«El enemigo más temible del hombre no es la muerte, sino el dolor.»
Luego de pasar la noche prácticamente en vela, Mateo tomó una ducha y salió de su casa. Le esperaba un duro día en la oficina.
En el camino pasó por un café bien cargado, necesitaba estar activo para cada una de las reuniones que tendría ese día. A pesar de estar realizando una extraordinaria labor como presidente de la cervecería Stärke, había un reducido grupo de trabajadores que no estaban de acuerdo con su manera de dirigir la empresa y estaban esperando una oportunidad para descalificarlo. Por ello, debía mantener todo bajo control supervisando a detalle que todo marchara según lo establecido en su plan de trabajo.
Llegó a la oficina mucho antes que su asistente y aprovechó ese momento a solas para responder algunos correos electrónicos que tenía pendiente, de manera que cuando llegara Marlene, pudieran dar inicio a la primera reunión del día.
Llegada la hora del almuerzo estaba exhausto, solo había cumplido con la mitad de los compromisos laborales y creía desfallecer. Las pocas horas que había dormido le estaban pasando factura, por eso, cuando le entró una llamada de Heidi para invitarlo a almorzar, no dudó en aceptar. Necesitaba salir y cambiar de aire para poder soportar el resto de la jornada laboral.
Para cuando llegó al restaurante donde fue citado, Heidi ya lo estaba esperando con su acostumbrada sonrisa coqueta. Llevaban varios meses saliendo y la conocía lo suficiente como para saber lo mucho que le alegraba verle. En ocasiones, sentía miedo de que pudiera desarrollar sentimientos por él. Era una buena mujer y no merecía ilusionarse con algo que no le podía dar. Afortunadamente, nada le indicaba que algo así pudiera ocurrir, ella parecía estar conforme con lo que tenían sin aspirar a algo más, sin embargo, no estaba de más mantener ciertos límites, para así evitar cualquier tipo de malentendido.
—Buenas tardes señor Meyer—Heidi lo saludó de manera profesional, pero con cierta picardía en su voz.
Ambos ocupaban puestos de alta jerarquía e importancia en sus respectivos empleos y no les convenía que los vieran interactuando de manera afectiva en público cuando no tenían una relación formal.
—Señorita Bauer —Mateo respondió el saludo de la misma manera. Tendió su mano para que la joven le diera la suya y una vez que lo hizo, con delicadeza, depositó un beso en el dorso de ella.
—Me tomé el atrevimiento de ordenar. Como me dijiste que tenías exactamente una hora libre. Espero no haya problema con eso.
—Para nada —Mateo sonrió con satisfacción. Si algo le gustaba de Heidi, era que siempre iba un paso adelante en cuanto a sus necesidades —. ¿Qué has ordenado?
—Lo que usualmente pides cuando comemos en este lugar. Rollo de carne de res, puré de papas y ensalada. Además de un buen vino tinto, por supuesto.
—¡Perfecto! Eres la mejor.
La joven sonrió con satisfacción y aprovechó el aparente buen humor de su acompañante para indagar sobre lo que había hecho en su ausencia. Él odiaba que le hiciera preguntas personales, pero moría de curiosidad por saber porque la había dejado de lado los últimos días.
—¿Cómo has estado? ¿Qué has hecho estos días? —al ver cómo el ceño de Mateo se fruncía, cambió la pregunta, lo menos que quería era arruinar la velada— Es decir, ¿cómo ha estado el trabajo?
El gesto de Mateo se suavizó. Se sentía a gusto en compañía de Heidi, pero no lo suficiente como para hablar de algo tan simple y personal como lo que hacía en su día a día. Lo cual, curiosamente, fue pensar única y exclusivamente en cierta mujer de ojos cafés.
Desde su llegada, no podía apartar de su mente cada uno de sus gestos, reacciones y manera de hablar. No entendía porque la pensaba tanto, aunque lo achacaba al compromiso que tenía con su amigo y la sospecha sobre que algo andaba mal con ella y debía ayudarla.
—Igual que siempre, repleto de reuniones y picos de tensión. ¿Y tú trabajo qué tal? —le devolvió la pregunta. Ignorando lo que invadía su pensamiento.
—Estamos auditando cada una de nuestras sedes —dijo con emoción. Si algo le apasionaba a Heidi, era hablar de su profesión—. Por ahora, se trata solo de una auditoría administrativa, pero dependiendo de lo que arrojen estas revisiones, se harán de manera contable en aquellas sedes que presenten algún tipo de falla en los procedimientos.
Heidi era la Gerente General de una cadena de tiendas por departamentos. Al igual que él, había luchado con uñas y dientes para ser merecedora de dicho puesto y daba lo mejor de sí cada día para conservarlo. Manteniéndose en constante preparación, realizando cualquier curso o especialización que tuviera que ver con su rama.
—En ese caso —continuó la rubia al ver que tenía toda la atención de su acompañante—, sería necesaria mi presencia y debería viajar hasta la sede a la que se tenga que hacer la auditoría financiera, para así supervisar que cada procedimiento se cumpla de manera correcta.
La pasión con la que Heidi hablaba sobre su trabajo y carrera, era otra de las cosas que a Mateo le gustaba de ella. Era una mujer centrada y objetiva, dispuesta a alcanzar cada una de sus metas. Sin querer, pensó nuevamente en Verónica y lo que le confesó el día anterior. Tenía dos profesiones, sin embargo, no sabía qué hacer con su vida. Lo que era una pena, porque estaba seguro que era tan capaz e inteligente como lo era Heidi.