«Sin lluvia no hay flores.»
De regreso a Múnich, los enamorados decidieron quedarse en el departamento de Mateo y permanecer bajo el mismo techo para así disfrutar plenamente de su amor. Luego del episodio ocurrido en Madrid, su relación se fortaleció de tal manera que no querían permanecer separados más de lo necesario.
Si no fuera por los constantes problemas que se le estaban presentando en su trabajo, Mateo se habría tomado esos días libres para compartir a gusto con ella. Cuando estaban juntos se sentía todo tan completo, tan perfecto que no creía que existiera algo en el mundo capaz de empañar su relación.
Pero, lamentablemente, si lo había. El problema que la venezolana tenía con el alcohol era una amenaza latente. Por ello, la seguía manteniendo vigilada, solo que no de una manera tan invasiva como lo hacía anteriormente. Ya no la agobiaba con preguntas, ni llamadas sorpresas debido a que con ella en casa se le facilitaban las cosas. Luego de conversar con el conserje del edificio, le pidió a este que le notificara en caso de que ella saliera o hiciera algún tipo de pedido a través del servicio de entregas. Quizás no era lo correcto, pero al menos se sentía un poco más tranquilo al estar lejos de ella.
Ahora, el momento de volver a la realidad había llegado y con él, posiblemente, vendrían algunos cambios. Daniel estaba de vuelta, por ende, Verónica se vio obligada a volver al departamento de su hermano. Acordaron que lo más sensato era esperar a que pasaran al menos un par de días luego de su llegada para, juntos, contarle sobre lo que había ocurrido en su ausencia.
Obviamente que a esas alturas Daniel ya debía estar más que enterado de su situación, puesto que, al día siguiente de su llegada de Madrid, Verónica recibió una llamada de parte de su padre reclamándole por no haber ido a visitarlo con su nuevo novio cuando estuvo en España y así poder darle la hora buena a su noviazgo. Sin embargo, al ser una persona tan formal, Mateo creía que lo mejor era hablar cara a cara con su amigo y explicarle cómo sucedieron las cosas.
Eso agobiaba, a la vez que reconfortaba, a Verónica. Nunca había salido con una persona tan atenta y formal. Él no solo se preocupaba por su bienestar, sino que también lo hacía por él de todo aquel que la rodeaba. En ocasiones pensaba que todo aquello era muy bueno para ser cierto, pero luego se repetía una de las tantas cosas que le decía su terapeuta: “Todos merecemos una vida de la que podamos disfrutar”. Este era su momento para hacerlo, para soltar todo aquello que le hizo mal y avanzar.
—¿Qué tal el viaje? ¿Conocieron muchos lugares? —le preguntó Verónica a su hermano bajo la atenta mirada de su cuñada Berta. No sabía por qué, pero esa joven no le terminaba de caer bien y algo le decía que el sentimiento era mutuo.
Estaban en el recibidor del departamento de Daniel y lo que debió ser un caluroso reencuentro, fue reemplazado por un ambiente frío y tenso. Todo por culpa de la presencia de Berta.
Enfocó la mirada a su hermano y este vio lo tenso e incómodo que estaba. Lo conocía muy bien como para saber que algo le estaba pasando.
—Bueno, sí —le respondió Daniel.
—No tantos como esperaba —agregó Berta—. Lastimosamente, Daniel tenía que volver para iniciar con su entrenamiento y como al fútbol no se le puede decir que no tuvimos que volver. ¿Cierto, amor? —la joven se puso de pie y sin más se retiró a la habitación. Cosa que le pareció de muy mal gusto a Verónica. Era una maleducada.
—Está un poco enojada porque tuvimos que volver —la excusó Daniel. Al parecer sabía lo que estaba pasando por la mente de su hermana.
—¿Siempre es así?
Al ver el gesto de sorpresa en la cara de su hermano, Verónica agregó:
—Así de caprichosa. ¡Cómo es posible que este enojada cuando pospusiste tu retorno por ella, sabiendo que eso te podría traer consecuencias con tu trabajo!
—No es eso. Es solo que hubo un par de sitios que no pudimos visitar.
—Es una malagradecida. Se lo profesional y disciplinado que eres, pospusiste el viaje y aun así no lo agradece.
Daniel dirigió su mirada al piso. Sabía que su hermana tenía razón. En ocasiones Berta era un poco caprichosa y no comprendía mucho la importancia de sus entrenamientos. Pero él la aceptaba así: con sus virtudes y sus defectos. En el medio en el que él se devolvía era muy difícil conseguir a alguien que comprendiera al cien por ciento su profesión y sus compromisos. Estaba cansado de estar solo, de llegar a casa y no tener con quien compartir su día a día. Suficiente tenía con estar lejos de su familia.
—Así que… ¿Tú y Mateo? —le preguntó él de manera maliciosa. Lo mejor era cambiar el tema. No le apetecía continuar hablando del comportamiento de su novia— Qué curioso. Pensé que te caía mal. ¿Cómo fue que eso cambió?
Verónica arqueó una ceja y se cruzó de brazos. Gesto que provocó que su hermano soltara una carcajada mientras se levantaba de su asiento y se tumbaba al lado de ella pasando un brazo sobre su hombro. La había echado mucho de menos.
—Cuéntamelo todo —insistió.
—No seas ridículo —ella le dio un ligero empujón y él continuó riendo por su manera de reaccionar. Sus mejillas se habían enrojecido y su respiración acelerado. Nunca la había visto reaccionar de esa manera, ni siquiera cuando tuvo su primer amor.