«Nada es lo que parece, ni nadie es quien dice ser.»
Los días pasaron y a pesar de que Verónica se sentía bien al estar rodeada de su familia, era hora de seguir su camino. Necesitaba salir de allí, se había escapado un par de noches para tomarse unos tragos y le costó mantener la compostura disimulando frente a sus seres queridos lo mal que se sentía por la resaca. No podía arriesgarse a que alguno de ellos se diera cuenta del problema que tenía con la bebida, por ello, debía marcharse cuanto antes.
Ese día iría junto a su hermana y primos a pasar el rato en el Molino Rojo el bar del que su padre junto a su tío Álvaro eran dueños. Aquello no pintaba bien, sería una noche infernal, debido a que al tener a su disposición todo tipo de bebidas alcohólicas, no podría ingerir ninguna, ya que temía perder el control y quedar en evidencia delante de la familia.
—¿Crees qué mamá aprobará este atuendo? —preguntó Victoria. Quien estaba en su habitación probándose alguna de sus prendas de vestir.
Al ser una modelo profesional y ser la imagen de una marca de ropa bastante reconocida y cotizada, Verónica gozaba de un closet amplio y variado. Antes de llegar a España había renovado contrato con dicha marca, y tras hacer un par de sesión de fotos para la nueva campaña, le enviaron todos los modelos que lució a casa de su padre.
Victoria que pese a la diferencia de edad tenía la misma contextura corporal que su hermana mayor, y, siendo amante de la moda, aprovechaba aquellos regalos quedándose con la gran mayoría de las prendas, ya que Verónica era de usar ropa más cómoda y casual.
—No lo sé Vicky, me parece muy poca tela. Mamá va a pegar el grito al cielo cuando te vea. Mejor usa este —le pasó un conjunto de falda de tubo y top de mangas largas, para que lo sustituyera por el top de tirantes y minifalda de cuadros que llevaba puesta.
—Esto es aburrido, es para señoras —bufó.
—Es esto o que mamá no te deje ir al bar—de mala gana Victoria agarró la ropa, sabía que su hermana tenía razón y que Daniela no la dejaría salir con esa minifalda—. Más bien agradece que te deje ir a ese tipo de sitios, sólo tienes diecisiete años.
—No me deja ir a ese tipo de sitios, solo a este porque es el bar de papá y allí me tiene perfectamente vigilada.
Verónica sonrió. De igual forma había sido con ella y con Daniel, solo los dejaban ir al Molino Rojo porque había cámaras por todas partes y los empleados estaban advertidos de que no les podían dar alcohol hasta tener la edad reglamentaria.
—¿Y crees que con Daniel y conmigo fue diferente? Ya deja de quejarte y termina de alistarte —dijo y procedió a terminar de arreglarse.
No era una mujer a la que le gustara producirse, siempre se limitaba a aplicar un maquillaje sencillo, peinar su cabello y usar ropa acorde al lugar que visitaría. En esta ocasión, había optado por un sencillo vestido de tirantes de color aceituna, pegado al cuerpo que llegaba a la altura de sus muslos, acompañado de unas sandalias negras, no tan altas, pensaba bailar y no quería que estas fueran un impedimento para hacerlo.
—¿Listas?
la voz de su padre llenó la habitación
—Listas —exclamó Verónica.
—¡Wow!, pero qué hermosas están mis niñas —pronunció con la voz cargada de orgullo al ver lo hermosas que se veían sus hijas — ¿En qué momento crecieron tanto? Sobre todo tu Vicky, se suponía que debías quedarte chiquita.
—¡Papá! —Victoria blanqueó los ojos.
—Lo sé, ya entendí. Es solo que me cuesta aceptar que ya crecieron.
—Ni modo Pa. Ley de vida —agregó Verónica.
—Así es —dijo resignado—. Al menos, permítanme llevarlas al bar —alzó la mano mostrando las llaves de su auto.
—Ni lo sueñes —sentenció la menor de las Velarde—. Suficiente tengo con que vayamos a tu bar y seamos vigilados por tus empleados.
—Vicky tiene razón. Ve y aprovecha la noche, lleva a mamá a cenar.
—Su madre se ha tenido que ir al hospital a atender una emergencia.
—Ni modo, te sale noche de películas —dijo Verónica y acto seguido le quitó las llaves a su padre— Te quiero, adiós —dejó un beso en su mejilla y salió de la habitación seguida de su hermana menor.
Llegaron al bar y no se sorprendió al encontrar a sus primos en el lugar, los Avellaneda y su costumbre de llegar con anticipación a sus citas. Al verlas, Anisa, Salvador, Abel, Julián y Mariana se acercaron para saludarlas. Los primeros cuatro, eran hijos de Álvaro y Anisa, mientras que la última, era hija de sus tíos Maximiliano y Ayana.
—¡Hasta que llegan! Tenemos rato esperándolas —se quejó Anisa. La joven a pesar de llevar el mismo nombre de su madre, era totalmente opuesta a ella, había heredado el mal genio de su padre.
—Aquí vamos —bufó Verónica. Adoraba a Anisa, pero no soportaba que se quejara por todo. Siempre tenía algo negativo que decir, o algún reclamo que hacer.
—Anisa no vayas a empezar. Vinimos a divertirnos, si hubiese querido reproches me hubiera quedado en casa escuchando a mi madre —advirtió Victoria.