Todo Llega En Forma De Amor

CAPÍTULO 20

«No hay nada que enseñe más que equivocarse.»

 

Desesperado, Mateo salió de manera apresurada del bar. Tenía que hablar con Verónica, tenía que disculparse con ella. Se había comportado como un patán al dejarse llevar por sus miedos. ¿Por qué no confió en ella? ¿Por qué no le dio siquiera el beneficio de la duda? La juzgó sin razón y, ahora, eso le pasaría factura.

Una vez fuera del establecimiento detalló su alrededor tratando de vislumbrarla, pero no había señales de ella. No había pasado mucho tiempo desde que salió del local, ¿dónde rayos se había metido?

Lo que él no sabía era que Verónica salió tan ofuscada que, una vez estuvo fuera corrió a toda máquina con la intención de alejarse lo más que pudiera. Quería estar sola. Mateo no solo la había juzgado y acusado, la había humillado frente a Luciana. Seguramente, su cuñada estaba pensando lo peor de ella, haciendo conjeturas sobre el problema que tenía con el alcohol. Lo peor de todo, era que ambas familias se conocían y no tardaría en llegar a oído de sus padres lo que le estaba pasando.

¿Cómo pudo confiar en él? ¿Cómo pudo pensar que alguien que apenas la conocía la podía apoyar y comprender? Porque si bien se conocían desde niños, llevaban años sin compartir y por ello no se entendían lo suficiente. Ahora, debía afrontar las consecuencias de sus actos. En ese momento, lo más razonable era llamar a sus padres y confesarles lo que llevaba años ocultando. Que se enteraran de su propia boca era lo menos que podía hacer.

Llegó a un calle con menor concurrencia peatonal y al ver que en esta se encontraba un pequeño café con unas mesitas a las afueras del local, no dudó en tomar asiento en una de ellas. Por mucho que le apeteciera un trago, no pensaba mandar a la mierda todo el esfuerzo de los últimos días. Ordenó su café y se disponía a hacer aquella inevitable llamada cuando se dio cuenta de que salió tan apresurada del bar que olvidó tomar su cartera. Ni modo, tendría que cancelar su pedido y luego buscaría la manera de volver a la casa de los Meyers y, una vez allí, inventaría una excusa para volver inmediatamente a Múnich.  

Se puso de pie con la intención de marcharse, pero la figura masculina que se posó frente a ella la congeló, impidiéndole moverse.

—¿Qué haces aquí? —masculló con ira en su voz. No lo quería ver, no quería hablar con él.

Mateo jadeaba por el cansancio de haber recorrido varias calles en su búsqueda. Incluso había entrado a un par de bares con el temor de encontrarla allí. Afortunadamente no fue el caso y un par de calles más adelante la encontró tomando asiento en las afueras de aquel café.

—Vero, yo… lo siento, yo no debi…

Verónica podía ver la preocupación y el arrepentimiento en su mirada, pero debía ser fuerte. No podía dejarse engatusar nuevamente. Por ello, bajó la mirada y se giró con la intención de finalmente marcharse, pero él la tomó del brazo y musitó:

—Cariño, por favor escúchame.

—¡Suéltame y no me llames así!

Él suspiró con resignación, obedeciendo su petición. Entendía que estuviera enfadada y no quisiera que la tocara ni que utilizara algún tipo de apelativo cariñoso para referirse a ella.

—Está bien, pero por favor escúchame —le suplicó—. Ya si después de eso no me quieres volver a ver, lo entenderé y prometo que me alejaré.

Sintiéndose entre la espada y la pared, ella accedió. Después de todo, él la había ayudado en un duro momento y lo menos que podía hacer era escucharlo por última vez.

—Te agradezco que seas breve —se limitó a decir. Estaba de brazos cruzados y continuaba evitando a toda costa conectar con sus profundos ojos azules, aquellos ojos que eran su perdición.

Mateo tomó una bocanada de aire sintiendo un duro pinchazo en el corazón al notar que evitaba verlo a la cara, privándolo de sus tormentosos ojos marrones con destellos verdes que lo calentaban y llenaban de alegría con solo mirarlos.

—Discúlpame por haber reaccionado de esa manera. Pero todo este tema de la visita al bar me tenía tenso desde temprano pensando en que estarías expuesta y con alta probabilidad de caer en la tentación. Por eso, cuando te vi con aquel trago en la mano me volví loco y…

—Y pensaste lo peor —lo interrumpió— pensaste que había actuado a tus espaldas y que todo lo que hemos hablado en estos últimos días, todo lo que hemos hecho para que me sintiera mejor, había sido en vano, ¿cierto?

Él no fue capaz de responder. Se sentía muy mal por haberle fallado, por haberla juzgado. Por haber pensado que sus intenciones de mejorar, de rehabilitarse, eran tan falsas como las de Gretchen.

—Fue más fácil juzgar que darme un voto de confianza —Verónica continuó y sin poder contenerse, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Le dolía y, decepcionaba a la vez, lo que había pasado—. Por esa razón no quería que nadie lo supiera. Por eso quería enfrentar esto sola, porque una vez que saben lo que realmente llevas por dentro, te vuelves tan vulnerable que con una palabra o, un simple gesto, te hacen añicos.

Limpió con rabia y frustración las lágrimas que se encontraban esparcidas por su rostro y prosiguió:

—¡Te confesé lo que me pasaba porque confié en ti! Me hiciste sentir segura, que podía apoyarme en ti, pero, a la primera de cambio me juzgaste y me atacaste —le reclamó—. No creas que no me he dado cuenta de lo sobreprotector que te has vuelto en los últimos días. A penas me dejas sola y si lo haces me llamas o me escribes en todo momento para saber que estoy haciendo. Y eso lo haces no solo por estar pendiente y protegerme, lo haces porque no confías en mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.