Todo Llega En Forma De Amor

CAPÍTULO 27

«Cuando menos lo esperas, todo sale bien»

 

El corazón de Verónica palpitaba con tanta fuerza que sentía que sus latidos se podían escuchar en toda la habitación. Estaba en Valencia, en casa de sus padres. A su lado, como se lo prometió, se encontraba Daniel sosteniendo firmemente una de sus sudorosas manos. Hablar de su problema nunca fue fácil, pero las vueltas de la vida le demostraron que lo mejor es ir siempre con la verdad porque no se sabe en qué momento del camino esta te pueda explotar en la cara.

Tuvo suerte de que Iván la amenazara, que le anticipara lo que tenía pensado hacer en el caso de que no accediera a volver con él. No era tan tonta como para caer en su chantaje, pero si  para aprovechar el tiempo de gracia que le dio para poder hablar con su familia. A la primera que contactó fue a Marcela, a esa mujer a quien también consideraba su madre.

Ella estaba en Venezuela al frente del restaurante que construyó junto a Gabriela, por lo que, no podría viajar con tanta urgencia a España para escuchar lo que le tenía que decir, así que decidió hacerle una video llamada. Después de todo, esa era la manera en la que se comunicaban normalmente.

Marcela se sorprendió al oír su confesión. Verónica vivía con ella en el periodo en que su adicción al alcohol se intensificó y se sintió mal por no darse cuenta de lo que a la joven le pasaba. Su ignorancia fue tal, que siempre justificó sus borracheras alegando que era una conducta propia de alguien joven. En Venezuela, se consideraba normal que los jóvenes salieran de fiesta todas las semanas y se excedieran en el consumo del alcohol. Se puede decir que el alcohol es algo que forma parte de su cultura. Por ello, no lo vio como un alerta, sino como señal de disfrute de su juventud.

Le pidió disculpas un centenar de veces, le había fallado a Gabriela, estaba tan enfocada en salir adelante que no se dio cuenta de lo que le pasaba a su hija. Sin embargo, en medio del dolor sentía un profundo orgullo al ver que Verónica había sido capaz de salir adelante sin la ayuda de nadie. Buscó ayuda profesional y luchaba día a día para mantenerse sobria, para no recaer.

«—Estoy muy orgullosa de ti, Pequeña Saltamontes y sé que donde quiera que esté, Gabriela también lo está. Solo una persona valiente es capaz de asumir lo que le pasa y hacerse cargo de ello.

—No lo hice solo por mí, lo hice por ustedes. No quería defraudarlos.

—Y no lo has hecho. Este es solo un traspié, mi niña. La vida es así, con altos y bajos, pero lo importante, lo realmente importante, es saber seguir adelante a pesar de nuestros errores, de nuestros problemas…»

Recordar la reacción y palabras de aliento de Marcela le permitieron armarse de valor al momento de hablar con el resto de la familia. Aquella noche, vio que pese a lo que acababa de decirle, la manera en la que su madre solía mirarle no cambió ni un poquito, el brillo en sus ojos no mermó, en sus ojos no hubo decepción, sino el mismo amor que desde siempre le profesó.

Esperaba que la reacción del resto de su familia fuera similar, o de lo contrario no lo soportaría. No imaginaba una vida sin las constantes llamadas, viajes y visitas improvisadas. Eran unidos y no soportaría que por su culpa aquella armonía se viera perdida.

—Papá siempre dice que no nacimos para ser perfectos —Victoria, la menor de los Velarde fue quien decidió romper el hielo—. Nacimos para cometer errores, solucionarlos y aprender de ellos —dio unos pasos hacia el sofá donde se encontraba y se detuvo cuando estuvo frente a ella—. Siempre te admiré, siempre quise ser como tú.

—Pues ya ves que no soy el mejor ejemplo a seguir —si fallarle a sus padres la atormentaba, fallarle a su hermana menor le socavaba el alma. Siempre tuvo presente que Victoria la veía como una especie de líder, de ejemplo a seguir.  

—Si lo eres. Cometiste un error y haces lo posible por solucionarlo. Si antes te admiraba, ahora lo hago aún más. Si hay algo que me gusta de ti es que siempre vas de frente, siempre das la cara y esa es la clase de persona que quiero ser.  Quiero ser tan valiente como tú.

Que su hermana le dijera que aun la admiraba y quería ser como ella la desplomó. Los tres fueron criados con la convicción de que debían apoyarse y amarse de manera incondicional. Pero una cosa era dar por entendido que el amor entre ellos estaba allí, que sentirlo y verlo expresado en cada palabra, cada gesto.

Verónica se puso de pie y envolvió a su hermana entre sus brazos.

—Sé que no te lo digo a menudo, pero quiero que siempre tengas presente lo mucho que te amo.

—Lo sé. Aunque tú favorito sea el tonto de Daniel.

Ambas rieron al tiempo que el aludido ponía los ojos en blanco. Victoria también le reprochaba lo mismo, diciéndole que prefería a Verónica antes que a ella. Nada más alejado de la realidad, las amaba a ambas por igual, pero con Vero se entendía mejor por ser contemporáneos en edad.

Óscar que en un principio no hacía más que caminar de un lado a otro en la habitación mientras que, Daniela lloraba en silencio por la revelación, se detuvo al escuchar a su hija menor hablar.  

Estaba orgulloso de sus tres hijos y solía tratar de prestar poca atención a los errores que cometían porque sabía que había en sus corazones, sabía que eran perfectamente capaces de aprender de ellos y salir adelante porque para eso los había preparado. No obstante, le preocupaba, o mejor dicho, le martirizaba que lo dejaran de lado. Entendía que ya eran mayores y podían hacerse cargo de sus asuntos, pero su instinto de padre, su instinto protector quería estar siempre a su lado para ayudarlos a levantarse las veces que fueran necesarias.




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