas de mi misma, porque me presionaba siempre por encajar y nunca tenia resultados buenos. Siempre terminaba llorando o lamentándome las acciones que tomaba. Nunca me había ido bien tratando de hablar con alguien, nunca me habían tratado bien. La oportunidad de hoy se me fue de las manos en un parpadeo, y no me quede para intentar solucionarla. ¿Qué podía hacer? Seguramente iba a terminar mas humillada de lo que quede, se me habrían burlado en la cara. No quería justificar mi trastorno, mi madre nunca me lo hubiera perdonado. Yo no tenia una enfermedad, yo no era contagiosa, simplemente tenia Asperger y eso era algo que todavía no me perdonaba a mi misma. De los 7.594 miles de millones de personas que había en el mundo, ¿Por qué a mí? Podía tener todo el dinero del mundo, cualquier cosa materialista que quisiera, pero por dentro me sentía tan pobre que me lamentaba no ser como los demás.
No sé cuántas horas habían pasado, ni siquiera sabia si mi padre estaba en casa, cuando pude calmarme tome una linterna y el libro de mi madre y comencé a leerlo. Otelo encaja su cara en el hueco de mi cuello y en menos de 10 minutos cae rendido. Su aliento me hace cosquillas el cuello, pero no quería moverlo, se veía tan a gusto. Mi madre había echo un crucigrama, con sus referencias y todo. Las columnas de los costados habían sido fáciles, mi mes de nacimiento, mi comida favorita, mi aroma favorito y por último mi color preferido. Las que estaban entrecruzadas eran difíciles, porque eran memorias de cuando era muy chica. Una de ellas era el nombre del circo que fuimos cuando tenia 4 años, me estaba dando dolor de cabeza pensar y pensar, hasta que recuerdo el viejo álbum de fotos que mi madre guardaba siempre. Tenia que ir por él.
La sabana que me separa del exterior se corre, y el rostro de Aaron aparece. Me sonríe leve, como si estuviera avergonzado. Aprieto los dientes y aparto la vista.
—Quiero estar sola.
—¿Qué es eso? —alza su mano hacia el cuaderno, con la intención de tocarlo, pero lo aparto de golpe y lo escondo detrás de mi almohada.
—Dije que quiero estar sola —repito.
—¿Qué te pasa?
Ruedo los ojos. Era inútil hablar con él, era demasiado insistente cuando se lo proponía y no estaba de humor para aguantar sus preguntas.