El mundo del cual provenía Sam era por completo distinto al entorno en el que se estaba desenvolviendo y por ello tuvo que esforzarse el doble que los demás. Demostrar así, que ella también era digna de pertenecer al sitio, tanto o más que los que se encontraban allí. Pero por más que lo hacía y por más que ponía todo su empeño, no lograba ajustarse a sus modos, mucho menos cuando tuvo que integrarse a su nueva unidad de entrenamiento militar. Fue allí cuando comprendió, por primera vez, el infierno que había atravesado David en la preparatoria. Era como si fuese un pez fuera del agua, nadie la aceptaba. Todas las burlas y los ofensivos comentarios de quienes la rodeaban, eran un tema de todos los días para su miserable existencia. Ya fueran sus compañeros de medicina o los soldados de la unidad de entrenamiento a la que había sido asignada; todos ellos se encargaron de hacerle la vida imposible a Sam mientras que estuvo allí.
Percibían que ella no pertenecía al lugar; olfateaban al igual que si fuesen sabuesos amaestrados el olor a opulencia y majestuosidad que transmitía la chica. Ella no era uno de ellos y no podían entender qué diablos hacía una princesita de papá y mamá allí, en un lugar como ese, si no lo necesitaba. Si no lo deseaba, pues muy pronto el incidente del baño recorrió las filas y la puso en la mira de todos; convirtiéndola en un objetivo débil y al alcance de todo aquel, que quisiese pasar un buen rato a costillas de ella.
—Hola, muñequita —le decían unos al pasar a su lado y sosteniéndose el miembro frente a ella, ponían a danzar sus lenguas de un lado al otro y muy cerca de su rostro.
—Ushhh, como que de pronto me dieron ganas de cogerme un culito fino y darle bien duro.
Sam aceleraba el paso y huía cuanto antes de todo aquello. Tiempo atrás, prácticamente había estado aislada entre libros y paredes que la resguardaban de la realidad a la que ahora se enfrentaba.
Para la mayoría de ellos, jóvenes que siempre habían tenido que luchar ante la vida valiéndose de uñas y dientes para lograr salir adelante. Acostumbrados a lo rudo y a lo despiadado de la competencia, demostrando siempre ante los demás de lo que estaban hechos, se les hacía muy cómico el ver a la fina señorita intentando realizar con éxito sus entrenamientos físicos y militares. Se preguntaban, entonces, cómo era posible que la reina de belleza, como así muchos la llamaban, hubiese aplicado con éxito en las pruebas para lograr entrar al programa.
Había una entre todos ellos, la Sargento Makayla Warren. Mujer de veinticinco años, de gran fortaleza física y entrenada como un arma letal en el enfrentamiento de cuerpo a cuerpo. Pertenecía a los grupos de salvamento, predispuestos especialmente para las misiones de rescate aéreo; mismos para los cuales Sam estaba siendo preparada como médico y la cual demostraba un especial interés por hacerle la estadía miserable a Sam en aquel lugar.
Siempre que la veía pasar, le dejaba ir improperios acerca de su apariencia física y se permitía hablar por todo lo alto haciendo mención de cómo la reina del baile les había arruinado el simulacro del día anterior, al haberse caído durante la evacuación de unos supuestos rehenes rescatados. La agredía al pasar junto a ella por medio de empujones bien disimulados y codazos en los costados que lograban sacarle siempre el aire a Sam, mientras su delgado cuerpo rebotaba encima de sus compañeros, provocando las burlas de todos.
Ese era su pago por estarle robando el puesto a alguien más. Cualquiera que tuviese la mitad de su fuerza o de su capacidad, era más apto para encontrarse allí…pero no ella. Porque todos sabían que esa chica no necesitaba la ayuda del gobierno para pagar sus estudios. Lo intuían como si leyesen entre líneas los movimientos de su cuerpo, sus gestos o hasta su educada forma de hablar.
Las duchas y los vestidores llegaron a convertirse en una verdadera pesadilla para Sam; le atemorizaba mucho más encontrarse a solas con las mujeres, que cuando se veía rodeada por todos aquellos patanes del sexo opuesto. Aún así y en muchas ocasiones, fueron ellos mismos quienes la defendieron, cuando las agresiones de éstas se pasaban de la raya.
Por eso es que Sam siempre caminaba sola. Por eso es que nunca se permitía hablar con nadie. Comía retirada y en silencio en cualquier pequeño espacio que le brindase la oportunidad de permanecer invisible ante los demás, aunque no siempre conseguía su objetivo.
—Oh, pero miren a quien me acabo de encontrar —pronunció Warren, aquel día, en medio del almuerzo de Sam. Venía con sus dos compinches femeninas resguardando cada flanco de su matonería. Los tres soldados que se encontraban cercanos al encuentro se levantaron de sus bancas y se alejaron para evitar verse envueltos en cualquier problema—. ¿Qué sucede, “reina del baile”? ¿Qué cuentas? —Pronunció Warren. Se sentó muy cómodamente sobre la mesa e introdujo los dedos en el plato de Sam, comenzando a llevarse los restos de su comida hasta la boca—. ¿Qué, te comieron la lengua los ratones? ¿O es que tanto pene hundiéndose dentro de tu garganta, cada noche, te ha dejado sin voz? Digo, sólo de esa forma alguien como tú podría permanecer en un lugar como este —Y llevándose los dedos hasta la boca, una vez más, comenzó a representar con sus movimientos lo antes mencionado. Lo que provocó que muchos a su alrededor comenzaran a reír, incluida la misma Warren.
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Editado: 24.05.2022