Matteo...
“Yo también sentí lo mismo que tú anoche... Te espero en una hora en el parque junto al pequeño muelle del lago.”
Me levanté de la cama y corrí en dirección al baño, me di una ducha, me vestí, agarré mi celular y salí de la casa.
Mientras caminaba por la calle, sentía una pequeña emoción en mi pecho.
Al llegar a mi destino, me acerqué con pasos lentos al pequeño muelle, observando y pensando que iba a pasar.
Miraba a todas las personas pasar de un lado a otro y, entre esas personas la vi a ella, mi Lucía se acercaba a mi de forma misteriosa... La miré de arriba abajo extrañado, vestía totalmente diferente, no vestía sus ropas frecuentes, ahora vestía un vestido blanco, que hacía ver en su rostro una extraña palidez. Traía unos zapatos impecablemente limpios del mismo color del vestido...
Miré sus ojos, los cuales reflejaba una paz inmensa, lucía tan hermosa.
Era como si destellara rayos de luz...
Quería decirle algo, un hola tal vez, pero ella se me adelantó...
—Me gusta mucho este lugar, me trae muy buenos recuerdos —comenzó la conversación.
—El día que te pedí que fueras mi novia —acepte con nostalgia.
Extiende su mano y la abre, dejando ver dos pulsos sobre su pequeña palma.
—¿Que es eso?
—Algo para ti —tomo uno de los pulsos y lo miro con curiosidad, en el se hallaba nuestros nombres y una pequeña frase “Lucia y Matteo, juntos por siempre” —Para recordar los momentos que hemos vivido juntos y para que pienses en mi cuando la veas.
—Nunca he dejado de pensar en ti.
—Aveces olvido que todas las historias tienen un final y me siento tranquila, porque se que alguien me amó con todas sus fuerzas. Cómo lo hice yo.
Me entregó el otro pulso que descansaba sobre su mano y me miró a los ojos.
—Te amo y quiero que la conserves contigo por el resto de tu vida...
Yo me quedé sin palabras mientras gruesas lágrimas resbalaban por mis mejillas... Vi como la gente me miraba y me señalaban, uno de ellos se acercó y me preguntó:
—Joven, ¿Está usted bien?
—Si, ¿Por qué?
—Lo veo caminar y llorar, ¿Le sucede algo?
—Nada, gracias, solamente estoy conversando con ella... —señalo a la chica y la persona se retira extrañada del lugar.
Comenzamos a caminar hasta su casa...
Al llegar, ella me pide que por favor espere afuera y yo accedo... Pasaron los segundos, los minutos y no la vi, ella nunca me había hecho esperar en la entrada.
Después de diez minutos más, esperando afuera. De pronto escuché voces y vi salir de la casa a su padre, con cara triste y ojos llorosos... Al verme me abrazó.
—Se nos fue, se nos fue... —dijo entre sollozos.
El aire me empieza a faltar y en ese momento solo quiero gritar, pero no puedo, intento moverme, pero algo me lo impide, mi corazón se acelera y el miedo se apodera de mi.
Desperté en medio de la cama, con la respiración acelerada y una extraña sensación que recorría todo mi cuerpo. Miré el reloj que había en la mesita de noche, eran las dos y cuarto de la mañana.
Una voz dentro de mi me decía corre, búscala. No sabía que hacer, estaba en pánico, ese sueño me dejó incómodo.
Me levanté de la cama, me puse un par de zapatos y salí de la casa con la misma pijama.
Corría y corría por la solitaria calle, sintiendo el aire frío chocar mi rostro, el aire faltando en mis pulmones, mi respiración entrecortada. Pero, no me importaba, no me importaba nada más, solo llegar a mi destino.
Me detuve jadeante frente al hospital, sin aliento caminé a la entrada, llegué a la recepción y vi a una mujer pelinegra.
—Buenas noches, busco a la señorita Lucía García de la Paz, de la habitación 345.
—Lo acompaño a la sala de espera, la están llevando a la de cirugía para hacerle el transplante.
—Por favor, gracias.
Ella camina delante de mi por un largo pasillo, se hace a un lado y veo a la madre y el padre del amor de mi vida.
—¿Cómo está ella? ¿Que sucede?
—Esta muy mal, necesita el transplante ya... —habla la madre, pero deja la frase en el aire y baja su mirada mientras las lágrimas recorren sus mejillas.
—La acaban de trasladar al salón de operaciones —continua su padre —pero...
—¿Pero que?... —pregunto con temor de lo que vaya a decir.
—Hay más posibilidades de que muera a qué sobreviva de la opera...
En ese instante, todo se vuelve silencioso, y lo único que se escucha es ese horrible sonido, ese sonido que te anuncia que la vida para esa persona a acabado.
Un grito desgarrador sale de mi garganta y caigo de rodillas sobre el suelo. Sollozo y jalo mi cabello.
No puede ser, no puede ser.
Niego varias veces golpeando el suelo.
¿Por qué no me llevaron a mi?
¡Me deberían de haber llevado a mi, no a la luz de mis ojos, al amor de mi vida!
En ese momento, lo único que escucho es una voz.
—Lo sentimos mucho, la paciente Lucía García de la Paz no pudo llegar al comienzo de la operación. Acaba de fallecer.
Siento unos brazos envolverme.
—Te ha dejado esta carta —dice la madre de la chica entre sollozos, dándome un sobre.
La abro, dejando ver su perfecta caligrafía:
“¿Sabes amor? Yo también sentí lo mismo que tú... El aire empieza a faltarme, intento gritar pero no puedo, luces blancas iluminan la habitación... Me voy para siempre amor... Gracias por haber ido al lago... Gracias por estar aquí... Aunque en vida, no me pudiste perdonar... Sé que ahora lo harás frente a mi...”
Me levanté del suelo y salí corriendo del hospital.
—Nunca me dejes, prométeme que siempre estaremos juntos.
—Te lo prometo, te prometo que nos casaremos y que formaremos una hermosa familia, que todos nuestros sueños serán uno solo, que siempre seré solo tuya... Daría mi vida por ti.