Adam nos va a recoger después de cenar. Lo habíamos esperado en Hyde Park mientras devorábamos un paquete de regaliz rojo. Hablamos todo el camino sobre mañana, a Max le emocionaba que yo vaya con ellos a ver un partido de Hockey, no entendí porque, pero lo deje pasar porque estaba muy metido en el tema.
Al llegar a casa Charles me increpa antes de subir las escaleras y antes de que dijiera algo, hablo.
—Ya comí con un amigo.
—¿Puedo saber que comió? —se cruza de brazos, alzando una ceja.
—Bueno, comimos pescado y papas y… —sonrío mostrando los dientes —. Palitos de mozzarella.
—¿Qué?
—Nunca me has servido de esos, y la verdad que están bastante ricos.
—Ese amigo tuyo la está llevando por un mal camino— sé que bromea, porque su tono lo delata y también porque sonríe.
—Puede ser —me encojo de hombros —. Pero ahora los quiero en la cena.
Su sonrisa se borra y su semblante se vuele serio. Reprimo una carcajada.
—Eso sí que no jovencita —pone sus brazos en jarra —. No permitiré que en mi cocina se sirva algo como eso.
Ruedo los ojos.
—Puede ser en algunas ocasiones —negocio — y también agregar más carne en el plato si quieres quedarte más tranquilo.
Me mira con los ojos entrecerrados por un rato, y luego acaba cediendo.
—Está bien…
—Genial, buenas noches —me despido.
—Buenas noches, mi lady.
Subo las escaleras corriendo, quería llegar a darme un bajo y a ponerme a trabajar con el libro de mi madre, así por fin saber que… me detengo de golpe al ver Otelo afuera de mi habitación, con sus patitas rascando mi puerta, como si quisiera entrar.
—¿Qué haces aquí? —al notarme, corre hacia mí y comienza a brincar. Lo alzo y me acerco a mi puerta. Al pegar mi oreja escucho unos susurros desesperados y abro la puerta de golpe.
Bruno suelta un libro de golpe, sorprendido y Hugh da un brinco asustado. El primero está en mi librero y el otro está revisando mi escritorio.
—¿Qué hacen aquí? —pregunto confundida entrando por completo a mi habitación. Otelo gruñe.
—Genial —Hugh parece avergonzado—. Nunca quise entrar, Tess. Yo fui…
—Cállate —Bruno lo reprende y me mira fijamente, mientras se acerca a mí. Otelo empieza a gruñir fuertemente y eso parece detener su caminar —. Dime donde están tus planos y me iré.
—¿Qué?
—Pensé que eras autista, no sorda — Otelo gruñe más fuerte y comienza a moverse como loco en mis brazos.
—Bruno… no creo que —Hugh intenta calmarlo, pero eso parece encender algo en sus ojos.
—Ya me oíste, fracasada. Dime donde mierda tienes esos planos.
—Fuera —musecito con los dientes apretados —. He dicho que te largues de aquí.
—Pero mira nada más, juntarte con ese par de estúpidos te ha hecho más valiente — da dos pasos más, casi cara a cara —. Lo único que tengo que hacer es levantar mi mano.
—Y lo único que yo tengo que hacer es gritar —lo miro —. A mí no me tendrás miedo… pero en cambio con mi padre…
—Entendimos, Tess— Hugh parece razonar. Pero no lo miro, mi vista esta fija en su amigo —. Perdónanos, no volverá a pasar. Bruno, camina.
Comienza a tomarlo por la remera y lo empuja por la puerta, tratando de sacarlo lo más rápido de aquí. Antes de que la puerta se cierre, sus ojos, que no dejaron de verme ni un segundo, me lanzan una advertencia.
Suelto el aire que tenía contenido de golpe, Otelo llora y un par de lágrimas comienzan a salir de mis ojos sin permiso. Inhalo y exhalo un par de veces mientras me siento en la cama. Cierro los ojos cuando el enorme nudo se traslada en mi pecho y me desespero porque no quería tener un ataque de pánico en este momento.
Otelo se acuesta arriba mío cuando me acuesto de espalda mientras miro el techo. Bruno estuvo a punto de golpearme… otra vez. Quería gritar, quería salir a buscarlo y a decirle que nunca se atreviera a hacerme lo que me hizo. Tenía tantas ganas de todo, pero la cobardía estaba palpable en mi interior y me quedé en la cama abrazando a Otelo hasta que me dormí.
Me levante una hora antes del desayuno para poder irme tranquila. Sabía que él estaba en mi casa, sabía que se había quedado a dormir y no quería volver a verlo. Para no asustar a Charles le digo que tenía que entrar antes por el club de cálculo, una mentira pequeña no iba a matar a nadie. Me deja ir sin antes entregarme mi almuerzo y una advertencia a que desayune algo en el instituto.
Y eso es lo que estoy haciendo justamente.
Con un capuchino de Starbucks y un muffin de chocolate me siento en una de las mesas de la biblioteca. Todavía faltaba media hora de clases y podía ojear el libro de mi madre tranquila, así podía olvidarme del episodio de anoche, aunque sea por un par de horas.
Como Max dijo, había dibujos míos en el cuaderno pegados. Uno era una pareja sentada en una colina, las pequeñas casas se veían a lo lejos y los colores verdes se notaban por sobre los demás, el traje de la mujer era de color rojo intenso, como la sangre y tenía un lindo sombrero
color crema. Por el traje del hombre sé que son de una época antigua. El otro dibujo es uno muy elaborado, porque se trata de un tren de vapor, donde los colores, que no son muchos, resaltan a pesar de estar rodeados por una nube de vapor gigante. La estación parece vacía, pero da la impresión de que el tren está a punto de partir.
Y por último esta un gran castillo medieval dibujado con carboncillo. Si no fuera porque conocía mi casa, fácilmente podría decir que era un retrato de ella. Este castillo tenía torres con puntas, tenía más ventanas y también lo que parecía ser una gran chimenea sobresaliendo por un de los costados.
Mi firma está debajo de todos estos dibujos, pero por más que busque en mi mente, ninguno aparece. Ni siquiera recuerdo haber dibujado con carboncillo, odio tener las manos sucias y era bien sabido que el carbón te deja las manos negras.