«Está permitido caer, pero es obligatorio levantarse.»
Verónica sonreía, el lugar era acogedor, no había tanto ruido y podía conversar sin tener que elevar tanto el tono de voz. Todo iba de maravilla. Sin embargo, había un problema, el licor. No podía dar un paso en falso, debía contenerse para así poder compartir unos días con Daniel antes de irse a Italia.
Estar en compañía de su hermano mayor era de las mejores cosas que le había pasado en el último tiempo, y no podía arruinarlo. Daniel siempre había sido su mayor apoyo, con él podía conversar durante horas y no aburrirse jamás. Él la hacía reír y la comprendía como nadie más. En la hora y media que llevaban en el lugar, se habían puesto al día, contándose todo sobre lo hecho en el último año y los planes que tenían a la vuelta de la esquina.
—Este mes lo quiero aprovechar para relajarme y descansar. En la temporada que viene, el equipo irá con todo y lo menos que quiero es defraudarlos —expresó Daniel en un tono serio y profesional. Amaba su carrera y siempre daba el cien por ciento en cada uno de sus partidos.
—¿Y cuándo has defraudado a alguien? Si vives, comes y respiras fútbol —se burló Verónica. A pesar de que no le gustaba ese deporte, siempre había acompañado y apoyado a su hermano a lo largo de su carrera, haciéndole porras desde las gradas siempre que le era posible.
—Tu hermana tiene razón. A pesar de estar de vacaciones has mantenido tu entrenamiento. Estoy seguro de que no te pesará nada volver a la cancha —agregó Mateo.
Pese a estar acompañados por el joven Meyer, Verónica pasaba un rato agradable conversando con ambos caballeros. Mateo era importante para Daniel, por ello, lo trataba con amabilidad. Ellos se habían hecho amigos desde que eran niños y cuando se reencontraron en Múnich se alegraron al saber que no estarían solos en dicha ciudad.
—La verdad es que lo ansío como nunca, el fútbol me da vida —confesó Daniel.
—Pues yo digo que más bien te la quita. Eso de correr detrás de una pelota por noventa minutos me parece un sufrimiento.
Ambos hombres rieron al escuchar el comentario de Verónica.
—Pues no lo es —sentenció Daniel.
—Ya veo que no te gusta el fútbol. Quizás sea porque contrasta completamente con el mundo del que vienes —soltó Mateo con ironía, provocando que la joven lo retara con la mirada.
—¿El mundo del que vengo? —Verónica se cruzó de brazos— ¿A qué te refieres con eso? —esperaba que no se refiriera a su país de origen, al que catalogan como de tercer mundo, porque de ser así lo haría arrepentirse.
—A que eres modelo —respondió.
—Amigo mejor déjalo hasta ahí —le advirtió Daniel, que ya había visto el fuego en la mirada de su hermana. Sin embargo, Mateo no le hizo caso y continúo.
—En tu mundo solo existen las pasarelas y las poses perfectas. Todo lo opuesto a estar en una cancha llena de sudor.
—Ok. Esto se pondrá feo, así que iré por más cerveza —Daniel se puso de pie, tomó los vasos que estaban sobre la mesa y se fue a la barra. Conocía a su hermana y era cuestión de segundos para que explotara en contra de su amigo.
Verónica ya no pensaba lo mismo que minutos atrás, ya no era agradable charlar con Mateo. No era más que un troglodita del siglo pasado que pensaba que una mujer no podía tener todo tipo de gustos. ¿Cómo es posible que se refiera a ella de esa manera simplemente por ser una modelo?
—¿Y por qué sea modelo no puedo disfrutar de algún deporte? —en realidad no le gustaba ninguno. Aborrecía todo aquello que conllevara hacer actividad física, a excepción del sexo, y agradecía que su metabolismo le permitiera comer de todo y no engordar. Pero eso era algo que el amigo de su hermano no necesitaba saber— No, no me digas —no lo dejo responder—, eres de los que piensan que por tener una cara bonita, se tiene el cerebro vacío y, por ende, no vemos más allá de lo que nos rodea.
Al escuchar el enfado en la voz de Verónica, Mateo sonrió. Hizo aquel comentario con toda la intención de molestarla y lo había conseguido. No sabía por qué lo hacía, pero desde que eran niños, buscaba la manera de molestarla y hacerla enojar.
—No tienes por qué ponerte así, fue un simple comentario —dijo con fingida inocencia.
—No fue un simple comentario y lo sabes. Pensé que habías madurado, pero ya veo que no. Sigues siendo el mismo mente e pollo de siempre.
—¿Mente de qué?
—Es una expresión venezolana. Googlealo, un poco de cultura general no te vendría mal.
Mateo frunció el ceño tratando de descifrar lo que ella le había querido decir con esa expresión. Antes de que le pudiera preguntar, apareció Daniel con los vasos cargados de cerveza.
—¿Todo bien? —preguntó y al ver que ambos miraban hacia otro lado ignorando su pregunta, continuó— Ya veo que no, pero no me importa. Estoy feliz porque tengo a mi hermana aquí y quiero que brindemos por eso.
Su comentario hizo sonreír nuevamente a Verónica, que con gustó alzó su vaso para brindar. No debía darle importancia a lo que dijera el tonto de Mateo, estaba allí por su hermano y haría lo posible por disfrutar cada minuto que pasara a su lado.