«Ayudar al que lo necesita no sólo es parte del deber, sino de la felicidad.», José Martí.
—¡¿Qué mierda haces aquí?! —Le preguntó Verónica— Creo que fui muy clara cuando te dije que no necesitaba a una niñera.
Con una sonrisa lobuna cargada de sarcasmo, Mateo le respondió:
—En tal caso, sería niñero. Y ya te dije que no lo soy.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
Pasaron unos segundos y en vista de que Mateo parecía no querer responder, continuó bombardeándolo a preguntas. Quería molestarlo, quería ofenderlo, quería que se enojara y terminara alejándose de ella.
—¿Dime algo? ¿Eres algún tipo de acosador? ¿Pensabas abusar de mí? —él la miraba con detenimiento, como si quiera ver más allá de sus ojos y eso no le gustó— ¡Responde carajo! —gritó enojada. Su silencio y constante mirada la estaba sacando de sus casillas.
—No seas ridícula —finalmente le respondió. Le molestaba que pensara que era algún tipo de demente al que gustaba acosar a las mujeres —. Ni en sueños te tocaría. Soy un caballero.
Verónica que ya tenía pensado contrarrestar su respuesta con otro reclamo por no haber cumplido su palabra y haber vuelto entrar al departamento sin ser invitado, tuvo que reprimir una sonrisa al recordar cierto sueño que había tenido con él, en donde la había tocado y de una manera muy indecente. Contra la mente y la imaginación nadie podía y pese a que no le caía del todo bien, había tenido un par de sueños calientes con él.
—Más te vale. Te aseguro que a Daniel no le gustaría saber que tienes ese tipo de intenciones conmigo.
—Ya te dije que ni en sueños te tocaría —le repitió entre dientes—. Ahora quítate de encima, por si no te has dado cuenta estas lastimando mi parte baja.
En medio del forcejeó, ella no se dio cuenta que había quedado prácticamente a horcajadas sobre él, aprisionando con una de sus rodillas su parte intima. Dirigió la mirada a la zona que el rubio indicó y se ruborizó. De inmediato se separó y se fue al otro extremo de la habitación para encender la luz. No tenía sentido seguir a oscuras.
—Hubo una pregunta que no me respondiste —Verónica no podía perder su objetivo. Debía molestarlo hasta conseguir que se fuera— ¿Qué haces aquí? Te dije que llamaras a la puerta la próxima vez que vinieras.
—Y eso hice, pero como no me respondiste me asuste —apenas soltó esas palabras, Mateo se reprendió. ¿Por qué siempre hacía lo mismo? Con ella, soltaba las palabras sin antes pensarlas y él no era así.
—¿Te asustaste? —preguntó sorprendida.
—Si me asuste —admitió. No tenía sentido fingir algo que no era—. Es que Daniel me llamó, está preocupado porque lleva todo el día intentando comunicarse contigo. Y bueno, vengo hasta acá, toco el timbre en reiteradas ocasiones y no respondes, pensé que te había pasado algo.
De manera nerviosa pasó una de sus manos por su cabello, quería decirle que sabía que estaba mal, que la había visto llorar la noche anterior. Pero sabía que si lo hacía ella lo echaría y lo menos que quería era dejarla sola. Estaba loco, pero quería estar allí para ella, quería reconfortarla.
—Lo siento. Yo realmente quería estar sola y desconecte el teléfono local y apagué el celular.
Verónica se sintió mal al saber que su hermano llevaba horas intentando comunicarse con ella y que estaba preocupado. Debió enviarle un mensaje avisando que quería pasar un día desconectada del mundo. Pero estaba tan sumida en su depresión y en no tomar la bendita botella, que no pensó. Simplemente se desconectó de todo y se encerró en su habitación, tratando de no pensar en todos los sentimientos que la embargaban.
—Tranquila —Mateo le dio una cálida sonrisa—. Solo llámalo y dile que todo está bien.
Ella asintió y tomó su teléfono celular para llamar a Daniel.
—Si no te molesta, quisiera un poco de privacidad para hablar con mi hermano.
—No hay problema —él asintió—, estaré afuera.
El rubio salió de la habitación y, una vez fuera, se comunicó con un servicio de delivery para ordenar una pizza. Estaba seguro de que Verónica no había probado bocado en todo el día. Solo esperaba que no le molestara su atrevimiento y el hecho de que ordenara algo tan alto en calorías. Siendo modelo, lo más probable, era que cenara ensaladas o se conformara con un vaso de agua.
Minutos más tarde, Verónica se le unió en la sala de estar y al ver la botella que había sobre la mesa de centro, corrió hasta ella, la cogió entre sus manos y con nerviosismo, musitó:
—Esto no va aquí. La dejaré en el bar.
Mateo le hizo un gesto de aprobación con la cabeza. Por más que quisiera tocar ese tema y aclarar de una vez por todas sus sospechas, no era el momento. Además, no era quien para hacerlo. Era un simple conocido que poco o nada sabía de su vida y de las razones que la llevaron a ser así.
Luego de dejar la botella en su lugar, Verónica regresó a donde él se encontraba. Quería pedirle que se fuera, era mucho el riesgo que corría al tenerlo cerca, pero no sabía cómo hacerlo. Después de escucharlo hablar, ya no quería ser grosera con él. Solo era un buen amigo que al ver lo preocupado que estaba Daniel, fue hasta el departamento para ver si ella estaba bien. Aunado eso, le confesó que él también se había preocupado. ¿Cómo podía echarlo si hacia tanto tiempo que nadie fuera de su núcleo familiar se preocupaba por ella?