Era consciente en parte de que la gente me miraba. Estaba claro que algo me había pasado pues caminaba de forma temblorosa y la mirada perdida, pero procuro no llamar tanto la atención mientras me acerco a la taquilla de boletos. Eran pasadas las 12 de la noche y para mi mala fortuna no estaba segura si los trenes seguían saliendo. Tenía puesto mi uniforme del instituto y, por una suerte del destino, tenía mi dinero encima además de mi celular. Tuve que apagarlo, porque no dejaba de sonar y vibrar. Todavía me planteaba seriamente en descararlo por algún lado, pero por las dudas de que todo salga mal lo retengo un poco más.
—Un boleto de ida, por favor —le digo en un murmullo a la chica que está del otro lado. Ella me mira fijamente y luego repara en el logo de mi chaqueta. Empujo bruscamente el dinero hacia ella y con voz dura exclamo—. Rápido.
Por su mirada, sé que la he ofendido y me sonrojo. Me cubro la cara con el pelo para que no vea mi vergüenza y mi pena por hablarle así. Seguro está pensando que todos los niños ricos eran así y estaba acostumbrada ya a que todos sean maleducados. Ella me entrega el billete con una mueca de asco y tartamudeo un agradecimiento mientras me apresuro a huir.
Las manos me temblaban como unas condenadas mientras me dejo caer en el banco, esperando a que anuncien la salida de mi tren. Me encojo en mí misma, del frio y del miedo, también para pasar desapercibida. Los agentes de policía que comúnmente caminan por los andenes, se detienen frente a mí y comienzan a conversar entre ellos. Me entra un subidón de miedo al ver lo cerca que están y como uno de ellos se me queda viendo. Me saco los anteojos para limpiar mi cara y me levanto para ir a buscar mi anden, aunque sé que ni siquiera lo han anunciado. No podía correr el riesgo de que me descubran y me entregaran otra vez a mi padre.
15 minutos después estoy dentro del tren, sentada en el cómodo y caliente camarote y sola. Me entran ganas de llorar desenfrenadamente y, mirando el ya oscuro paisaje, suelto algunas tratando de, por lo menos, mitigar el ardiente dolor que crecía de apoco en mi pecho. Me arrodillo en el asiento y me concentro en mi respiración, mientras escondo mi cara entre mis brazos.
Mi madre… murió por una complicación en su útero, ¿Qué tipo de cáncer? ¿Endometriosis? ¿Qué otras enfermedades había y no sabía? Miles de posibles problemas se me cruzan en la cabeza y todos indican siempre a mí, ¿Mi madre murió para tenerme a mí? ¿o por tenerme? ¿la enfermedad empezó cuando nací o después?
¿La madre de Logan tiene algo que ver?
Dios, estaba a punto de desmayarme y estaba en una situación de riesgo dentro de un tren vacío y sin ningún profesional que me aconseje. No tenía a Phoebe, no tenía mis pastillas… no lo tenía a Aaron. Estaba consciente de que el estaría preocupado por mí, lo note en sus ojos antes de salir corriendo. Charles también. Pero estaba decidida y no había vuelta atrás.
Después de 50 minutos de viaje, donde me esfuerzo al máximo en no desmayarme, por fin el tren para. Antes de bajar, dejo mi teléfono en asiento, sin mirar dos veces, me bajo y comienzo a caminar hacia mi destino. Me lleva alrededor de otros 15 minutos de caminata llegar y, cuando tengo la enorme construcción frente a mí, me entra la desesperación.
No sabía la dirección.
Había un par de chicos afuera fumando, lo que creo que es, mariguana y cuando reparan que me les quedo viendo, se hace el silencio. Con las piernas temblorosas, decido ponerme en marcha y olvidar el plan de preguntarles por la dirección.
Piensa…
Me meto en lo que son pasillos larguísimos y habitaciones con números de color blanco. Camino hasta que me falta el aliento, agarrándome de las paredes y con la vista nublada, se de antemano que se trata de un ataque de pánico. Miro detrás mía, al reparar de un movimiento y me congelo en mi lugar al ver una figura femenina sonreírme desde la otra punta. Cabello largo y rubio, con un vestido de rosa con flores amarillas y con una sonrisa tan dulce que mi corazón se sacude, mi madre deja salir una risita y levanta su mano hacia mi… para que la tome.
Piensa. Piensa. Piensa.
Niego con la cabeza, asustada y camino de espaldas, sin dejar de mirarla. Es una alucinación. Estas por desmayarte, piensa, piensa…piensa. Pero yo no puedo dejar de mirarla y ella sigue sonriendo hacia mí, como si anda pasara. Como si yo no fuera la culpable de su partida y la persona que más amaba en el mundo. Todo junto.
¡Piensa!
Me giro y camino rápidamente, alejándome de la figura difusa de mi madre y subo al cuarto piso por las escaleras, sujetando tan fuerte el pasa mano que mis dedos duelen. Es cuando llego a otro pasillo lleno de puertas, que un recuerdo me asalta.
—Dile a Jenny que no cambie su número.
Respiro entrecortadamente y temblando, comienzo a caminar.
¿Quién vio tu nombre y número en la pared?
Más puntos bailan frente a mí y sacudo la cabeza, ocasionado una fuerte sacudida de mi cuerpo.
Jenny, tengo tu número. Tengo que hacerte mía
Tomo aire, fuerte y profundo y me sostengo de las paredes para no estrellarme contra el piso. Sigo buscando.
Jenny, no cambies tu número
¡867-5309!
Suelto un gemido, asustada y llego a la puerta número 867 y toco con furia. Pasan unos segundos y cuando esta se abre, el rostro sorprendido de Jude aparece y me largo a llorar mientras me tiro a sus brazos.
—¡¿Tess?! —se escandaliza y me sujeta para que no caiga cuando mis rodillas tiemblan —¡¿Qué te paso?!
—Yo la mate… yo la mate —susurro contra su pecho, mientras él me arrastra dentro de la habitación.
—¿Rowan? —escucho otra voz, pero sigo susurrando —¡Tess!