«Observa sus defectos y conocerás sus virtudes»
Dos días después, Verónica se encontraba visitando diversos sitios de la ciudad en busca de un departamento. Luego de dar a conocer su decisión de quedarse en Múnich, tanto su hermano como su novio le ofrecieron estadía en sus respectivos hogares, sin embargo, de la manera más educada que pudo los rechazó a ambos.
Los adoraba, pero no podía vivir con ninguno de los dos. En el caso de Daniel, no quería generar un problema en su relación amorosa con Berta y, con Mateo, no lo veía conveniente. Adoraba compartir su tiempo y espacio con él, pero por primera vez en su vida quería hacer las cosas bien. Quería empezar desde cero saboreando la libertad de la independencia y de poder tomar sus propias decisiones. Esta sería la primera vez que tendría el control absoluto sobre su vida. Este era un nuevo comienzo, la oportunidad de hacer las cosas por ella y, para ella, y no pensaba desaprovecharlo.
Estaba entusiasmada, emocionada. La decisión de quedarse en Múnich no era solo para continuar su noviazgo con Mateo, también lo era el querer establecerse en un lugar que le brindara la oportunidad de crecer tanto a nivel profesional como personal y, este era, el caso. Por ello, conversó con su agente y, esta no sólo la apoyó en su decisión de quedarse en Alemania, sino qué evitó un posible inconveniente con la marca italiana que estaba negociando su contrato, enviando a otra modelo en su lugar.
Ya tenía un par de propuestas laborales por considerar y mientras se logrará concretar alguna de ellas, enfocaría su tiempo en alquilar un pequeño departamento, donde pudiera vivir cómoda y modestamente al menos por un par de meses gracias al dinero que tenía ahorrado.
Lo mejor de todo, era que ya no se sentía sola. Ahora, no solo contaba con el apoyo y amor incondicional de sus seres queridos, también, tenía a su lado a alguien capaz de comprenderla. Alguien que pese a conocer sus defectos, estaba dispuesto a tomar su mano y acompañarla en el duro camino de la rehabilitación.
Su terapeuta le había comentado que, en vista de que había sido capaz de hablar sobre su problema con Mateo, quizás, era el momento para compartirlo con el resto de sus familiares, pero para eso aún no se sentía preparada. El solo imaginar que alguno de sus seres queridos la viera con pena o decepción le causaba tanta ansiedad que terminaba queriendo un trago. Por ahora, lo mejor era seguir como estaba, al menos, había erradicado el pensamiento de atravesar todo aquello sola y contaba con alguien con quien comentar sobre sus avances y la satisfacción que sentía cada que cumplía un día en sobriedad.
Estaba por entrar al cuarto departamento que vería en el día y tanto ella como el agente inmobiliario, un joven moreno de unos treinta años que afortunadamente hablaba inglés, estaban exhaustos. A pesar de que seguía animada por encontrar su nuevo hogar, estaba comenzando a pensar que la suerte no estaba de su lado. Había recorrido gran parte de la ciudad y hasta ahora ningún departamento le había gustado lo suficiente. Con suerte, este sería el indicado. Ya quería llamar a Mateo para contarle las buenas nuevas y aprovechar de invitarlo a comer para celebrar este nuevo comienzo.
—Adelante, señorita Velarde —le indicó el agente.
Ella le dio un gesto de aprobación y con una sonrisa esperanzadora, ya que de entrada no le había gustado mucho el aspecto descuidado del edificio, entró al departamento. Una vez que le dio un vistazo a los veinticinco metros cuadrados de la propiedad, su sonrisa se desvaneció. El sitio era deprimente. Tenía muy poca iluminación, dando un aspecto oscuro y tenebroso.
Entendía que al ser un departamento tipo estudio el espacio fuera reducido, pero el que tuviera una ventana tan pequeña no le agradaba para nada. No era claustrofóbica, pero le gustaban los espacios con ventanas grandes por donde se pudiera disfrutar de la luz del día.
Con mucha pena, le tendría que decir al muchacho que aquel departamento tampoco cumplía con sus expectativas y que lo más conveniente sería seguir buscando ofertas.
El agente, pareció leerle el pensamiento porque inmediatamente comenzó a hablarle sobre las bondades del lugar.
—Es pequeño, pero acogedor. ¿No le parece? —Ella no respondió, solo siguió observando el diminuto y maltrecho lugar— Está bastante cerca del centro, solo tiene que tomar un par de autobuses para llegar hasta allí y lo mejor de todo es el precio del arrendamiento, setecientos cincuenta euros al mes. ¿Qué me dice?
—La verdad, no es lo que estoy buscando. Me gustaría algo más céntrico y definitivamente más iluminado y con al menos cincuenta metros cuadrados —le aclaró.
—Pero, usted me dijo que quería algo pequeño, modesto.
—Exactamente. Pequeño, modesto, más no deprimente —soltó e inmediatamente se arrepintió de ello. ¿Por qué siempre tenía que ser tan imprudente? La culpa de que el agente le hubiera mostrado tan malas propiedades era de ella. Debió ser un poco más específica con respecto a lo que quería y aclararle que económicamente se podía permitir un sitio ubicado en un mejor lugar.
—¡¿Disculpe?! —Exclamó el joven un poco ofendido— Yo no tengo la culpa de que haya sido tan poco específica en su solicitud.
En ese momento el teléfono celular de Verónica comenzó a sonar y sintió un ligero alivio ya que podría escapar momentáneamente de la conversación y de su reciente metida de pata.