«El miedo es como una nube gris, con el tiempo desaparece».
—Mamá, ya te dije que lamentablemente no podré asistir.
Mateo llevaba más de diez minutos tratando de hacerle entender a su madre que no podría viajar a Madrid ese fin de semana. Su hermano Alan se marcharía a la universidad y Lucia le había preparado una fiesta de despedida, en la cual pretendía que estuvieran presentes todos sus familiares.
—¡Y ya te dije que no aceptaré un no como respuesta! Así que ve empacando tus cosas para que te vengas en el mismo vuelo que tus abuelos.
Aunque moría de ganas por volver a compartir con su familia, no podía darse el lujo de viajar a Madrid, no podía dejar sola a Verónica. Los últimos días habían sido favorables para ella, pero temía que al dejarla sola todo cambiara. Ese era un miedo, que por más que lo intentara, no podía soltar. Era muy pronto para dejarla sola, además no le apetecía estar lejos de ella, así fuera por un par de días.
—Mira, mamá. Entiendo lo importante que es para ti que todos estemos presentes para despedir a Alan, pero tengo muchísimo trabajo y no es conveniente que me ausente en estos momentos.
—¡Mateo Meyer! —ahora sí estaba enojada, ¿qué iba a hacer? ¿Cómo la haría entender? — A mí no me vengas con esos cuentos porque sé que hace días no trabajas los sábados ni los domingos y te estoy pidiendo que vengan durante el fin de semana. No tienes excusa.
Mateo se llevó la mano al puente de la nariz. Seguramente sus abuelos fueron los que le comentaron esa información a su madre. No tenía ninguna excusa válida. Lucia no aceptaría un no como respuesta.
—Está bien mamá, iré.
Lucia aplaudió con emoción al ver que había conseguido lo que quería. Ahora, aprovecharía de indagar sobre algo que le comentó Blanca.
—Qué bueno Príncipe, estamos ansiosos por verte. Ahora, dime algo. ¿La razón por la que no querías venir es una chica?
Como siempre, su madre iba directo al grano. Aunque en esta oportunidad, el que lo hiciera podría resultar beneficioso para él. Si Verónica aceptaba acompañarlo, mataría dos pájaros de un tiro: complacería a su familia y no perdería de vista a la chica.
—Sí, la razón es una chica.
—¿Estás saliendo con alguien? —preguntó eufórica.
—¡No! no malinterpretes las cosas. Es decir, hay una chica, pero no de la manera que piensas —mintió. Conocía muy bien a su familia y lo que menos quería era que, si Verónica acetaba ir como su acompañante, estos la incomodaran con sus preguntas y comentarios fuera de lugar.
—No te entiendo —lo engañó. Claro que le entendía perfectamente, al parecer las sospechas de Blanca y Frederick eran ciertas. A Mateo le gustaba la chica y la cosa debía ir en serio, ya que no era capaz de dejarla sola durante el fin de semana.
—¿Recuerdas a mi amigo Daniel? —luego de que escuchó una respuesta afirmativa al otro lado de la línea, prosiguió—: Bueno, su hermana está de visita en Múnich. Lamentablemente, Daniel tuvo que salir de la ciudad y me pidió que cuidara de ella. Vero no solo desconoce la ciudad, sino que no habla alemán, lo que complica todo. Me sentiría terrible si en mi ausencia le pasara algo.
—¿Y qué edad tiene la niña? ¿Está muy chiquita?
—Tiene veinticinco.
—¡Por Dios, Mateo! No creo que le pase nada si la dejas sola durante un fin de semana, no seas exagerado.
—No es eso mamá, le di mi palabra a Daniel y no quiero fallarle.
Viendo que ya tenía a su hijo donde quería, Lucia decidió ejercer un poco más de presión.
—Dudo mucho que dejarla de ver dos días sea el equivalente a fallarle a tu amigo.
—Definitivamente no entiendes.
La línea se mantuvo en silencio por un par de segundos hasta que Lucia preguntó:
—¿Esa hermana de Daniel, es la misma joven con la que fuiste a visitar a tus abuelos? —quería corroborar que estaba en lo cierto, Blanca no supo explicar bien de que amigo de Mateo era hermana la joven.
Él exhaló antes de responder.
—Vaya que te tienen informada.
—Obvio. Ya que tú no lo haces, lo tienen que hacer otros —se defendió su mamá—, y con otros me refiero a tus abuelos.
—Touché.
—En fin. No tengo ningún problema en que traigas a la hermana de Daniel contigo —Lucia no quería continuar ahondando en la conversación, ya había tenido las respuestas que necesitaba. Esa joven le importaba lo suficiente a su hijo como para querer llevarla a su casa, cosa que no había hecho jamás—. Bien sabes que tus amigos, o las hermanas de ellos, son y serán bien recibidos en esta casa.
—Lo sé. Gracias mamá.
Le aliviaba saber que podría llevar a Verónica con él. Solo esperaba que la modelo no pusiera objeción alguna y en el caso de que lo hiciera, haría lo mismo que su madre: jugaría la carta de los abuelos. A Verónica le habían caído muy bien sus abuelos y estaba seguro de que no se negaría a su petición.
—No hay nada que agradecer. Llama a los abuelos y ponte de acuerdo con ellos para que viajen juntos. Te quiero, Besos.