«El amor no necesita ser entendido, simplemente necesita ser demostrado» Paulo Coelho.
En la sala de espera del hospital, Mateo, Daniel y Berta esperaban noticias sobre el estado de salud de Verónica. Pese a que la modelo fue llevada de manera inmediata al centro asistencial, durante el camino perdió el conocimiento, lo que los alertó y preocupó aún más.
Berta, en un intento de llamar la atención, ya que se encontraba relegada en un rincón de la sala, se acercó nuevamente a su novio con la intención de pedir disculpas por lo sucedido, pero, una vez más, él la ignoró.
Ya se había disculpado cientos de veces, alegando que desconocía que su cuñada era alérgica al maní y que por eso había usado dicho fruto seco en el pastel, pero Daniel estaba tan disgustado que no era capaz de emitir alguna palabra, ni siquiera era capaz de verla a la cara. No era la primera vez que algo así le pasaba a Verónica, pero si era la primera vez que le pasaba bajo su cuidado. Porque eso era lo que le había prometido a su padre, que la cuidaría, y había fallado.
Se sentía culpable, sobre todo, por no haber tenido en casa alguno de los medicamentos que solían suministrarle a su hermana cuando en caso de una intoxicación. Eso era lo primero que debió haber hecho en cuanto ella puso un pie en Múnich. Solo esperaba que la situación no pasara a mayores y que en unas horas pudiera tener a Verónica de nuevo en casa.
Daniel no era el único que sentía culpa, Mateo también se sentía de la misma manera. Desde que su novia se descompensó lo invadió una sensación de angustia y culpa. ¿Cómo era posible que no supiera que era alérgica a los frutos secos? Esa es una de las primeras cosas que se le preguntaban a quién se estaba conociendo. Se enfocó tanto en apoyarla con el problema que tenía con el alcohol que pasó por alto el indagar sobre otros aspectos de su vida. Era un pésimo novio.
Su amigo lo calmó un poco al explicarle lo beneficioso que fue el hecho de que ella vomitara, que probablemente no tendrían nada que lamentar, sin embargo, él sabía que existía un mínimo riesgo de que Verónica cayera en coma, en caso de que no fuese sido atendida a tiempo.
Él solo pensar que algo así le podría pasar, lo estaba volviendo loco. Solo llevaban unas semanas saliendo, pero lo que sentía por ella era único y profundo. Estaba perdidamente enamorado.
—Familiares de Verónica Velarde —pronunció un hombre canoso de bata blanca, sacando a los presentes de sus respectivos pensamientos.
Tanto Daniel, como Mateo y Berta se acercaron a donde se encontraba el profesional de la salud.
—Mucho gusto doctor. Soy Daniel Zaragoza, hermano de Verónica —se adelantó Daniel. Le urgía saber cómo se encontraba su hermana.
El médico lo vio con un poco de recelo, seguramente debido a que no portaban el mismo apellido y, por ende, dudaba de que hubiera algún tipo de parentesco familiar. Odiaba tener que dar explicaciones sobre su parentesco, para él, Verónica era su hermana tal y como lo era Victoria, pero en este caso era oportuno hacer la aclaratoria o de lo contrario le negarían la información sobre su estado.
—Es mi hermanastra —aclaró. Siempre quiso cambiarse el apellido y llevar el de su padre adoptivo, después de todo, Óscar era la figura paterna que reconocía. Él había asumido su paternidad cuando su padre biológico decidió marcharse a otro país para cumplir su sueño laboral. No obstante, siempre que se ponía en contacto con Juan, afloraban viejos sentimientos que lo hacían sentir culpable por sentir más afecto por el esposo de su madre que por su propio padre.
El hombre mayor hizo una pausa durante un par de segundos, deliberando si debía darles la información o no, cuando se percató de que quien tenía enfrente era nada más y nada menos que al delantero del Bayern de Múnich.
—¿Es usted Daniel Zaragoza, el delantero del Bayern?
Un poco apenado y angustiado debido a la situación en la que se encontraban, Daniel se limitó a responder con un simple monosílabo.
—Sí.
—Muchacho. Que placer conocerte —el doctor se le acercó y le estrechó la mano—. No sabes lo ansioso que estamos los fanáticos porque comience la temporada y verlos patear traseros en la cancha.
—Le aseguro que el equipo está igual de ansioso, doctor —le dio una sonrisa forzada al hombre mayor—. Ahora, si no es mucha molestia, ¿me podría decir, cómo se encuentra mi hermana? —no terminaba de acostumbrarse a ser conocido de manera pública. De hecho, era algo que le incomodaba, ya que, una vez que sabían de quién se trataba la actitud hacia él cambiaba por completo.
—¡Por supuesto! No tienes de qué preocuparte. La joven se encuentra estable y estará como nueva en un par de días. Aún no ha despertado, pero no debe tardar en hacerlo. Afortunadamente la trajeron a tiempo.
Daniel sonrió con satisfacción al saber que lo de su hermana no pasaría a mayores mientras que Berta permanecía a su lado en absoluto silencio, suspiró con alivio al escuchar que su cuñada se recuperaría sin problemas.
Para Mateo, escuchar las palabras del médico fue un bálsamo para su corazón. Los últimos minutos habían sido agobiantes al pensar que Verónica podría no despertar. Él tenerla pálida e inconsciente entre sus brazos, le recordó lo corta e injusta que era en ocasiones la vida.