«Confía en la magia de los nuevos comienzos».
Mientras permanecía acostada en su cama, Verónica pensaba en lo bien que se sentía. Por primera vez en mucho tiempo estaba tranquila, relajada y pensando en la oportunidad que tenía de un nuevo comienzo. Desde que recibía las visitas de Mateo todo lo veía diferente, veía una luz al final del camino y, es que, en compañía del rubio olvidaba por completo su pesar, enfocando su mente y energía en lo bueno que tenía alrededor y no en el dolor que la consumía por dentro.
Hacía una semana desde que su hermano se encontraba en su viaje romántico y su mejor amigo cumplía con su promesa. Habían pasado cinco días desde que por error terminaron pasando la noche en el sofá y desde entonces, Mateo pasaba todas las mañanas antes de irse a trabajar. Usualmente, salían a trotar a la placita que estaba cerca del conjunto residencial y en algunas ocasiones pasaba por las noches luego de su jornada laboral. Nunca había sido afecta a las actividades físicas, odiaba ejercitarse, pero debía reconocer que el hacerlo la ayudaba a no sentirse tan ansiosa, tan triste.
Luego de que él se marchaba, ocupaba su tiempo dando un paseo por la ciudad, leía o escuchaba música. Intentando cumplir a cabalidad lo que le indicaba su terapeuta en las sesiones que mantenían de manera inter diaria. Después de tanto tiempo, sentía que su esfuerzo estaba dando frutos.
Claro que debía reconocer que, en parte, era gracias a la presencia de Mateo. Él no se comportaba como una niñera o un vigilante, lo hacía como un amigo, un amigo con el que podía pasarse una eternidad hablando, bromeando y riendo. A pesar de ser diferentes y de discutir cada dos por tres, se entendían y eso hacía que esperara con ansias su visita.
Estaba de tan buen humor que la noche anterior conversó con su agente sobre una propuesta laboral que le surgió en Múnich y sin dudar la aceptó. En esta oportunidad representaría a una nueva marca de ropa para dama que debutaría con su línea de otoño. Debía presentarse el día martes a primera hora de la mañana en un estudio que se encontraba en el centro de la ciudad, donde se realizaría la sesión fotográfica para el catálogo promocional.
Le emocionaba mucho tener algo que hacer mientras esperaba respuesta de las propuestas laborales que tenía en Italia. También ansiaba contarle la noticia a Mateo, su nuevo amigo. Estaba segura de que él también se alegraría por ella.
—¡Buenos días!
Como se estaba haciendo costumbre, Mateo irrumpió en el lugar sin antes avisar.
—¡Qué mierda! —exclamó mientras se sentaba en la cama— ¿Alguna vez dejaras de hacer eso?
A pesar de tener rato despierta permanecía acostada boca abajo y con los ojos cerrados. Esa era una tonta costumbre: se despertaba, mas no se levantaba de la cama hasta que fuese necesario.
—¿Hacer qué? No sé de qué me hablas —dijo él con fingida inocencia.
—Entrar sin antes llamar. Suerte que no sufro del corazón porque ya habría muerto del susto.
—Ya deja de quejarte y levántate que vamos tarde.
—No quiero —Verónica se quejó y se acostó nuevamente en la cama, arropándose de pies a cabeza. Ciertamente le gustaba la compañía de Mateo y lo bien que le hacían las sesiones de ejercicios, pero ese día se sentía cansada y quería permanecer en la cama un poco más—. Aún me duelen las piernas por el ejercicio de ayer. Vete y déjame dormir.
Por ningún motivo él la dejaría dormir. Se sentía muy satisfecho con lo que había logrado esos últimos días. Aunque seguían sin hablar sobre el problema que a ella le aquejaba, había logrado mantenerla alejada del alcohol.
Luego de marcharse a su casa la mañana en que le pidió que le dejara hacerle compañía, investigó en internet todo lo referente a las personas que presentaban problemas de alcoholismo y que hacer para ayudarlas. Una de ellas era realizar actividades al aire libre. Por ello, pasaba a buscarla todas las mañanas y le pedía que lo acompañara a la placita donde, además de trotar, participaban en una clase de yoga que impartían en el lugar.
Había modificado su itinerario para poder pasar algo de tiempo con ella, pero eso no le pesaba en absoluto; al contrario, lo hacía sentir útil, lo hacía sentir vivo. Sensación que tiempo atrás había perdido.
Descubrir que la hermana de su mejor amigo era más que una cara bonita lo tenía fascinado. Cada día que pasaba junto a ella, lo sorprendía con las diferentes maneras que podía reaccionar ante una misma situación. Ejemplo de ello, lo que estaba haciendo en ese momento: tapándose de pie a cabeza y quejándose como una niña que no quería levantarse temprano para ir al colegio.
De manera brusca, tomó la sábana y la jaló con fuerza dejándola al descubierto y mostrando el diminuto pijama que la chica traía puesto o, mejor dicho, dejando a la vista parte de sus hermosos y redondeados glúteos. De inmediato, desvió la vista y sintió como sus mejillas se calentaron.
—Deja el berrinche y levántate que vamos tarde —murmuró, aún con la mirada a un costado. No quería que se sintiera incómoda. Sin embargo, a ella no parecía inquietarle el hecho de que la hubiese destapado. Al contrario, seguía acostada boca abajo con los ojos cerrados.
—Es domingo. Es día de descanso y no pienso hacer ejercicio.