La gente de mi edad es cruel. Las chicas y los chicos de mi instituto están realmente mal de la cabeza. Todos son malos. No puedo confiar en nadie.
Desde que mi mejor amiga se enteró de todo acerca de que mi maravilloso novio era falso no ha dejado de esparcir el rumor por todos los pasillos y las aulas. Sospecho que hasta los profesores saben que me inventé que tenía novio. Y sí, ahora que lo pienso lo que hice fue totalmente ridículo ¿Por qué lo hice? En ese momento sí le veía sentido a la cosa, pero ahora, que soy consciente del daño, puedo darme cuenta de lo estúpido que fue.
Dieciséis. Llevo dieciséis años haciendo el ridículo con mi vida. Nada me sale bien. La gente por lo general me odia y la verdad ¡Yo no entiendo nada! No soy desagradable, o al menos creo que no lo soy. Tengo algunos amigos, pocos y ahora serán menos porque mi mejor amiga ha hecho que me enfade con ella. Cómo estoy detestando ahora haberle contado la verdad. ¡Pero es que soy un caso perdido con las mentiras! La culpa me mata cada vez que las uso.
La persona en quien más confío y a quien considero mi mejor amigo es mi vecino. No estudiamos en el mismo instituto lamentablemente y quizá es mejor así. Se llama Gabriel y tiene poco menos de dos años más que yo. Está en su último año y de verdad yo lo admiro mucho. También suelo recurrir a él cuando me veo en apuros, como por ejemplo, cuando todos en la escuela se estaban burlando de mí y yo necesitaba a alguien para que me entregara un poquito de consuelo. Sólo un poquito.
—¿Y si les hacemos creer a todos que yo soy tu novio? La chica esa quedaría como la mentirosa, y tú saldrías bien de la situación.
—No funcionaría. Ella ya te conoce y todo eso, incluso está enamorada de ti en secreto, pero se suponía que no debías saber eso. ¡Haz como que no sabes nada! Ya, total da igual... Ya no es mi amiga después de todo.
—Yo apenas sé que existe porque es tu amiga, o bueno lo era. Me da igual. Me importa lo que te pase a ti, que estés bien y que sonrías tan bonito como siempre.
Gabriel había llegado hace poco a buscarme en su bici. Su escuela estaba a unas pocas cuadras de la mía y yo le había llamado para que pasara por mí.
—¿Me llevas donde Bob?—Por suerte no estaba llorando y no lo había hecho en ningún momento a pesar de las burlas. Era fuerte, o quería creer que lo era. Me subí a la bici y me senté usando un pedacito del asiento, para que ambos cupiéramos. Cuando él se acomodó, lo abracé y escondí mi cara en su espalda. Me eché a llorar de inmediato. Era una niña débil después de todo.
—Iremos donde Bob, nos sentaremos en la mesa de siempre y pediremos la copa de helado más grande de todas, con todas las salsas posibles, la crema y el chocolate—decía Gabriel—, será un adelanto de celebración por mi cumpleaños, ¿Te parece bien, Sofía?
Bob era el nombre del sujeto que tenía una pequeña y acogedora heladería que estaba cercana a la escuela. Los helados de allí eran mis favoritos. La receta de Bob era mágica y por ningún motivo, si le preguntabas, revelaba el ingrediente secreto. Jamás de los jamases alguien igualaría el maravilloso sabor de los helados de Bob.
Al llegar al lugar nos sentamos en la mesa de siempre, la que era de mi color favorito; rojo. El diseño del lugar, aunque pequeño, estaba bien hecho. Cada mesa representaba un sabor de helado, el de nuestra mesa correspondía al sabor cereza. Para Bob ya éramos viejos clientes y él, era uno de los que he considerado antes entre mis amigos, aunque tenía más que el triple de mi edad.
—Puedo notar que la reina de los helados ha llorado y no voy a preguntar qué pasó—comentó Bob apenas se acercó a nuestra mesa. A pesar de que tenía otros trabajadores, por lo general, nos atendía él personalmente. —Pero lo que pidan esta tarde, será un regalo.
Bob nos tomó el pedido y yo me sentí avergonzada de sólo imaginar que Gabriel y yo podríamos dejarlo en banca rota con nuestro pedido. Necesitaba desahogarme y para eso una buena compañía y una rica comida eran muy convenientes.
—La cosa es que... habían unos chicos a los que yo les gustaba y unas chicas a las que les quería agradar, pero no podía porque a ellas no les gustaba que yo les gustara a esos chicos, ¿entiendes?—Gabriel asintió, resultaba chistoso cuando me hacía comentarios con la boca llena de helado—, yo inventé lo del novio para que esos chicos dejaran de interesarse y conseguir caerle bien a esas muchachas. Iba funcionando bien, hasta que Anna contó todo.
—¡Es una maldita!—sentenció él, con la boca todavía llena de comida y apuntándome con la cuchara. Se veía gracioso.—Fue una mentirita piadosa, no tenía nada de malo.
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Editado: 28.10.2018